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—Dale, loco, tenés que venir.
Desde que llegamos a mi casa que Rama estaba insoportable con que vaya a una joda en la casa de no sé quién.
—No tengo que hacer nada—contesté. Puso los ojos en blanco.

La luz del día salía de la ventana y le daba en la cara, cegándolo, mientras él se sentaba en el sillónsito pegado a la pared. Yo le había avisado que iba a pasar, pero él no me quiso hacer caso. Ahora, él hacía todo lo posible para hacer de cuenta que llegaba a leer las palabras en su libro.
Por eso mismo estaba tan insistente. Porque no tenía nada mejor que hacer.
Yo, en cambio, sabía que iba a pasar. Sabía que si me sentaba ahí, no iba a poder ver una mierda, porque me pasó el otro día. Pero como ya dije, el pelotudo no me dió bola; y como es orgulloso, ahora me rompe las pelotas con una joda de mierda que no tengo ganas de ir.

—¿Me podés explicar qué gran plan tenés en vez de venir?
Solté mi celular y dibujé una sonrisa fresca. —Me voy a fumar un porro. Me lo fumaría con vos, pero querés ir...—. Mi gesto consiguió cierto enfásis en esa última parte.
—Hay porro allá...—declaró lo obvio, como si yo no lo supiera.
—Sí, pero también hay gente, y me da paja.

No sabía cómo poner en palabras el motivo, a decir verdad. Mi humor era muy cómodo, muy en la mía; y aunque él encajaba perfecto dentro de ese estado, ni una joda, ni otras personas lo hacían.
—Pero vos tenés que entender la importancia de venir hoy—. Lo observé, invitándolo a desarrollar. —Es tu primer viernes. No hay mejor momento para que te termines de presentar a la sociedad—empleó un tono sarcástico—que tu primer oportunidad.
Mi mirada se mantuvo expectante, ya que su explicación no sirvió de mucho.

Se rescató y siguió con las excusas—: Estás en San Isidro. Vas a la cate. Podés ponerte en modo ortiva, obvio. Pero estarías desperdiciando la mejor oportunidad de tu vida.
»Acá, conmigo, podés asegurar que los recuerdos de tu adolescencia signifiquen algo. Lo que te estoy ofreciendo en realidad son cagadas, drogas, cojidas, y amistades.
»Probablemente lo que más te quede sean esos momentos entre nosotros dos, y anda a saber si conocemos a alguien más, volviendo de las jodas a las seis de la mañana. Pero te puedo prometer que van a ser tus recuerdos favoritos.

Primero lo saqué cagando.
Pero después me quedé pensando en el abuelo. En todas las anécdotas que me contaba, y el hecho de que de alguna manera u otra, San Isidro estaba en todas. Casi que parecía otra persona más en su vida.
Y mientras pensaba, una sensación invadió mi cuerpo. Me llevó a pensar que el abuelo no le había dejado la casa a mamá porque sí. Algún motivo había, y tal vez, solo tal vez, el punto era que yo pueda vivir lo que vivió él.

Entonces me vi casi que obligado a ir. La impresión de traición que me hubiera quedado en vez era suficiente motivo. Vivir lo que el abuelo había vivido era en cierto sentido acercarme a él, de manera que nunca hubiera podido de no ser por su muerte. Cumplir lo que por algún motivo imaginaba era algún deseo intenso suyo, una última muestra de afecto. ¿Cómo negarme a tal oportunidad?

Resultó ser diez veces más tranquilo de lo que esperaba. Alguna especie de música tecno sonaba desde algún rincón. Una nube de humo se dispersaba por toda la sala. El olor era una mezcla entre el dulce de los vapes, la intensidad del faso, y la amargura de los puchos. Todo junto, era indistinguible y no exactámente rico, pero a medida que te movías alguno de los tres dominaba ese sector de aire y el placer que traía inspirar probablemente no tenía comparación.

Las pocas caras que realmente llegué a ubicar, las conocía. Effy y Simona chapaban contra la pared al lado del televisor. Simona la había arrinconado hace ya un rato, y desde ese entonces la mano de Effy no suelta su cadera sino más bien va apretándo distintos ángulos de ella. Hasta donde yo observaba, estaban viviendo genial en ese momento.

Marco El De La CateWhere stories live. Discover now