VI

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T/N


El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacia allí. Percy y Tyson se encontraban apoyados en una columna de mármol mirándonos desfilar. Annabeth se hallaba aún muy afectada, pero prometió que más tarde hablaría con nosotros y fue a reunirse con sus hermanos de la cabaña de Atenea: una docena de chicos y chicas de pelo rubio y ojos verdes como ella. Annabeth no era la mayor, pero era la segunda en llevar en el campamento más veranos que nadie; eso podías deducirlo mirando su collar: una cuenta por cada verano, ella tenía seis mientras que yo doce. Así pues, nadie discutía su derecho a ser la primera de la fila.

Luego pasó Clarisse, encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Al revés de Annabeth, yo no tenía autoridad en mi cabaña a pesar de mis doce veranos en el campamento. Lo que me llevaba a estar última en la fila. 

Eso si que era caer bajo.

 Clarisse llevaba un brazo en vendado y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien le había pegado en la espalda un trozo de papel que decía: «¡Muuuu!» Pero ninguno de nosotros se había molestado en decírselo.

Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis campistas encabezados por Charles Beckendorf, un enorme afroamericano de quince años que tenía las manos del tamaño de un guante de béisbol y un rostro endurecido, de ojos entornados, sin duda porque se pasaba el día mirando la forja del herrero. Era un buen tipo cuando llegabas a conocerlo, pero nadie se había atrevido nunca a llamarle Charlie, Chuck o Charles; la mayoría lo llamaba Beckendorf a secas. Según se decía, era capaz de forjar prácticamente cualquier cosa; le dabas un pedazo de metal y él te hacía una afiladísima espada o un robot guerrero, o un bebedero para pájaros musical para el jardín de tu madre; cualquier cosa que se te ocurriera.

Siguieron desfilando las demás cabañas: Deméter, Apolo, Afrodita, Dioniso. Llegaron también las náyades del lago de las canoas; las ninfas del bosque, que iban surgiendo de los árboles; y una docena de sátiros que venían del prado y que me recordaron dolorosamente a Grover.

Después de los sátiros, cerraba la marcha la cabaña de Hermes, siempre la más numerosa. Recuerdos del verano pasado me invadieron y me acordé de Luke, el líder de de la cabaña en ese entonces. El chico que había luchado con Thalia y Annabeth en la cima de la colina Mestiza. Uno de mis primeros mejores amigos al vivir en la misma cabaña por muchos años... antes de tratar de matar a Percy y traicionar nuestra amistad.

Ahora, los líderes de la cabaña de Hermes eran Travis y Connor Stoll. No eran gemelos, pero se parecían como si lo fueran. Nunca recordaba cuál era el mayor. Ambos eran altos y flacos, y ambos lucían pelo castaño que casi les cubría los ojos; la camiseta naranja del Campamento Mestizo la llevaban por fuera de un short muy holgado, y sus rasgos de elfo eran los típicos de todos los hijos de Hermes: cejas arqueadas, sonrisa sarcástica y un destello muy particular en los ojos, cuando te miraban, como si estuviesen a punto de deslizarte un petardo por la camisa. A Percy siempre le había parecido divertido que el dios de los ladrones hubiera tenido hijos con el apellido Stoll (se pronuncia igual que stole, pretérito del verbo steal, «robar»), pero la única vez que se le ocurrió decírselo a Travis y Connor lo miraron de un modo inexpresivo, sin captar el chiste. 

Cuando hubo desfilado todo el mundo, Percy entró con Tyson en el pabellón y lo guió entre las mesas. Las conversaciones se apagaron al instante y todas las cabezas se volvían a su paso.

"¿Quién ha invitado a... eso?" murmuró alguien en la mesa de Apolo.

Percy lanzó una mirada fulminante en aquella dirección sin identificar quién había sido. 

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ᴍᴏɴsᴛʀᴜᴏsWhere stories live. Discover now