34. One and a Thousand Times More

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Seis meses después.

— Es la tercera vez que te gano, Glenn. Esto ya es muy fácil.— me burlo mientras me sigo riendo sin parar.

— Estás haciendo trampa, estoy seguro.

— ¿Yo haciendo trampa? Glenn, cuando te tiré el más cuatro, vos tenías uno igual para devolvermela y no lo hiciste.

— Oye, no sabía que se podían sumar esas. Ni siquiera los más dos.

— Te tiré como cinco de esas cartas hoy y no te diste cuenta, chino.

— Juguemos otra cosa, este juego es aburrido.— se quejó riéndose.— ¿Poker?

— No sé jugar.— le contesto y empezamos a juntar las cartas.

— Oh, vamos. ¿Enserio?

— Si, enserio.— le doy las cartas que junté para que las ponga en la cajita.— ¿Y al Truco?

— ¿Eh? ¿Qué es?

— Es un juego conocido en Argentina, allá casi todo el mundo lo juega. Te enseñaría, pero tienes que saber mentir para jugarlo, y eso evidentemente no es tu fuerte.— me río, seguida de el.

— Mejor no me enseñes, además no sabes explicar, evidentemente no es tu fuerte.—me hace burla imitando mi voz, que idiota.— Hagamos una casita de naipes, toma.— me pasó la mitad de las cartas.

Si, como un par de nenes de cinco años, empezamos a armar una pirámide desde el piso con las cartas.

— ¡Maldición!— se quejó cuando las cartas se les cayeron.

— Hagamos una sola torre.

Concentrados y con toda la seriedad del mundo empezamos a hacer una fila, después otra y otra. Teniendo que parar varias veces para reírnos de como al otro se le caían las cartas.

— Me rindo, basta.— le dije levantándome del piso y empezando a juntar las cartas de nuevo.

— Los he estado buscando.— Maggie llega a dónde estamos.

— La próxima vez tienes que jugar al Uno contra ella, amor.— Glenn se dirige a su esposa.— Alguien tiene que ganarle y sacarle el ego.— se rie.

— Ja, nadie puede.— dije fingiendo superioridad.

— Eso será en otro momento. Ahora tengo charlas pendientes con mi amiga.— dijo acercándose y entrelazando su brazo con el mío. — Nos vemos luego, cariño.

— Hasta me quedo con tu esposa.— le grito a Glenn mientras caminamos con Maggie. Escucho como los dos se ríen.

Caminamos hasta llegar a la biblioteca, ahí se puede hablar más o menos tranquila sin preocuparte por las chusmas.

— Bien. Estamos solas.— dice sonriendo de emoción.

— Dios santo, Maggie. Dios santo.— digo cubriendome la cara con las manos.

— ¿Le dijiste?— pone sus manos en mis hombros y me mira atentamente.

— No, no pude.

— Diablos, ¿Cómo que no pudiste? ¿Qué hicieron toda la noche?

— Nada, solo hablar. Bueno...— curvé los labios en una leve sonrisa, y al instante se me pusieron rojos los cachetes, causando que me vuelva a cubrir la cara con una sola mano.— Quizás algo.

SKYLINE ━ Daryl Dixon (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora