CAPITULO III

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Yibo hizo lo que cualquier persona que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho: gritar.

Y después, salir corriendo hacia la puerta.

Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.

¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.

Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser uno de sus zapatos azules con forma de dinosaurio.

¡Joder! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar al intruso.

Más rápido de lo que él hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y lo inmovilizó con mucho cuidado.

— ¿Te has hecho daño? -le preguntó.

¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.

Con todos los sentidos embotados, Yibo miró hacia arriba y...

Bueno...

Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un Cajun gumbo. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y, además, con semejante tamaño.

Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de la frente y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.

Yibo se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el cabello. Le ardía todo el cuerpo.

— ¿Te has golpeado la cabeza? -le preguntó él.

De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.

Yibo miró con mucha atención aquella extensión de piel blanca, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara. ¡El tipo prácticamente resplandecía!

Fascinado, deseó verle el rostro y comprobar por sí mismo que era tan increíble como el resto de su cuerpo.

Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.

¡Era él!

¡No!, no podía ser.

Esto no podía estar sucediéndole a él, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con las manos enterradas en su cabello. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como él.

Pero aun así...

— ¿Xiao Zhan? -preguntó sin aliento.

Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.

Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.

Hasta "aquello" había comenzado a abultarse.

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Where stories live. Discover now