5

3 0 0
                                    

La plaza de noche cambia.

Sigue siendo la misma plaza, claramente, y siguen estando las mismas personas, pero el aire se respira distinto. Se respira menos, ¿en un buen sentido?

No hay nadie más que nosotros en todo el centro. Eso es porque los que se quedan hasta tarde, se quedan acá. Terminé descubriendo que es el spot de sani.
Siempre está la sensación de que no existe nada más que el gris destruido del piso y el verde aburrido de la copa de los árboles; pero a la noche, eso es un hecho, y eso que los colores no se ven.

Es la primera vez que caigo a esta hora.

Se escucha el ruido ininteligible de algún parlante sonando en algún lado.
Estamos todos reunidos. Effy, Noah, Simona, Rama, Alec, Bahía, Dante, Hachis, Mora, todos (fui aprendiendo los nombres con el tiempo). Todos menos la rubia increíble que, aunque ya habrán pasado dos semanas de la vez que la vi en la joda, no me puedo sacar de la cabeza. Un flechazo.

Hablan de la joda del otro día. Que Dante se puso tan en pedo que arrancó a hablar en inglés, y que Bahía se comió a cualquier cosa que se movía. Seguro por eso tomó tanto el chabón; pense. Hace días que vengo pensando que la piba es una hija de puta y nadie se da cuenta. No tiene nada que ver conmigo, así que tampoco es que me da bronca, bronca; pero un poco de pila. Dale. Alguien tiene que decirle algo.

Desde la oscuridad de la callesita entre el mirador y la cate apreció una silueta. A medida que caminaba en nuestra dirección, se iba dibujando. Un pantalón apretado, una remera de mangas largas con los hombros al descubierto, una cabellera rubia deslizándose por ellos. Era ella.

Sin darle cabida a nadie se acomodó a unos metros mios contra una de las rejitas bordeando los espacios verdes. Sacó un pucho de la cartera de tela que colgaba a su costado y, sacando el encendedor del jean negro (de cerca pude distinguir que arriba de la remera negra, que supongo era de esa tela fina que se usan para las medias de ballet, llevaba otra beige, sin mangas, con una delineado de encaje que aun era díficil seguir con la mirada) lo prendió.

Me acerqué. Me echó una mirada que no dejaba mucho a interpretación y me alcanzó otro pucho. Mientras ella guardaba el atado en su cartera, la cual llevaba mini mandalas al mismo tono marrón, yo me hice del fuego en el bolsillo de mi camisa.
-Gracias- prendí el cigarrillo. Volvió a mirarme, y esta vez pude distinguir un sútil de nada en su gesto. -¿Qué onda?
-Mira- giró su torso a mi y, tras un fuerte tono de agresividad en sus ojos, frenó; dibujando una pequeña sonrisa. -Vine acá porque estoy que no doy más. Y sabía que iban a estar tan ocupados fumando porro o tirando free, que ni se iban a enterar de que llegué. Aprecio el hecho de que vos sí. Pero no estoy para hablar.
Amagué preguntar qué pasaba, pero me calló. -Podríamos hacer toda la vuelta de conocernos, y etcétera, y etcétera, y etcétera. O podríamos fumar y- y existir- resopló.
Levanté las cejas y presioné mis labios.
Al rato nos sentamos.

Estaba semi-recostada en el piso, con su codo en mi pierna. Yo estaba sentado así en modo indio. En la mano ella tenía lo que creo poder afirmar era el décimo pucho.
Se acercó la colilla a los labios e inspiró cerrando los ojos. Parte del humo salió por su nariz y el resto lo soltó como si fuera la primera vez que respiraba en años.
Me miró. Era la primera vez que me miraba en serio.
Mejor dicho era la primera vez que me miraba esa noche, porque la vez que me la crucé en la calle también me miró.
Y me tiró la boca.

Nuestros movimientos se convirtieron uno en cuestión de segundos. Se subió arriba mio y, agarrándo mi mano, la llevó a su culo para que lo agarre. Era firme, pero a la vez agarrable. Jugable. Mordible. Me imaginé las cosas que podría hacerle y cómo se vería al desnudo, y de repente un calor empezó a emanar de mi cuerpo.
Volvió a sostener mi mano y, más lento, la deslizó hasta su teta que basicámente tenía la misma descripción pero se sentía como si estuviera agarrando uno de esos juguetes antiestrés divertidísimos.

Se acomodó más cerca mío. Arriba de mi pija. Podía sentir palpitaciones y calor, y tenía la certeza de que ella sentía el vulto. Se corrió el pelo a un costado.
-El cuello- dijo. Era la primera palabra que pronunciaba en una hora.
Le hice caso. Mordí, succioné, jugué, me divertí; total parecía que teníamos todo el tiempo del mundo, ya que este se había detenido.
Volvió a mis labios y despues de un corto chape, me encajó un pico.
Entró al bolsillo de mi pantalón y sacó el atado de Marlboro para hacerse de uno. Después sacó el fuego de mi camisa. Su tacto quemaba a la vez que se sentía familiar.
Me lo entregó y arrimándose a mi cara con las manos alrededor del cigarrillo, me pidió sin ni una sola palabra que lo prenda. De vuelta le hice caso, sosteniendo la mirada firme en sus ojos perfectos que juro que miré y miraría mil años.

Se tiró para atrás. Todavía apoyada en mis piernas, se sacó las zapatillas y descansó los pies en mi hombro izquierdo. Se me cruzó por la cabeza que debería molestarme, o generarme algún tipo de rechazo tener los pies practicámente descalzos de alguien tan cerca de la cara, pero con ella no supuso nada negativo. No supuso nada, en realidad. No hubo reacción de mi parte, simplemente la dejé y me dediqué a observarla como si fuera la única oportunidad que tendría.

Quién sabe, tal vez lo era.

Quise decir algo pero me suspiró soltando un shhh super tránquilo. Me alcanzó el pucho y lo fumé desde su mano. Lo compartimos, mientras ella jugaba con sus pies, cosa que no entendí pero, bueno, cada uno con sus mambos.
-Tenés lindos ojos- dijo de la nada.
-Gracias- solté con una risilla que no pude evitar porque nunca nadie me había dicho eso, no en un contexto como este.
Osea, la piba se tomó todo el trabajo del mundo para que nos quedemos en silencio, y decide a pesar de todo eso destacar que le gustan mis ojos...
-No, pero posta- se levantó y cojió con sus manos mi cara, acercándose a un nivel peligroso. Sus labios estaban a menos de dos centímetros. -Son muy oscuros, opacos. No hay nada atrás. No puedo ni verme a mi- río. Tenía una risa hermosa.
¿Eso era algo bueno?
-¿No era que no estabas para hablar?
-Es verd- quiso decir pero la callé con un beso que seguimos por un buen rato. Le acaricié el pelo, ella siguió ríendose entre mis labios. La noche se silenció. Imposible decir cuánto tiempo estuvimos así.

De repente me encajó otro pico, se paró, movió un poco la mano para saludarme, y se fue.

Marco El De La CateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora