Manjar

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El sonido de la puerta del baño me generó escalofríos. Supuse que debía ser Adrien, aunque desconocía la razón por la que vino. 

—Tío llegó— dijo sin más.   

—Ya mismo bajamos. Estoy ocupada aquí. 

—Baja. 

—Siempre tienes que cortar con la diversión — Gisela salió desnuda de la bañera refunfuñando—. Aunque de cierto modo lo comprendo — entre risas abandonó el baño. 

Adrien se recostó en la puerta con los brazos cruzados. 

—Te he subestimado. Primero tu exmarido el tieso, luego yo y ahora mi hermana. Todo eso en menos de un día. Eres tremenda joya. 

—Te recuerdo que fuiste tú quien… 

—Báñate— ordenó. 

—¿Será que estás celoso? 

Una sonrisa se dibujó en sus labios. 

—Eso explicaría que hayas venido a interrumpirnos justo en el mejor momento. ¿Ahora yo qué hago? — vertí jabón líquido en mis pechos y los froté a la vista de él, sé que es un método infalible. 

—Bañarte con agua bien fría y bajar a la mesa del comedor donde todos te estaremos esperando. 

—Eres un cobarde — corrí la cortina decepcionada tras haber sentido en carne propia su rechazo. 

¿Para qué vino entonces? Es un imbécil de la peor calaña. 

—¡Maldito orgulloso de mierda! — le di varios puños a la pared y no medí la fuerza en que lo hice, lastimando mis nudillos por idiota.

Me quedé un rato en la ducha, solo con la intención de molestarlo, si es que eso podría causar algún efecto en él, pero al parecer la charla que tiene con su hermana y tío es más importante, pues los vi riendo en la mesa hasta que yo aparecí, ya que automáticamente fui el centro de atracción. 

Gisela se levantó para sacar la silla por mí y ayudarme a sentarme. La diferencia entre ellos es del cielo a la tierra. Ella es mucho más atenta. 

—Que gusto me da volver a verte — dijo su tío Gabriel. 

—Igualmente. Se les veía animados. ¿Me contarán el chiste? 

—Come primero. 

La empleada trajo el almuerzo a la mesa y ese olor es inconfundible. La decoración del plato lo hacía más apetecible. Sí, este es el sabor que tanto anhelaba encontrar en la carne de ternera, pero no era suficiente, jamás lo fue. 

La mirada de Adrien me siguió, sobre todo la de Gisela, haciendo que fuera incómodo masticar. ¿Tengo algo en la cara o qué

—¿Qué miran? 

—Parece que no hubieras comido en un mes— respondió Gisela. 

—Adrien tiene una cocinera bastante buena en lo que hace. Hace tiempo que no comía un platillo tan exquisito. 

—Concuerdo contigo. Es un tipo de manjar exquisito y especial, que solo se disfruta una vez en la vida — agregó Adrien. 

—No es cierto — negué—. Comes esto a diario. 

—Para mí lo es— levantó la copa vino, y todos le siguieron la corriente, a excepción de mí—. Brindo por esas personas que se han marchado para siempre de nuestras vidas, pero que siempre ocuparán un gran espacio en nuestro corazón; sobre todo, en nuestro estómago — en ningún momento dejó de mirarme.

Bajé la mirada a lo que quedaba en el plato, teniendo un solo pensamiento a la velocidad de una bala: «Osvaldo…». 

Volví a levantar la mirada del plato, coincidiendo con la suya y en sus labios se ensanchó una sonrisa. 

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora