historia interminable

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xiii

Febrero 2014


Todo esto cambió en una de las numerosas tardes que a partir de entonces pasábamos juntos. Decidimos que, pese a la fría noche que estaba haciendo, podríamos pasar un buen rato en el parque junto al río. Escuchaba como hablaban entre ellos con facilidad, sin haber silencios incómodos o temas demasiado monótonos. Con una sonrisa en la cara.

Y fue una de las primeras veces que salimos cuando decidí no volver a hacerlo más, y romper la promesa que ellas prácticamente escribieron en mis labios.

Como siempre, todos estábamos en el parque a la luz de una farola, apoyados en un banco sin estar del todo sentados. Le pedí a Paula que me acompañara a beber agua a la fuente, o, por lo menos, a ver si había suerte, ya que por esas fechas solían cerrar las fuentes por miedo a que podrían congelarse.

Y Sara y Blasco estaban demasiado juntos para mi gusto.

Qué pena que mi corazón ya estaba roto, porque si no, se hubiera quebrado en ese mismo instante.

Me dolió más que una patada en la cara. No sólo porque una de las chicas que menospreciaba mis problemas de inseguridad y trataba de quemarlas hasta los topes estaba besando al chico que más o menos me gustaba, sino también porque me sentí traicionada en todos los sentidos.

Claro que yo y Sara habíamos hablado más de lo que yo hubiera querido del puto tema, el problema era que ella sí que quería hablarlo. Y ahí es cuando me di cuenta de que yo no era nadie para decirle nada al respecto. Yo no podía decirle que no podía ir con él sólo porque a mí me gustara, porque lo cierto es que nunca me había planteado que tal vez a ellas también podría gustarle. Y que a él le gustara ellas. Aunque eso me lo había imaginado más veces de lo que me gustaría admitir, ya que, en el interior de mi alma rasgada y llena de arañazos, sabía que él jamás se fijaría en una persona como yo: insegura, completamente sin autoestima y con una mentalidad autodestructiva que todo a mi alrededor sería capaz de desplomarse con tan sólo un pensamiento.

Y yo le dije todo aquello. Fue una de las primeras veces que dije todo lo que había en mi mente, y una de las últimas. Y al final ella acabó cediendo. Y yo me hundí más en la miseria.

No volví a salir con ellos durante mucho más tiempo de lo que tenía en mente.

Pero eso había pasado hacía una semana.

Al instituto sí que me obligaban a ir, por mucho que yo deseara meterme bajo las sábanas y no volver a ver ningún ser humano que me haya herido durante al menos dos años.

Mis dedos jugaban entre sí encima de la mesa de madera en medio de la cafetería del instituto. Ellas hablaban animadamente, y yo como siempre trataba de no escuchar su parloteo intenso sobre temas que no me interesaban.

Paula estaba enfadada con su hermana. Sabía la razón; a ella tampoco le hacía gracia que se hubiera juntado con Blasco sabiendo la situación. Salió en mi defensa como si yo no pudiera hacerlo. Parecía que era ella la que más se preocupaba por mí. Y no sabía demasiado bien cómo interpretar eso.

Me trataban como a una verdadera enferma. Me costó unos cuantos meses poder volver a comer delante de ellas sin que me miraran como juezas, pero nunca diciendo nada en voz alta.

Jamás tendría que haber dejado que ellas lo notaran.

Aunque yo misma había recapacitado. Sabía muy bien que lo que estaba haciendo; sólo estaba hiriendo y dañando mi cuerpo interior y exteriormente, pero no necesitaba una intervención para que me hicieran sentir incluso más incómoda delante de ellas.

Paula se rió estridentemente con su risa tan característica sobre un tema que no me constaba, ya que su risa escandalosa me había sacado de mi mar de pensamientos que me salvaba de sus conversaciones.

-Podrías quedar con tu rubio si nosotras no podemos ir -dijo Paula con una sonrisa en la cara.

Sentí como si alguien me hubiera apuñalado por la espalda. Y no sólo porque una de las chicas que menospreciaba mis problemas de inseguridad haya hecho como si todo estuviera solucionado, sino también porque me sentí traicionada. En todos los sentidos. También por ella.

Sara se quedó callada, y el resto se rió como si yo no estuviera presente.

-Podemos llamarle así ahora, ¿no? Tu rubio.

No me importó lo que me dijeran, simplemente me levanté de la mesa con todo el ruido posible, y me fui de allí, entrando en el edificio del instituto y sentándome en frente de la puerta de mi clase.

Y así es lo mucho que yo le importo a Paula. Así es lo mucho que le importo al resto.


-


Había decidido salir simplemente para ver cómo iban a reaccionar. Una última vez. Un último fin de semana.

Paula me llevó lejos del grupo unos segundos.

-Enséñame la muñeca -me dijo con voz comandante.

-¿Qué? -respondí frunciendo el ceño.

-Tú hazlo.

Con un chasquido de lengua y poniendo los ojos en blanco, me remangué la chaqueta.

-Son viejas -mentí.

-Sí, como de una semana.

Volví a cubrirme el brazo e hice ademán de volver al grupo, pero Paula me sujetó del brazo herido y casi la empujo al suelo del dolor.

-Nos lo prometiste, Belle.

-No, hicisteis que lo prometiera, son dos cosas distintas.

Había conseguido rebajar los impulsos de llorar delante de la gente, y aprendí a no tentarme a hacerlo. Lo último que quería es que vieran que estaba débil.

Me habían pateado tantas veces con aquello, siempre me hacían lo mismo, que uno ya acaba creyendo que alguien es capaz de acostumbrarse a las piedras que te van tirando por el camino. Lo que muchos saben, pero ignoran, es que más de una de esas piedras acaba hiriéndote en donde más te duele, y al no haber intervalo de tiempo para sanar entre piedra y piedra, te acaba matando. Y, aún así, siempre yo acababa siendo la mala. Yo era la mala, pero ellas eran las que lanzaban las piedras.

Sólo quería irme a casa, enterrarme bajo las sábanas y no volver a salir nunca.

Cuando los chicos comenzaron a mover hacia otro lado, Sara comenzó a llorar.

Claro que lloraba.

Y, otra vez, quería hablar del tema, aunque sólo me había abordado con eso durante toda la maldita semana.

Resoplé en alto y no tuve ningún reparo en que me oyesen.

Sara me abrazó con tanta fuerza que tuve que de devolvérselo.

-Belle, por favor, no te enfades conmigo. Voy a terminar esto, de verdad, yo-

Por eso odio este tipo de situaciones.

-Para, Sara, de verdad -la interrumpí, apartándola de mí.

-No, Belle. No quiero que por mi culpa te encierres de nuevo y... -no tuvo ni valor para terminar la frase.

Suspiré y miré el suelo.

-Sara, yo no soy nadie para decirte lo qué debes hacer. Yo no tengo la culpa de que le gustes tú y no yo, y estoy acostumbrada a esto, por si no lo habías notado. Lo superaré.

Y lo dije en serio. Claro que no me quería enfadar con ella por eso, aunque no me hiciera gracia. No tenía derecho a enfadarme con ella, por mucho que quisiera.


Pero eso no me detuve cuando decidí volver a encerrarme, y a no confiar más en nadie.


Roller Coaster (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora