De madrugada

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Jisung abrió los ojos. Estaba oscuro, pero una delgada línea proyectaba luz, dándole una buena noticia: la cajuela del auto estaba abierta.

El cuerpo le ardía al moverse, salir del auto pareció una misión titánica. Hyunjin seguía dentro de la casa, quizá pensando en cómo deshacerse de un cadáver. Jisung seguía vivo, Hwang no lo sabía, y ésa era una ventaja que no se podía desperdiciar.

Ya lo había agredido antes, pero esta vez había ido más lejos, esta vez había intentado matarlo. Lo que sería un apacible fin de semana a solas, se convirtió en doce horas de patadas y puñetazos.

Los padres de Jisung abandonaron la casa para ir de viaje, y su novio llegó una hora después, tal y como lo habían acordado. Él lo invitó a pasar, destaparon unas cervezas y entablaron una conversación que sólo interrumpían para besarse. Cuando los cuerpos se estaban acercando, el mensaje de un amigo irrumpió en el celular del más bajo. A Hwang no le gustó nada, y discutió con Jisung como si reclamara una propiedad.

Las palabras se estampaban en las paredes, los labios daban argumentos sin sentido. Los gritos aumentaron su calibre con cada replica, hasta que finalmente, la mente del mas alto se descarriló. Y después del primer golpe, se desató una estampida.

Las siguientes doce horas fueron una lucha inconsciente por demostrarle que él mandaba. Hyunjin no lo sabía, pero una pequeña sección de su cabeza quería fervientemente aclararle que él le pertenecía, que lo amaba tanto como para ser su dueño.

Cada golpe escondía un «te amo» dicho de la manera equivocada, en un extraño lenguaje que Jisung no podía entender.

Las horas avanzaban en una carrera contra la madrugada. El chico se detenía por momentos, y hablaba desesperadamente con el más bajo, intentando expresar algo inexpresable. Se tranquilizaba, perdía el control, sufría, disfrutaba, la luna lo contradecía y una palabra imprudente de su novio lo hacía volver a golpearlo.

En cierto punto de la odisea, Jisung dejó de moverse. Y Hyunjin, después de revisarlo y dejar que el pánico se lo comiera, terminó dándolo por muerto.

*

Al salir de la cajuela del auto, Jisung se dirigió al cuarto de sus padres.

Ahí había un cajón con algo que necesitaba urgentemente.

En la cocina, el más alto caminaba alterado. Se movía de un lado a otro como si en alguno de los estantes fuera a encontrar la solución a su problema. ¿Qué haría con un novio muerto?

Él tenía la culpa, siempre lo desobedecía, sabía perfectamente que estaba prohibido hablar con otros chicos. ¿Y ahora qué? Podía llamarle a alguno de sus amigos, ellos podrían ayudarle. Tenía que considerar sus posibilidades, limpiar cada huella, cubrir con tierra hasta el último centímetro de cadáver.

Esos pensamientos se le amontonaban cuando un ruido a sus espaldas lo puso en guardia, obligándolo a voltear.

Su Jisung y el revólver lo miraban fijamente. La madrugada seguía pintando el cielo, la cocina estuvo a punto de volcarse. Él se pasmó, la mueca en su rostro le restó parte de su encanto.

Intentó disuadirlo con palabras que se enredaban unas con otras hasta perder el sentido. Hyunjin desesperado, jugó su última carta. En un movimiento abrupto se estiró por un cuchillo, pero dos disparos, torpes aunque certeros, le alcanzaron el pecho.

Contempló su sangre componer un charco. ¿Era de color distinto? ¿Por qué le causaba tanto horror? ¿Había diferencia entre su propia sangre y la de su novio? Su primer reflejo fue cerrar los ojos.

Jisung soltó el arma y se dejó caer como una estrella que se desploma después de haber emitido su luz más intensa. Se arrastró por el suelo, estiró la mano, y alcanzó un teléfono...

mini maratón 2/3

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Where stories live. Discover now