Capítulo 11.

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Jaemin despertó con dolor, su vientre dolía, su espalda dolía, y por algún motivo, su corazón dolía aún más. Jeno estaba a su lado, con la cabeza baja, una extraña imagen viniendo de un rey. Él parecía estar rezando en silencio, pero un pequeño gemido adolorido de Jaemin, hizo que levantara la cabeza.

-Jaemin -susurró y enterró el rostro en su cuello-. Mi amado Jaemin.

Era la primera vez que Jeno implicaba amor al referirse a él, y, sin embargo, más que reconfortarlo, lo asustaba en sobre manera.

-¿Cómo te encuentras?

-¿Qué sucedió, mi señor? -Jaemin decidió ignorar la pregunta e ir directo al punto.

Algo claramente sucedía.

Los ojos de Jeno se llenaron de lágrimas, y apretó su mano entre una de las suyas.

-Mi amado Jaemin... Lo siento tanto... Nuestro príncipe...

Jeno apenas podía hablar, pero las pocas palabras dichas, fueron más que suficientes para disparar una ola de frío y dolor físico y emocional por el cuerpo de Jaemin.

-No -susurró-. Por favor, mi señor. Dígame que no es cierto.

-Lo siento tanto -gimió-. No debí dejarte allí solo.

Jaemin sintió las lágrimas correr por sus mejillas, más ni un solo sonido escapó sus labios. Solo una súplica.

-Máteme ahora -suplicó colocando una mano sobre la empuñadura de la espada de Jeno-. Señor, máteme ahora y acabe con el dolor que siento en mi corazón. No podré darle su príncipe, mi señor. No he sido capaz.

Jeno sacó su espada, y la lanzó lejos, haciendo que golpeara la pared con un sonido estruendoso.

-¿Qué dices? ¿Qué me suplicas que haga? ¿Cómo esperas que viva si tomo tu vida? ¿Cómo podré acaso vivir sin nuestro hijo y sin tí?

La desesperación en la voz de Jeno era palpable. Entonces Jaemin no pudo contenerse más.

Un desgarrador gemido, entremezclado con un fuerte llanto, escapó de sus labios. Jeno lo tomó entre sus brazos, y ambos lloraron con fuerza. Sus energías gastándose en cada lágrima y cada aullido de dolor. Porque no había nada más doloroso que la pérdida, y ellos ni siquiera tuvieron oportunidad de conocer lo que tenían, antes de perderlo. Y dolía. Dolía hasta el alma.

( . . . )

Todas las mujeres hablaban.

Principalmente de la pérdida de un príncipe, algo que era una causa de dolor para el reino entero. Nadie dormiría en paz el día que se perdía a un príncipe, el dolor sería palpable en el aire, en cada rincón del país.

La segunda causa de habla entre las mujeres, era el hecho de que aquella noche, un muy desgastado y notoriamente adolorido Jaemin, habría subido por las escaleras, y se habría instalado en una habitación de las concubinas con hijos. Todo por orden del rey. Algo que sin dudas rompía con una ley bastante conocida. Al rey parecía no importarle, lo cual era entendible. Cuando el dolor era tan insoportable, la razón solía nublarse.

Pero sin dudas, la principal causa de habla, fue el destierro de MinJu.

El rey la habría llamado, y entonces los gritos se habrían escuchado por cada rincón del palacio. Dejando en claro el odio y la decepción que el rey sentía hacia ella en este momento. Y finalmente, luego de escapar de las garras de la muerte, por el simple hecho de no conocer la condición de Jaemin, fue enviada lejos. A una provincia a la que nadie la iría a buscar. Su hijo quedándose en el palacio. Su hija yéndose con ella.

Jaemin la observó marcharse, por la ventana de su nueva habitación. Aún le dolía el vientre, y sin dudas aún le dolía el corazón. Porque aquello perdido, era su pequeño hijo. Él estaba esperando un hijo del rey. Pero ya no. Ya no estaba allí. Nunca había realmente deseado un hijo, pero él sabía que pronto llegaría uno, y simplemente, pensar en que ese pequeño no tuvo la oportunidad de nacer. Que no tuvo la oportunidad de tener a su pequeño bebé en sus brazos. Su corazón ardía.

Por la noche rezó por su hijo, como debía ser. Suplicó que su alma encontrara la paz junto a los dioses, que pudiera descansar. Rezó para que su corazón sanara, para que el corazón de Jeno sanara. Rezó por otra oportunidad.

Jeno. Él estaba francamente destruido. Mark lo contuvo cuanto pudo para que no se llevara la vida de MinJu, y para que no destruyera su habitación entera. Era un completo desastre. Porque él amaba a Jaemin, lo amaba tanto. Y dolía. Dolía en lo más profundo de su ser. Su hijo, se había ido. Ya no tendría la oportunidad de nacer, crecer como un príncipe, jugar con sus hermanos. Jeno preferiría morir a seguir viviendo semejante dolor. Y solo pensar en el dolor que Jaemin debería estar experimentando en ese momento, le rasgaba el alma.

Y la gente hablaba. Hablaban sobre Jaemin, el joven que se había entregado al rey prometiendo darle un hijo varón. Y la dolorosa pérdida enterneció el corazón de la nación entera.

Muchas concubinas lloraron. EunJi y Lia sin duda lo hicieron. Mucha gente escribió poemas conmemorativos, y gente importante envió sus condolencias en ramos de flores.

Nada de eso valía para los entristecidos padres, que en esos momentos solo conocían dolor y pérdida. Y, sin embargo, el cariño del pueblo, era una garantía. Una garantía de que mantener a Jaemin al lado del rey, a pesar de no cumplir su juramento, era algo popularmente aceptado. Y Jeno deseaba que así fuera. Porque ahora, mucho menos que antes, pensaba dejarlo ir. Porque lo amaba tanto como a su príncipe, ahora descansando entre los dioses.













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