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Estoy en la plaza cuando de repente viene la piba de los rulos. ¿Se acuerdan? Esa que lo odia a Rama. La que tiene rulos posta. 

Esta vez, no tiene rulos. Tiene ondas. Se debe haber planchado el pelo hace unos días. 

Tiene puesta una remera rarísima, musculosa, con circulos en donde debería haber tela, pero no está usando los breteles. Los tiene colgando en los hombros, y lleva una bikini de mil colores como corpiño, por encima de la remera.
No tengo la menor idea cómo enseñar lo que está sucediendo en su torso, en realidad. Seguramente la explicación que di no tiene ningún sentido. Pero parece ser a propósito. Es una vista desprolija, sin estructura, como lo es su pelo, que aunque sí es cierto que no tiene esos rulos que parecen más una enmaraña de cosas volando en el aire sin cuidado que pelo. 
Sospecho que ella es así. Sin cuidado. Indescriptible. Incomprensible. 

La cuestión es que vino, se paró al lado mío, y después de unos segundos de lo que asumo era vacilación, cuestionamiento; me agarró del brazo. 

No sé ni cómo se llama. En mi cabeza es una piba x que odia a Ramiro y que tiene rulos y que pareciera ser una enmaraña de elementos sin orden ni manera de encasillarla -cosa de lo que seguramente saca provecho, si es que está conciente de la energía que emana. 
No me molestó que lo haga. Solo que es una cosa más en la lista de evidencia empírica de que esta piba, sea quién sea, es impredecible. Aparte fue super random. 

Empezó a caminar, llevándome con ella, hacía la esquina de la plaza y cuando tuvo que frenar por los autos, hablé:
—No sé quién sos— le dije, cosa que probablemente fue un tanto más directo de lo que pretendía, y un chiquin insultante. Pero la cara que me puso, un gesto amable, pero a la vez divertido, me dejó muy en claro que no se ofendió, si no tal vez todo lo opuesto. 
—Sí sabes quién soy. —Entrecerré los ojos—. Soy la piba que odia a tu mejor amigo.
—Eso no cuenta como saber quién sos. 
—¿Y por qué no? Aparte, yo sí sé quién sos. 
Me perdí.
—Sos el que se comió a Davi el otro día. 
—¿Davi?
—La rubia. 
Sentí una cierta iluminación aparecer en mi cara e -involuntariamente, aclaro- sonreí. Ella me respondió con una sonrisa más intencional, tan divertida como su primer visaje. 
—Así que así se llama.
—¿No te dijo?
—No me dijo nada. —Recordé su comentario sobre mis ojos—. Más que que le gustan mis ojos. 
—¿Tipo nada?
—Nada. 
Soltó un bufido. —Ella es así, no te lo tomes personal.

Entonces noté un cierto acento del interior en sus modismos. No es que realmente fuera muy marcado, estaba medio deformado, pero cuando dijo tomes de una forma casi neutra, lo escuché. 

—No me lo tomé personal. Es más, fue genial. —Volví a sonreir. 
Me miró con los labios apretados, como sospechando algo. Obviamente sospechaba que me había enganchado, y gracias a Dios, quien no existe, no me preguntó, porque no tendría respuesta. 
—¿Y vos cómo te llamas? 
—Carme.
—¿Viene de Carmela?
—Y sí.
—Me gusta. ¿Qué pasa con Rama?—se la tiré así de una. Pero es que en serio, amigo, no puede ser tan indescifrable la cosa. Se la pasan puteando, supuestamente, pero yo vi sus ojos. 
—Pasa que vos lo conoces poco todavía, pero Ramiro es un pelotudo.
—Ya sé que es un pelotudo, pero no me la paso cagándolo a puteadas. 
—Eso es porque no te da la cara. —Me echó una sonrisa terminal y cruzó la calle. La seguí. 
—¿A dónde estamos yendo?
—¿Por qué tantas preguntas, dios?
—Porque me agarró una piba x y me está haciendo ir a yo qué sé dónde, solos, como si nos conocieramos de toda la vida, pero en realidad solo la vi una vez, y ni siquiera le hablé.
—Tal vez nos conocemos de otra vida, vos qué sabes. 

Yo no creo en esas cosas. En Dios, en el universo, en los cristales, en las almas, en los fantasmas. Toda esa mierda espiritual me suena a Cenicienta. Lo juro. 
Me acuerdo que una vuelta mi vieja me dió una Biblia para nenes y literalmente sentí que estaba leyendo Cenicienta.
Mi vieja sí cree, pero yo no. Y el abuelo era peor todavía. Él sí que cree. Creía. 

Marco El De La CateWhere stories live. Discover now