Desconcierto

142 40 7
                                    

Dio varias vueltas por la cocina, buscando y analizando lo que había. Luego, volvió a abrir el refrigerador y me miró.

—Entonces, ¿eso te gusta mucho? 

Me cuesta todavía entender la forma casual y tranquila en que habla sobre ello.

—Es la única carne que consumo— confesé. 

—¿La única? 

—Sí. 

—Asumo que sabes prepararla, ¿no? 

—Marce es quien me cocina y ha cocinado para mí toda la vida. 

—Ya veo. ¿Ella es familia?

—Mi empleada. 

—¿Empleada? Te creo. Es una mujer muy bonita y tiene el tipo de cuerpo que veo que te encanta. Además, si ha estado viviendo bajo el mismo techo que un hombre tan ardiente como tú, ya ha debido ser una presa más en tu lista. 

—Pues, ¿para qué te miento? La soledad no es buena compañía. Además, cuando hay necesidades, hay necesidades. Al parecer, soy como un libro abierto para ti. 

—Lo sospeché porque ella me mira muy apenada cuando nos ve juntos. Así como conozco a los hombres, también conozco a las mujeres. Entonces, ¿no sabes cocinar?

Entonces, ¿no le molesta o le incómoda enterarse de que he estado bajando calentura con Marce? Interesante. 

—Digamos que no se me da bien eso de cocinar, quizá porque nunca me he visto en la obligación de hacerlo. 

—Entiendo, pareces pariente de ricos— volvió a tomar la bolsa y la puso en el fregadero, sumergiéndola aún sellada en un envase con agua para que pudiera descongelarse más rápido. 

Todo lo que estaba haciendo era desconcertante para mí.  

—¿Sabes? — con la punta del cuchillo le hizo un agujero a la bolsa transparente—. Hace muchos años atrás estuve en una misión muy importante y peligrosa, pero las tropas enemigas nos hicieron una emboscada. Todo mi escuadrón fue derivado en solo un instante. Fui la única sobreviviente. Me abandonaron allí, pensando que habían acabado con todos nosotros. Cuando desperté, me encontraba en el mismo lugar, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero sí supe qué fue lo suficiente como para que los cuerpos de mis colegas estuvieran en proceso de descomposición. Era grotesco lo hinchados que se veían sus cuerpos, las ampollas que se habían creado bajo su piel, el olor a putrefacción. 

Soltó el cuchillo sobre la encimera, cerrando los ojos y soltando un profundo suspiro. 

—¿Estás bien?

—Tenía dos opciones para sobrevivir— prosiguió—. Si me quedaba en la zona en que perdieron comunicación con nosotros, tal vez enviarían a los nuestros a buscarnos. El tiempo que estuve varada allí para mí fue eterno. 

Debió ser tan desesperante pasar por algo así. 

—No había vegetación o animales, la poca agua que quedaba en la cantimplora debía usarla sabiamente y moderadamente para que rindiera. ¿Hasta cuándo iba a ser capaz de rendirla? No lo sabía. Era incierto mi destino, aun así, quise luchar por sobrevivir. Aunque guardaba la esperanza de ser encontrada algún día, era mi cuerpo quien no podía soportarlo más. Deshidratada, hambrienta, con un tobillo lastimado y sola. ¿Qué podía esperarme? 

Sus ojos se encontraron con los míos, esos ojos negros se volvieron más sombríos y curvó la comisura de su labio. 

—Al final, ellos fueron mi única alternativa. 

 
Ahora lo entiendo. Por esa razón no muestra asco o incomodidad. 

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora