Capítulo 11.

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Él músculoso y adolorido cuerpo del joven comenzaba a recrobar fuerza. Ya había recuperado la conciencia hace unos minutos, pero prefirió descansar un rato más en tan cálido y cómodo lugar. Sin embargo, recordó lo sucedido en la mañana y abriendo los ojos más de lo debido se levantó bruscamente, descubriendo así, que ya no se encontraba tumbado en las sucias calles, si no en un lugar tan limpio y bien amueblado, se impresionó, aunque sólo por unos segundos, pues los recuerdos de aquel lugar llegaron a su cabeza.

No tuvo tiempo de impresionarse más, el chico con el que menos deseaba encontrarse entro por la puerta y entonces César sintió una corriente de ira y miedo al ver a su encancelador.

—¿No puedes dejarme en paz ni un segundo? —gritó acercándose amenazadoramente pero se detuvo al recordar la fuerza de aquel tipo y que seguramente esta vez no tendría la misma suerte como aquella vez que pudo derribarlo.

Esteban sólo le miro fríamente y se dirigió a la cocina. César le siguió.

—¿Por qué me trajiste aquí? Te dije que no quería verte de nuevo. Dejame ir.

—¡Callate! —a Estaban nunca le habían los gritos, y no iba a dejar que aquel chico le alterara—. Ahora que te tengo aquí devuelta no dejaré que te vuelvas a ir tan fácil.

—No puedes tenerme aquí a la fuerza. No puedo creer que me hayas golpeado y me arrastraras hasta aquí.

—Yo no te golpeé —contestó César encogiéndose de hombros.

—¿Qué?

—Admito que te seguía. Te mire por uno de las calles y no dudé en seguirte para averiguar donde vivías. Pero un callejero se te acercó por atrás y te golpeó en la cabeza. Pensaba intervenir pero cuando el ladrón notó que no tenías nada en loa bolsillos se fue dejándote tirado. Yo sólo te levanté y te traje hasta aquí.

—No puede ser que tenga tan puta mala suerte —El moreno se sentó en uno de las cómodos sofás y puso sus manos en su cabeza, en total desesperación.

—La ciudad no es para ti definitivamente —No obtuvo respuesta—. Pero yo puedo ayudarte.

—¿Cómo? —el moreno lo miraba con desprecio.

—Tú sabes.

—Nunca haré nada de lo que tú me pidas —respondió ocultando su rostro con sus manos.

—Yo sé que no tienes muchas opciones y lo que tipo es muy sencillo. Sólo tienes que tener sexo conmigo.

—¡Nunca! —gritó César dejando su asiento.

—¿Tienes alguna otra buena opción?

—Quizá no, pero nunca aceptaré tus, propuestas.

—No te dejaré salir hasta que aceptes —dijo restándole importancia a estas palabras.

—Dejarme ir por favor.

—¿Acaso estás rogando?

—Por favor —imploró César —, estoy harto de esto.

—Entonces acepta.

César bajó la cabeza, derrotado. Sabía que no ganaría, sabía que aquel hombre no le dejaría en paz hasta que accediera a sus peticiones. Sólo quería estar tranquilo, no tener ni un problema más, pero no por esa razón tenía que prestarse para esta acción que para el sería denigrante. Pero las intensas oleadas de mala suerte hicieron que aceptara más que de gana. Después de todo podría no ser tan malo.

Por su parte Esteban sonreía de lado, feliz por su victoria. En su mente se repetían una y otra vez las palabras de que pagar por sexo cuando otros pagaban para tener sexo con él era de lo más absurdo. Pero ese joven campirano había despertado tanto interés sexual en él, que no podía reprimir las ganas de tenerlo cerca cuando los instintos humanos lo requerían.

Me VendoWhere stories live. Discover now