Prefacio

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Cuando eres bueno en algo; te esfuerzas por ser el mejor, y cosechar los resultados de esa perseverancia: halagos y felicitaciones, palabras de apoyo y de admiración. Cuando eres bueno en algo atesóralo porque hay dos tipos de personas en este mundo, las que se acercan por tu talento, y las que sacan valor de tus habilidades.

Uno de los pocos momentos de felicidad que tenía, esos partidos de ajedrez en los que participaba. Había un árbitro anunciando mi victoria contra mi contrincante, y a mi padre al lado mostrando su aprobación, cualquiera diría que es un hombre que apoya las aficiones de su hijo y se alegraba de sus triunfos, claro que le agradaban mis victorias en los torneos; porque le hacía ganar mucho dinero.

La persona que llamaba padre nunca vio valor en mí; era un puto ebrio, sin decencia ni control, mujeriego, cobarde, y todo un fracasado, lo único en lo que era bueno, el desgraciado era mentir y estafar. Una persona como él no tiene un trabajo estable, pero no se necesita cuando eres una sucia rata.

Durante el día ese hombre se dedicaba a vender boletos falsos, para eventos grandes, cuando los originales se agotaban. Otra artimaña era probar en la calle comida rápida, y a mitad de cada una de ellas colocarle cosas asquerosas en las mismas, para hacer un escándalo y no pagar; y le funcionaba por temor de los cocineros a demandas. Durante la noche, se gastaba todo en botellas y prostitutas, para terminar con la única puta a la que no le daba ni un centavo.

Mi madre no era mejor, era otra alcohólica amante del sexo con cualquiera que le diera más de 20 $, como se imaginaran nunca estaba en casa, aprendía hacer todo solo. Por suerte o desgracia me la pasaba la mayor parte del tiempo en la escuela. No estaba inscrito porque mis padres quisieron darme lo que ellos no tuvieron, no tienen tanta alma, lo hicieron al enterarse de que podrían deshacerse de mí un par de horas.

No era el mejor estudiante, ni me esforzaba por serlo, no podía importarles menos hasta el día que le anunciaron a mi padre mi pequeña inclinación por el juego del ajedrez, al principio le hizo caso omiso e incluso se burló. Yo seguí practicando, me gustaba que fuera algo en lo que se tiene que usar el cerebro y no los cojones, un día les informe que iba a participar. Avisar no preguntar. Fue cuando a aquella escoria se le iluminaron los ojos viendo una oportunidad de oro al ver que se ganaba dinero por jugar aquel juego que para él era de genios afeminados.

Había pasado más de la mitad del torneo de la escuela cuando él llegó, mal oliente, con resaca de la noche anterior, fingiendo estar conmovido de verme jugar. Era novato para ese entonces; así que termine en tercer lugar, al llegar a casa mi padre me dejo más que claras sus intenciones con el juego, castigándome y reprochándome no haber ganado el premio en efectivo del primer lugar. Y que me hiciera a la idea que ese fuera mi sanción si no lo hacía conseguir dinero con el juego.

Lo que empezó por fanatismo y distracción, se convirtió en una obligación por la avaricia de un holgazán. Empecé a practicar día y noche para pulir mi talento hasta que me convertí en alguien muy bueno, y el mejor de mi región. Las cosas iba aumentando; mientras más participaba, más hábil era; sobre todo, más ganaba. Y del total de mis victorias nunca recibí nada, se lo gastaba ese miserable en sus vicios, y en parecer formal ante las personas en cada competencia, una rata de bodega vestida de etiqueta. Nunca espere recibir nada, hubo un momento en el que, a pesar de que me estaban utilizando, me concentre solo en lo que al principio me atrajo al juego.

También llego un punto en que mi madre se cansó de mi padre, por los rechazos que recibía después de que empecé a ganar efectivo, se empezó a comportar amorosa y afectiva; obvio, interesada en el dinero, ya que él era el que lo administraba, al final acabo por irse.

La casa él la termino vendiendo, y desde ahí no tuvimos lugar fijo, ese hombre se convirtió en mi manager, yendo de un lado a otro consiguiéndome competencias con grandes premios y excesos. Esas decisiones siempre llevan a gente muy mala, una noche dos tipos entraron al departamento en el que nos quedábamos, yo tendría unos 10 años cuando me apuntaron preguntando por él. El cobarde salió tratando de persuadir a aquellos tipos que iban armados, les debía mucho dinero de lo que recuerdo una cifra que no conocía a esa edad, pero para él ya era muy tarde, allí mismo le dispararon hasta que cayó al suelo, no sentí nada.

Los sujetos no querían testigos; así que se dirigieron a mí y me apuntaron. Les pedí que esperen y fui a buscar un bolso donde él tenía el dinero ganado, no hace mucho, les dije que lo tomaran para que me dejaran vivir, cualquier otro me hubieran matado y llevarse el dinero, pero la suerte estaba de mi lado, y por alguna razón no lo hicieron.

De allí corrí por mucho tiempo, mi fortuna no se había acabado esa noche, sabía leer y en ese letrero de aquella entrada decía orfanato, toque y pedí ayuda y me recibieron. Años pasaron y yo terminé la escuela, me gradué de la segundaria, ya era mayor de edad; así que tenía que irme, pero siempre recordaré con agradecimiento a esas señoras que me mostraron por primera vez que no todo es, estar rodeado de gente asquerosa.

Me educaron bien, me enseñaron mejor, conseguí trabajos de medio tiempo y con mucho esfuerzo y sacrificio me pagué de forma honesta un departamento y me gradué de la universidad.

Ahí conocí a Helen, la que tiempo después se convertiría en mi esposa y tendríamos dos hijos, yo me aleje del juego del ajedrez porque me traía malos recuerdos, además ya albergaba cosas más importantes de las de qué preocuparme.

Pero siempre en esta vida no tenemos las de ganar/ganar, solo queda pedir por un ganar/perder y perder/ganar, porque cuando tienes las de perder/perder la muerte empieza a sonar como un regalo, como me paso a mí...

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Juego De PeonesWhere stories live. Discover now