64. El diario de James

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Me encontraba en el parque frente a la estación cuando mi teléfono sonó. Era Evan. Le había dado mi número y solíamos mensajearnos mucho. No me sorprendió que me llamara. Contesté.

— Hola— dije.
— Hola... ¿Qué haces?
— Estoy en el parque— dije.
— ¿Tú solo?
— Así es.
— ¿Qué haces ahí?
— Estoy en la fuente.
— ¿Te gustan las fuentes?
— Mucho. El agua se siente bien.
— ¿Qué?
— Te dije que estoy en la fuente. Lo decía literalmente porque mis pies sí están tocando el agua.
— ¿Se puede hacer eso?
— No lo sé— admití—. Creo que no porque la gente que pasa me mira mucho y parece molesta.
— Entonces deja de hacerlo.
— Pero ya no tendré nada qué hacer.
— Busca otra cosa.
— Podría buscar un empleo.
— Pensé que ya tenías un empleo.
— No sé si Katherine ya me despidió o no. Iré a preguntarle.

Terminé la llamada. Salí de la fuente, sequé mis pies y me puse mis botas. Después caminé tranquilamente hasta la cafetería de Katherine. Me encontré con Jace.

— Hola— le dije.
— Hace mucho que no te veía— dijo de buen humor—, ¿Vienes a cubrir un turno o encontraste otro empleo?
— En realidad vine a ver si todavía puedo volver.
— Ojalá puedas... extraño verte por aquí.
— ¿De verdad? Porque entonces aún si no me dan el empleo podría venir de vez en cuando... para que no me extrañes tanto.

Sonrió.

— Sería algo muy bueno— dijo.

Él definitivamente era un buen chico. Katherine apareció. Se acercó.

— Jimi, hola— dijo—. Hace mucho que no te veía por aquí.
— Sí, probablemente porque dejé mi empleo sin decir nada— dije.
— Descuida, encontré más chicos lindos que pudieron cubrir tu turno. Aunque es tuyo si quieres. Aquí siempre hace falta más ayuda. Sobre todo porque Jace confunde su horario todo el tiempo— dijo ella.
— Perdón por eso pero creo que estoy destinado a confundir mi horario— dijo él.
— Yo podría recordártelo— le dije—. Por mensaje. Si quieres. Honestamente no me he animado a enviarte un mensaje. Ahora ya tengo un pretexto.
— Sería lindo— dijo él.
— Genial, será bueno tenerte de nuevo aquí— dijo Katherine—. Atraías a muchas personas, seguramente te extrañaron.
— ¿Eso no te parece raro?— le pregunté.
— Honestamente sí. Sé que muchos vienen por la comida pero sé que también somos famosos porque nuestros meseros son agradables chicos lindos— admitió ella.
— A mí no me molesta— dije.

Entonces vi a Scott en una mesa. Estaba solo.

— ¿Scott viene mucho por aquí?— dije.
— Bastante— dijo Katherine—. No sé si debería revelar esta información pero creo que es adicto a las galletas de avena. Le encantan, siempre las pide.
— Debe ser de ese grupo de gente que sí viene por la comida— dije—. O eso espero... ¿Debería ir a saludarlo?
— Podrías llevarle su orden— me dijo ella.

Fui a la cocina. Me dieron sus galletas, las había pedido para llevar. Fui a su mesa. Miraba unas hojas de un expediente así que no se dio cuenta de que era yo. Decidí hablar.

— Traje tus galletas de avena— le dije.

Me observó. Dejó inmediatamente sus hojas y guardó todo.

— No sabía que trabajabas aquí todavía— dijo.
— Me ausenté un tiempo pero ya volví... tú deberías tomarte un tiempo del trabajo. Te ves cansado. Y esas galletas no ayudarán, necesitas algo que aporte más energía. Además la avena es aburrida.
— Deberías comer más avena. Te hará bien.
— Estoy en una excelente forma física. Recuerda que derroté a tu escuadrón.
— Porque son idiotas y te subestimaron— dijo.
— O quizá porque sé cosas. Deberías comprobarlo.
— Pensé que tú mejor que nadie sabrías el terrible error que es subestimar a alguien.
— No te subestimaba— dije—. Es obvio que sabes cosas. Sólo quería comprobarlo.
— ¿Por qué?
— Curiosidad— dije.

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