· T r e i n t a & S e i s ·

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NARRA JAX


—Eso huele genial, chico.

Freddo me apretó el hombro antes de dejar que siguiera cocinando.

Mi primer día en casa... y ya deseaba hacer todo lo posible por no irme de allí.

Había pasado el día con Olivia, poniéndome al día de su vida. Me enseñó los cambios en la ciudad, el nuevo centro comercial, e incluso fuimos a ver a los nuevos camareros de la central del Pollo Frito.

Vimos una película en el cine, sacamos a pasear a Lasaña, que casi se hace pis a mis pies, y luego fuimos al restaurante una hora antes de que abriesen.

En aquel momento ella estaba con Jenna tomando unos Sprtizs en la barra mientras yo disfrutaba. De vez en cuando me llegaba su risa.

Sonaba estridente y relajada. Mucho más feliz de cómo había sonado los últimos meses por videollamada.

Mucho más feliz de cómo yo mismo sonaba.

Me incliné sobre la sartén y tomé una cuchara limpia para hundirla en la carne y probarla. Cerré los ojos, disfrutando de cada sabor. Podía verlos como colores en mi cabeza.

La sal, el blanco.

El tomate, rojo ácido.

Las especias, verdes, amarillas y negras.

El amargo, marrón.

El dulzor, azul.

Le faltaba un poco de cilantro y de picante...

Me reí ante aquel pensamiento mientras dejaba la cuchara sucia a un lado. Mi padre diría que me gustaba demasiado la comida picante.

—Lo echas de menos.

Una conocida voz a mi espalda me sobresaltó.

La de mi padre.

Y no era una pregunta, sino una afirmación.

Me volví hacia él y suspiré.

—Echo muchas cosas de menos, papá.

—¿Te das cuenta de lo mucho que estás desperdiciando tu talento de cocinero, trabajando de modelo?

Apreté los labios, sintiendo de nuevo la presión. Esa agonizante que se quedaba en mi pecho como un peso muerto.

Esa que me asediaba los últimos meses.

—Lo sé.

Mi padre suspiró y posó su mano grande sobre mi hombro.

—Eres un chico guapo, Jax. Pero eso no dura para siempre.

—Lo sé, papà.

Respiré profundamente, pero en ese momento no pude oler la variedad de aromas de la cocina.

No olía a nada.

No sabía a nada.

Ya no había colores.

—¿No te gustaría volver?

Más de lo que imaginas.

—Tengo que ir al baño.

Bajé el fuego, aún sabiendo que él se quedaría cuidando la comida, y me alejé con decisión fuera de la cocina, casi chocando con un cocinero que llevaba media jarra de vino en un bol de cristal.

Me encerré en el baño, dejando atrás las risas de Olivia, los fogones chisporroteando y todos los colores de la felicidad.

Me encerré sabiendo que no podía pedir ayuda... porque nadie podía ayudarme.

Una Perfecta Despedida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora