Calidez

207 46 4
                                    

Me duele saber que su propósito desde el inicio fue usarme. Había muchas señales; señales que pasé desapercibida por dejarme llevar por lo que me hacía sentir. Me duele porque, en el fondo, creí que era importante o que significaba algo más para él. ¿Hasta dónde he llegado? 

—Vete, antes de que te vean aquí. Gracias por la información. 

Salió de la habitación y me dejé caer sobre la cama, encajando las piezas del rompecabezas. Cada una tenía una razón de ser. Entre más lo pensaba, más cuadran las cosas. He sido una completa ilusa. Pero esto no se quedará así. Si él quiere jugar sucio, yo también sé jugar. 

Al cabo de varios minutos, escuché la manija de la puerta y solo me quedé quieta, restándole importancia a quien fuera. 

—Mueve tus cosas a la otra habitación — pidió Adrien. 

—¿Para qué? Me gusta esta. 

—Ayer fui bastante claro cuando dije que la habitación principal será la nuestra. 

—Puedes quedarte con ella si tanto te gusta. Si quieres que las ideas fluyan, necesito estar a solas y concentrarme. Después de todo, eso es lo que más te importa, los resultados que pueda darte. 

—Te has vuelto muy respondona últimamente. La habitación es más espaciosa, cómoda y fresca que esta. Podrás tener todo el equipo que necesites al alcance. De todos modos, las anotaciones que harás serán fuera de la habitación. Además, el despacho también lo puedes utilizar. 

—Veo que te molesta que te digan no. Ya lo he dicho, me quedaré en esta habitación. 

—Perfecto— se quitó la camisa que llevaba puesta y se acomodó en la cama—. Es momento de una siesta— cruzó sus manos a la altura del abdomen y cerró los ojos. 

—Hay muchas habitaciones, ¿por qué buscas a como dé lugar quedarte en esta? 

—Porque se me antoja — respondió, aún sin abrir los ojos. 

Aunque por dentro estaba hirviendo de la rabia, de frustración e impotencia, tenía que bajarle a los humos. Debo actuar con inteligencia, no precipitadamente. 

—Haz lo que quieras — le di la espalda, intentando ignorar su presencia. 

—Eso suena a una invitación. 

Sentí su cuerpo hacer fricción con el mío, mientras su mano se acomodaba por debajo de mi brazo, en dirección a mi otra mano, quedando de cucharita. Escuché que su respiración pasó de acelerada a más calmada. 

Lo miré por arriba de mi hombro para ver qué estaba haciendo, pero se encontraba aún con los ojos cerrados. Pareciera que realmente va a dormir y no intentará otra cosa. ¿Cómo puede lucir tan sereno luego de todo lo que me ha hecho? 

—No te soporto, pareces una lapa— me quejé, decepcionándome de mí misma por sentirme cómoda y protegida en estos brazos que me han causado tanto mal. 

—Eres suave y esponjosa, mejor que una almohada, solo que demasiado ruidosa— murmuró. 

Ahora sí aguanténme que lo acabo. Cuando iba a refutarle, sentí la calidez del beso que depositó justo en mi hombro. De todo lo que iba a decirle, terminé diciendo nada.

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora