JUNTAS MEJOR | 6

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Salimos corriendo en dirección al coche. Me agarró del brazo y me dijo que sería mejor si esperaba, pero le respondí que ni loca. Mer era mi amiga, y yo la había metido en esto, no pensaba dejarla sola a su suerte.

El bosque estaba envuelto en una oscuridad densa, con solo la luz de la luna filtrándose entre los árboles. El aire frío de la noche nos cortaba la piel mientras corríamos hacia el coche, los sonidos de ramas crujientes y hojas secas resonando bajo nuestros pies. Finalmente, al asomarnos, vimos a Mer en el interior, dormida. No había pasado nada, la pobre había gritado en sueños, probablemente teniendo alguna pesadilla con todo lo sucedido estos días. No la culpo, no debe ser fácil. En cuanto llegáramos a casa, nos esperaba una larga charla.

—Creo que va siendo hora de irnos, tendréis muchas cosas de las que hablar—dijo él, intentando mantener la calma.

—¿Pero y lo de antes? Quiero ayudarte —insistí, sintiendo la urgencia en mi voz.

—Luna, no puedes, es muy peligroso, ya te lo he dicho. Tienes que mantenerte al margen y olvidarte de todo lo que ha pasado.

—¿Por qué me has llamado Luna? Antes, cuando me presenté, también dijiste algo con esa palabra.

—¿Qué? No, perdona. Tu apellido significa luna, ¿no? Cuando me dijiste tu nombre, me pareció interesante y se me fue. Lo siento.

—Tranquilo, no pasa nada. Abre el coche, anda.

Cada crujido en el bosque me hacía saltar el corazón. Miraba sobre mi hombro constantemente, esperando ver a alguien surgir de las sombras.

Abrió el coche, pero sin dejar de mirar hacia todos los lados del bosque en busca de algún peligro.

El interior del coche estaba cálido y olía ligeramente a cuero desgastado. Mer se movía inquieta en el asiento trasero, sus gemidos suaves llenaban el silencio. Mis manos temblaban levemente, aún con la adrenalina.

Condujo todo el camino hacia mi casa. No podía dejar de pensar en lo de mi nombre, era un poco raro todo el asunto, pero ya me preocuparía de eso más tarde. Ahora quería llegar a casa, por raro que suene, y descansar. Mañana sería un día largo hablando con Mer.

Mer, ajena a nuestro apuro, dormía profundamente en el asiento trasero. Su respiración agitada y su frente perlada de sudor sugerían que estaba atrapada en una pesadilla.

El silencio en el coche era insoportable, y cada segundo que pasaba aumentaba la tensión. Desesperada por romper el hielo, mencioné a mi amiga que dormía detrás.

—Creo que está teniendo una pesadilla, está sudando mucho y no para de moverse —dije, preocupada. 

—Puede ser —respondió él, acelerando un poco—. Lo mejor será que vaya más rápido.

—Sí, será lo mejor.

El trayecto en el coche fue silencioso. Con este chico, todo era raro. A veces hablaba mucho, llenando el aire con palabras apresuradas. Otras veces, el silencio entre nosotros era tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo.

No sé cómo lo averiguó, pero estábamos en el vecindario de mi amiga. Nos adentramos en un vecindario de lujo, donde las casas estaban rodeadas de jardines perfectamente cuidados y farolas antiguas que iluminaban las calles tranquilas. Cada mansión era más imponente que la anterior, una muestra del abismo económico que nos separaba, un contraste marcado con las zonas más oscuras y peligrosas a las que estaba acostumbrada.

—Ya hemos llegado. ¿Cuál es tu casa?

—¿Mi casa? —El pobre se pensaba que vivía aquí. Agaché la mirada.

A PRUEBA DE BALAS (en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora