Mil osos

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Christopher le gritó furioso a Hyunjin:

— ¡Quédate aquí!

Hyunjin no hizo intento alguno por obedecer. Entonces Chris le apuntó con su arma para hacer que retrocediera.

Luego subió por las escaleras del edificio con el corazón en llamas, dejando atrás a Hyunjin, quien se quedó como una estatua hecha de impotencia. El mayor corría despedazando el silencio con el frenético paso de sus pies. La noche escupía sombras en cada rincón del edificio, y la desesperación usaba los ojos del chico como proyector. Él sabía que, si Hyunjin lo acompañaba, el mundo habría terminado para todos. Sólo había una oportunidad, y la frente sudada del muchacho lo sabía.

Llegó a la azotea y la luna volteó a verlo de inmediato. Encontró a Changbin en uno de los bordes, con el rostro adornado de rabia, tristeza y destructiva determinación. Sostenía a un chico inconsciente, Jeongin, el novio de Hyunjin, que pronto sería lanzado diez metros abajo si Christopher fallaba. La ciudad guardó silencio para que las estrellas pudieran escuchar lo que pasaba.

Christopher le apuntó a Changbin con el arma, deseando no tener que hacerlo, pidiendo a gritos que fuese alguien más quien habitara su piel en ese momento. Changbin lo miró, y entonces el mayor se sintió expuesto, indefenso, vulnerable, como si en los ojos de su preciado mejor amigo hubiese también un arma.

En la intimidad de sus miradas, se contaron todo. El menor quería reciprocidad, quería darle significado a todas las noches en las que casi murió de llanto, a la sensación de su pecho explotando cuando sepultó a Felix, a su Felix, a su amor, inmortal e inolvidable Felix. Quería que Hyunjin también supiera lo que era perder a la persona que más amas.

Era cierto, el pasado y el presente estaban entretejidos. Hyunjin, bañado de alcohol, había arrollado a Felix. Hyunjin, en su versión más estúpida, le había arrancado el amor de su vida a Changbin, y al mismo tiempo, al amado hermano menor de Christopher.

Pero Christopher, a pesar de estar igual de herido, sabía que asesinar a la pareja de Hyunjin no era la manera de resolver las cosas.

Intentó disuadir a su mejor amigo con las escasas palabras que sus labios temblorosos lograron emitir. Pidió ayuda a la luna, pero ella le dio la espalda. Su amistad, el único hilo delgado que aún los unía, estaba a punto de reventarse. Las emociones volaron en el viento, mordiéndose unas a otras. Las lágrimas, en aquel momento, pesaban más que las balas dentro del arma.

Y justo ahí, cortando todo lazo, destruyendo toda quietud, Hyunjin llegó a la azotea.

Y la rabia le ordenó al herido y furioso Changbin que despedazara el mundo. Los segundos avanzaron a una fracción de su velocidad real:

Seo arrastró a Jeongin dispuesto a tirarlo. Hyunjin gritó por piedad, reventando los cristales de todos los autos en la ciudad. Christopher apretó el gatillo, implorando que su puntería fallara. Sin embargo, la bala, con toda malicia, hizo hasta lo imposible por impactarse contra su objetivo. Luchó contra el viento, contra la gravedad, contra los sentimientos de Christopher que disparaba. Y al final, salió victoriosa, atravesando el cráneo de su mejor amigo.

Hyunjin abrazó a su Jeongin, sano y salvo, con la fuerza de mil osos. Llorando hasta inundar el drenaje. Dedicandole disculpas y palabras amorosas mientras la luna observaba conmovida.

Christopher permanecía estático. El cadáver de su mejor amigo era una visión grotesca que se obligaba a mirar, recordando una visión muy parecida de su hermano menor poco tiempo atrás.

La luna en cuarto menguante parecía estar riéndose de él. Sintió convertirse en papel, en escarcha, en un maldito desgraciado. El nudo en su garganta era, en realidad, su corazón intentando salirle por su boca. Tal vez ahora Felix y Changbin volvían a reunirse, pero él mientras tanto lo había perdido todo…

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Where stories live. Discover now