Ánimo

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—N-no puedo— su voz temblorosa me volvió a dar escalofríos.

—¿Por qué? 

—Yo… nunca he usado mis dedos de esa forma. 

—¿Nunca? —sonreí en mis adentros—. ¿Así que permaneces cerradita? Bien, no te avergüences. 

Seré el primero en destruir a esa fierecilla. Solo imaginar cómo sería nuestro primer encuentro, hace que sienta ganas de ir a su habitación ahora. No puedo permitir que nadie se me adelante. Una joya como esa no se encuentra dos veces en la vida. 

—¿No te molesta?

—No. Si tocas en el punto exacto, puedes explotar sin necesidad de insertar tus dedos. 

Voy a prepararla poco a poco, haré que desee con todas sus fuerzas tenerme y ahí será cuando no tendré ni una gota de piedad. Pienso moldearla a mi forma y a mi tamaño. No le quedarán ganas de desear a otro hombre que no sea yo. 

¿Quién lo diría? La fierecilla que desde que bajó a la mesa a desayunar y que sigue mirándome con desdén y molestia, es la misma que se corrió varias veces a mi nombre anoche. La misma que me enseñó cada parte de su cuerpo, incluyendo esos labios rosados y pequeños, que en mi puta cabeza ya los he saboreado como un postre en su punto. Puedo sentir el sabor a fresa de su coño en mi lengua. 

—Cuando termines de desayunar, ven al estudio, tengo algo que darte— dijo mi papá. 

—Entendido, papá. 

Él se levantó de la mesa y solo quedábamos mi madre, Ámbar y yo. No paraba de mirarla mientras llevaba su comida a la boca. Cada cierto tiempo le sonreía al plato, como una chiquilla enamorada. 

—¿Buenos recuerdos? 

Mi pregunta hizo que levantara la mirada del plato. 

—¿De qué hablas?

—No lo sé, pensé que eras tú quien respondería esa pregunta. 

—No sé de qué hablas. Has estado viéndome con cara de idiota desde que me senté a desayunar. ¿Qué tanto miras? 

—Te ves de buen humor hoy. Hasta pasaste a desayunar antes de irte a la escuela. ¿Alguna buena noticia? 

—¿A ti qué te importa? 

—Te ves diferente y muy sonriente. Incluso te pusiste labial, algo que regularmente no haces. ¿No me digas que encontraste novio? 

Mi madre la miró, esperando su respuesta. Ella también se veía intrigada. Sé perfectamente que su preocupación era mi padre. Ámbar estuvo unos segundos en silencio y disfruté internamente de su nerviosismo. 

—No— negó con la cabeza. 

—Cariño, sabes que puedes confiar en nosotros— insistió mi mamá.

—No pasa nada, mamá. Son supersticiones de este troglodita. Quiere que tu y mi papá se molesten conmigo. Me iré a la escuela — se levantó nerviosa de la silla.

—Dios te bendiga, mi amor. Cuídate mucho— mi madre le dio un beso en la mejilla. 

Me miró furiosa antes de irse y solo le di una última ojeada mientras estaba de espalda. No me había dado cuenta, pero ese uniforme es muy corto. 

Según terminé de desayunar, pasé por el estudio, tal y como mi padre me lo había pedido. Sobre el escritorio había varias latas y sin etiquetas. 

—Me comentaste que mañana vendrá tu maestra y que participarás en el concurso, así que demuestra de qué estás hecho. 

—¿Y esto, papá?

—Te he traído estas latas de pintura. Debes hacer buen uso de ella. Es de la mejor calidad y ya está preparada. La mezcla que empleo, conserva la consistencia y frescura de la sangre. Esa familia ha aportado mucho, incluso después de muerta. Me aseguré de que la familia de ese mal nacido permanezca unida, justo cómo y dónde siempre debieron estar; en el infierno. 

Sonreí al verlo tan emocionado. 

—Está demás decir que vivo orgulloso de ti y de todo lo que has logrado por tus propios medios. Nadie puede medirse a mi hijo. Nadie da la talla. Nadie te llega ni a los tobillos. Por eso, tú serás el ganador; porque los Moore siempre somos ganadores.  

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora