Cuervos espiando

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Su padrastro deslizó la mano sobre su piel juvenil. Jeongin aguantaba callado, fingiendo que dormía. Había ensayado mentalmente aquella escena y ahora no podía equivocarse.

Apenas unas horas antes habían sepultado a su madre, una mujer que había pasado mucho tiempo sola antes de encontrar a un nuevo hombre. Ésa fue la razón por la que no quiso creer las acusaciones que su hijo levantaba sobre su reciente esposo. Le llamaba mentiroso e intentaba golpearlo, como si aquella verdad le raspara los oídos, obligándola a reaccionar de manera violenta.

El miedo al abandono y el orgullo que le negaba a aceptar que aquel hombre prefería a su hijo varón, tenía más peso que las palabras del chico de dieciséis años.

Sin embargo, era verdad que el hombre nunca estuvo interesado en aquella mujer desgastada y solitaria. Su objetivo era más joven, usaba frenillos y jeans rotos que dejaban asomar unas pálidas rodillas llenas de moretones que él encontraba obsenos.

Para él, enamorar a una mujer necesitada de compañía que visitaba la plaza suplicando la plática de un hombre, resultó ser una tarea fácil. Su boda fue repentina y apresurada, impulsada por el bulto en los pantalones del hombre en cuestión.

Lo demás fue todavía más sencillo. Los desayunos llevados a la cama parecían los gestos nobles y atentos de un cónyuge cariñoso, cuando en realidad, cada plato de sopa y taza de té llevaban como condimento una muerte lenta y progresiva. Venenos nada peculiares al alcance de cualquiera. En aquel pueblo hecho de indiferencia y madera, nadie le daría muchas vueltas a la muerte de una mujer que, en primera instancia, ya era mal vista por los habitantes.

El hombre quedaría como el héroe que le dio dignidad a los últimos años de una madre soltera, y que noblemente se haría cargo de un huérfano desprotegido.

Y su premio por aquel conjunto de buenas obras sería el cuerpo de un joven que le provocaba obsesión.

Sin embargo, la espera le parecía infinita y necesitaba pequeños adelantos. De noche, después de comprobar el sueño profundo de su esposa temporal, subía en silencio al cuarto de su verdadera presa. Lo amenazaba de mil formas, y luego lo tocaba. Memorizaba su textura para después volver a la cama y soñar con el momento en que finalmente le tendría.

El gran día llegó: la madre ya no pudo levantarse. Pidieron ayuda de vecinos para sacar el tieso cuerpo de la mujer. El chico soltaba alaridos lastimeros mientras se llevaban el cadáver, alaridos que habrían hecho llorar hasta al más duro de los monstruos.

El funeral fue igual que su boda: apresurado. Los pésames aterrizaron sobre los oídos del reciente viudo sin que este pudiera quitarle la mirada de encima a su hijastro, fabricando fantasías, rindiéndole culto a toda su espera.

La noche se tragó el cielo. El chico estaba recostado sobre su cama hablando sin que sus labios emitieran sonido alguno. Él llegó a casa cuando el reloj rasgaba la media noche. Había estado en una taberna acompañado de hombres que intentaban consolarlo. Sin embargo, él no bebía para lamentarse, bebía para celebrar.

Sus botas lastimaban los escalones mientras subía a la habitación de su víctima. Abrió la puerta del cuarto, desabrochándose los primeros botones de su camisa con gesto victorioso. El alcohol y la ansiedad lo empujaban a perder el control, pero él se esforzó por mantenerse tranquilo. Había esperado mucho como para arruinar su gran momento.

Jeongin, con los ojos apuntando a la oscuridad, esperó a que su padrastro se acercara lo suficiente. La luna intentó mirar hacia otra parte, los cuervos espiaban por la ventana, amotinados en un cable de luz, como si supieran lo que iba a pasar.

El chico sintió una mano inquieta abrirse camino por sus piernas en una dirección obvia, escuchó a su padrastro hablándole a la nada, víctima de su propio delirio.

Con cuidado, el menor deslizó su mano lentamente bajo la almohada, hasta alcanzar el mango de un cuchillo. Lo apretó despacio mientras el coraje empezaba a calentarle las venas. Esperó a que él girara la cabeza en el ángulo correcto, con la paciencia de un cazador experimentado. Cuando las condiciones fueron adecuadas y la luna al fin se atrevió a mirar, el chico se dio vuelta, y en un movimiento de envidiable agilidad, le clavó furioso el cuchillo dentro del cuello.

En ese momento, todas las criaturas ocultas en los rincones del pueblo gritaron con euforia.

El hombre sintió cómo su sangre se fugaba por un hueco. Aterrorizado, estiró su brazo hacia su hijastro mientras caía de espaldas sobre el suelo. La muerte se puso a su lado, le acarició el cuello y luego se chupó los dedos.

Jeongin observaba todo con el corazón pateándole el pecho. Y en ese instante se dio cuenta de algo curioso: estaba disfrutando mucho de la escena...

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Where stories live. Discover now