Capítulo 21.

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Las calles ya no eran un lugar amenazante, poco a poco iban adquiriendo una vibra de lugar protector para César, en el fondo sentía que cualquier lugar en el que estuviera sería más peligroso que las calles; la prueba estaba en los negocios donde ya había estado, la casa de Pedro, la casa de Esteban. Había una extraña razón por la que todos lo hacían a un lado, era difícil dar con ella, ¿sería acaso..?

Por su parte, Esteban se mantenía recostado en su cama, esperando la llamada del siguiente cliente, que probablemente lo llevaría a una cena muy elegante, pero donde la plática sería tremendamente aburrida. Sus pensamientos le traían constantemente a César. No era remordimiento lo que sentía por alejarlo de casa, si no que por alguna razón no podía alejar de sus recuerdos aquella imagen deplorable del chico cuando vagaba perdido por las calles y seguramente en esos momentos estaría haciendo lo mismo. Sólo en su cabeza deseaba que le fuera bien, porque en movimiento no se pondría o quizá... El teléfono sonó, era el próximo cliente que lo estaba esperando. No había tiempo que perder, era hora de ir hacia esa cita aburrida.

Como siempre pasa, no se puede evitar la comparación entre lo que hacen unas personas y otras. Mientras sujetos asquerosamente ricos gastaban dinero en cenar y tener sexo con chicos jóvenes apuestos, otros buscaban en los parques comida que alguien había dejado sin terminar. Sería el caso de César, quien con un hambre terrible encima se negaba a tomar lo que las personas abandonaban en los asientos. Desde el inicio del día había estado pensando en la manera de sobrevivir por aquellos días, aquellas casas que había considerado hogares ya no estaban a su alcance. Aunque fuera lo más obvio, no admitía la idea de dormir en la intemperie todas las noches.

Nada extraordinario pasó en ese día, más que el pobre chico había descubierto que el estómago podía rugir tan fuerte como decían en los programas animados. Por fortuna, la noche no era fría así que podía dormir cómodamente en el parque, caminaba sin preocupaciones hasta que sintió la presencia de alguien atrás de él, al principio no le dio importancia, pero ese sujeto seguía detrás de él a donde fuera. Entonces el miedo comenzó a invadirlo, seguro el tipo quería robarle. César se llenó de pánico, por varios momentos pensó en darse la vuelta y gritarle al chico que se fuera, que no tenía nada en el bolsillo; volteó una vez, pero el tipo tenía puesta la gorra de su sudadera y fue imposible distinguir su rostro en la oscuridad. Pensó en que no había razón para entrar en pánico, quizá iban para el mismo lado, por lo que, para evitar que el tipo fuera detrás de él se sentó en un asiento próximo, así lo hizo y el tipo siguió de largo, por un momento se sintió aliviado, pero aquel hombre tenía la cabeza vuelta hacia él, al parecer, no le quitaba la mirada de encima, sin dejar de ver a César, se sentó en el asiento contiguo. Aún sentado el hombre seguía mirándole, César decidió mirar hacia otro lado, evitando aquella intensa mirada. De pronto, el hombre se levantó y César sintió cómo sus pasos se escuchaban cada vez más cerca de él, al principio sólo cerca, después parecía caminar alrededor de él, como si lo estuviera inspeccionando. Después de un rato de inspección el hombre se decidió a acercarse y hablarle.

-Hola. ¿Cómo estás? -el hombre se sentó tranquilamente, como si no tuviera consciencia del miedo que había provocado.

-Hola -César, aún con miedo, respondía de mala gana, pero eso no parecía importarle al otro chico.

-¿Qué estabas haciendo?

-Nada, salí a dar una vuelta.

-Qué bien. El clima está muy agradable -el chico se quedó esperando una respuesta, pero al no tenerla continúo -Y dime, ¿qué es lo que estabas buscando?

-Nada.

-Qué mal. Y yo que creía ya se me había mejorado la noche.

-¿Qué? ¿Por qué?

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