Llueve

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Llueven lágrimas, llueve sangre, llueven balas.

Él era tan dulce, una criatura con mejillas llenas de galaxias y un corazón de porcelana. Quizá por esto ultimo los chicos siempre lo pisaban.

Llegó dos horas más temprano, insertó la llave sin preocupación, la puerta del departamento soltó un leve rechinido. Entonces el mundo colapsó.

En la sala había dos cuerpos al calor de la intimidad. Las piernas de un extraño abrazaban la cintura del chico al que él tanto amaba y aquella blanca espalda se encontraba llena de marcas ajenas; su garganta formó un nudo imposible de desamarrar, sus venas bombearon gasolina por un instante, y un «No es lo que parece» salió disparado desde el sofá.

Se desató una lluvia cálida en los ojos del pecoso y las palabras se alejaron lo más posible de sus labios. Una masa de recuerdos lo embistió mientras subía las escaleras: el viaje a París, las caricias de media noche, los proyectos que sacrificó por él, las mil tonterías que le perdonó, las promesas que ahora se quemaban a fuego lento.

Revolvió el closet en una salvaje búsqueda. Las lágrimas habían dejado un rastro húmedo detrás de él, el pasado y el presente chocaban con violencia. Después de despedazar el orden que regía dentro del closet, finalmente halló la pequeña caja que buscaba. Un arma descansaba dentro: ligera, brillante, ansiosa.

Ellos se vestían apresuradamente cuando el pecoso regresó. Y en cuanto el arma los miró de frente, sus rostros se decoloraron.

Vaya, así que era posible que la blanca piel de su Chris tomara un tono mas claro del natural.

El gatillo aguardaba ansioso su gran momento de protagonismo, los labios entreabiertos no supieron que palabras dejar escapar. El tiempo tuvo miedo de seguir avanzando, de dar un movimiento en falso y destruir el universo. Ahora sólo existían aquellos cuatro: un Felix roto, un Christopher apunto de quebrarse, un Jeongin jugando el papel del tercero y el silencio observándolos ansioso.

Dos gotas ardientes resbalaron por las mejillas llenas de galaxias. Su mandíbula temblaba, sus ojos gritaban "te lo di todo". El sol se alejó de las ventanas, los edificios gritaron enardecidos. La rabia apretó el hombro del chico, y su dedo se hundió en el gatillo.

Una constelación se manchó de aquel liquido rojo.

Llueven lágrimas, llueve sangre, llueven balas...


CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Where stories live. Discover now