Extra 2: ¿Y si vivimos juntos?

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Ese año viviendo los cuatro en la misma casa pasó mucho más rápido de lo que imaginaba

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Ese año viviendo los cuatro en la misma casa pasó mucho más rápido de lo que imaginaba. Entre la universidad, el trabajo en la agencia de viajes, y las miles de formas en las que Jax y yo conseguimos escabullirnos para besarnos en la habitación, hicieron que el tiempo volara.

Él consiguió trabajo en un restaurante japonés de la ciudad como camarero, pero al poco tiempo lo movieron a pinche en la cocina y antes de que acabara el año ya participaba elaborando muchos platos.

Sin embargo, eso no hizo más fácil el día que volvió a empacar las maletas y se despidió para volver a marcharse. Por suerte no fue muy lejos.

Le volvieron a admitir en el curso de cocina en Los Ángeles. Un año intenso de trabajo. Aunque la ciudad no estaba tan lejos, era una locura ir y venir todos los días, no podría dormir. Así que alquiló una habitación en un apartamento con más estudiantes. Sin embargo nos visitaba los fines de semana y yo iba a verlo en mis vacaciones.

Este año pasó un poco más despacio, y apenas quedaban un par de meses para mi graduación cuando Jax me propuso la idea más extraordinaria y maravillosa del mundo: la locura de mudarnos juntos.

Todo comenzó un fin de semana, cuando le visité en Los Ángeles. Estaba a punto de comenzar la recta final de la universidad y sabía que los exámenes me ahogarían, así aproveché la oportunidad por si luego pasábamos más tiempo sin vernos.

Estábamos paseando por una concurrida avenida cuando me dijo:

—Tengo algo que enseñarte.

Ladeé la cabeza esperándome cualquier tipo de sorpresa: una tienda que llamase la atención, un monumento extraño, un museo, un artista callejero gracioso, una nueva cadena rápida de café...

Pero no eso.

Era un local.

Un local cerrado a cal y canto, con los cristales sucios y pinturas en la fachada al lado de un cartel con las palabras "se vende".

—¿Qué te parece?

Jax me miró expectante, casi igual que Lasaña cuando daba la patita y esperaba a que lo felicitase y le diese una golosina.

Me dio hasta un poco de pena mi respuesta, pero estaba completamente perdida:

—¿El local? Un poco viejo, ¿no?

Miré a mi alrededor. Quizás estuviese tratando de enseñarme otra cosa, pero no era así. Lo confirmó cuando añadió:

—Estoy pensando en comprarlo.

—Comprarlo —repetí estupefacta.

No estaba entendiendo nada. Además, ¿cuánto podría valer esa propiedad? Porque la ciudad barata no era, desde luego.

—Me han ofrecido trabajo en el restaurante del chef que dirige el curso para cuando termine, y es una oportunidad increíble para continuar mejorando, pero siempre me interesó poder tener el mío propio.

Una Perfecta Despedida ©Where stories live. Discover now