Perdiendo la razón

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   Era la hora de salida, después de una pesada jornada laboral. Tomé mis cosas y esperé a la Mathilde de pie en estacionamiento del hipermercado. El cielo estaba estrellado y la luz de la luna se reflejaba en mi parabrisas. Me llevé un cigarrillo a la boca y cuando estaba por sacar el encendedor del bolsillo de mi pantalón, oí un grito de un hombre.

Boyd estaba del otro lado del aparcadero. Ella gritó y no fuí capaz de contestarle, me quedé duro como una roca. Al minuto nos rodearon los otros colegas. Delante de ellos quise armarme de valor para pegarle una piña al delicuente que le estaba arrebatando el bolso a Patty. Por fin, el tipo encapuchado decidió irse corriendo, empujando a la gente que lo rodeaba y le gritaba. Volví a mi auto, cabizbajo y silencioso. Mathilde subió al 600 con una sonrisa y emprendimos la marcha.

—¡Mathilde, de esta no escaparás! ¡Vas a echarlo a perder por nada!

—¿Qué te pasa? —preguntó la rubia serenamente.

—Tengo una pequeña contrariedad...

No le dije nada, sin embargo su risa macabra envenenaba la poca felicidad que tenía: la imagen de su rebeldía, me provocaba un sentimiento de indecisión, y la ejecución de los hechos era inverosímil, todo me sacaba de las casillas. «¡Mathilde, Mathilde!» —pensaba con desazón—.

¿Por qué hizo eso? ¿Qué más podría hacer?
Pensé que en su mente no existía el sentimiento de clemencia. Ella era ruda y hacia lo que se venia en gana.

Finalmente al siguiente día me dijo Matheus que le habían concedido un permiso para faltar al trabajo durante varios días a Patty.
Llamé a Mathilde para contarle y le dije:

—¿Será que te mandó al frente? —exclamé preocupado.

—Lo dudo. ¡Concéntrate querés! —dijo la rubia, señalando la computadora de mi escritorio.

—Yo creo que te haces la ruda porque te gusta que todos te tengan miedo — dije en un tono serio.

—Demetrius, no me pongas más nerviosa.

—Ser vengativa te vuelve más traicionera y selectiva.

—Demetrius, yo no planeo ser así. Es algo natural que repercute de manera rápida e imprevista, que interpela con mi sentir de una forma casi violenta —dijo sin vacilación ni temor.

—Bueno, ya pasó. Eso quedó atrás. Solo asegúrate que Boyd no vaya a decir que un día la amenazaste.

Mathilde chasqueó la lengua, miró su celular y dijo:

—¿Ella tiene un móvil? ¿Tenés el número de la casa de Patty?

—Debe tener, aunque nunca la he visto. Creo que tiene un Beeper —mascullé.

—¿Qué? Yo tiré mi bepper a la basura hace meses—respondió ojiplática.

—Tendrás que ir a su casa a disculparte. Estuviste genial, pero si el sujeto realmente le hubiese robado su cartera o la hubiese dañado físicamente, vos estarías en problemas.

Los Deseos de Demetrius    (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon