Sorpresas

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—Hay una indicación de que ahora me siento mentalmente estable, podría considerar que Pony alegra esta casa con sus ronroneos y maullidos. Desde que él está aquí, ya no tengo cambios drásticos en mi humor —dijo mi esposa.

Todas mis energías están puestas en organizar el viaje postergado. En cambio, Mathilde se ocupaba de confeccionar diferentes trajecitos para el gato. Le emocionaba sentarse a coser en la misma máquina que usaba Lalo para confeccionar el vestuario de Enchanté en tafetán importado de Italia. Mi tío, siempre se superó a si mismo al ofrecer un espectáculo dejando con la boca abierta incluso a los espectadores acostumbrados a la excentricidad.

—¡Maldita sea! Monique está afuera de la casa con el vendedor de panchos. Y no sé que quieren. Ese tipo es un bruto insoportable —susurró Mathilde mientras miraba a través de la tela de la cortina del ventanal.

—Abriré la puerta y les preguntaré que quieren —decidí rápidamente—. Al fin y al cabo ya están aquí, y nos han visto.

Después de unos minutos ya estaban sentados en nuestro living, cuando Mathilde dijo a Monique en son de burla:

—Ya sé que extrañas a mi hermano. ¡Ay, debes admitirlo! Te has aburrido de tu antipático novio del club de la salchicha. Vos crees que no me doy cuenta de nada ¡Ay, qué risa que me provocas!

El hombre la miró indignado.

—¿Por qué dices esas cosas? No vinimos a eso —dijo Monique mientras se cruzaba de brazos.

—Nos vamos a casar —inquirió el hombre mientras se ponía de pie para entregarle un sobre de color rojo.

—¿Qué hacés, entrometido? —exclamé y luego tomé el sobre que había puesto en el regazo de mi esposa.

—Perdóneme, usted —murmuró el hombre, colorado de la vergüenza —. Le doy mi palabra que no lo quise ofender. En ese sobre esta la invitación.

Salí al jardín y hundi mis pies en el pasto verde. Abrí el sobre sin poder respirar. Aquello era tan misterioso. No me podía atrever a volver a la casa. Mi cuerpo se negaba a llevarme hacia adelante, pero tampoco quería quedar como un idiota que no acepta lo que realmente es.

Mathilde, nerviosa, estaba de pie en el marco de la puerta mientras fumaba un cigarrillo. Miré hacía el interior de la casa y ellos dos seguían inmóviles como si fuesen dos figuras fantasmales.

—¡Diablos! —dijo Mathilde— ¡Mira quién viene! ¿No ves? ¡Ese es el auto de mi hermano!

—Esto no me gusta ni una pizca. Vayamos a la vereda a recibirlo. A lo mejor, esta vez no se enoja.

Le contamos que estábamos con unas visitas un tanto indeseables.

—A eso vine —rugió el rubio— ¿Qué se han creído?

En ese momento él se oyó muy extraño, y al ver a Matheus aquellos dos se quedaron pasmados.

El novio de Monique recibió una fuerte bofetada. Luego, tanto a él como a Monique se les dijo que no podían seguir viniendo a esta casa. Los dos parecían no entender lo problemático de la situación. El hombre se plantó delante del rubio, lo zarandeó y lo obligó a disculparse.

—¡Suélteme! —protestó Matheus—. Me hace daño una vez más e iré directamente al destacamento policial para hacerle una denuncia.

Los Deseos de Demetrius    (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant