Parte I: Capítulo veintidós.

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XXII. Sin mirar atrás

Montecarlo;
Mónaco, 2020.

—¿Y si vienes conmigo? —me pregunta Charles, entrando a la habitación luego de darse una ducha. Tan solo una toalla cubre la parte inferior de su cuerpo.

Sonrío en su dirección, mientras le ayudo a guardar una última camiseta en su maleta.

En un par de horas tiene que partir hacia Austria, ya que se retomaron las carreras. Obviamente me pone feliz que él pueda volver a su trabajo, sin embargo tenerlo lejos me pone muy triste, especialmente porque no puedo acompañarle.

—Sabes que nos podríamos meter en problemas.

—Eres pequeña, podría llevarte en mi maleta y sacarte solo en la habitación —habla, acercándose a mí por la espalda.

Río ante su comentario— Eres un idiota, Charles.

—Te voy a extrañar.

—Yo a ti —suspiro, llevando mis manos a su húmedo cabello— ¿Podrías llevar mis saludos a Vettel?

Charles frunce el ceño al escucharme decir aquello— ¿Desde cuándo tanto amor para mi compañero de equipo? ¿Debería preocuparme?

Suelto una carcajada al notar sus celos infantiles— Durante la pandemia me dediqué a ver los campeonatos en que ha salido campeón, realmente me ha inspirado. Además, lo conocí el año pasado cuando acompañé a Max a una carrera, fue muy amable. Me agrada mucho.

—¿Te agrada que sea campeón o su cara? —se cruza de brazos.

—Bueno... las dos —lo molesto.

—¡Luciana! —se queja— Yo soy tu novio.

Me encojo de hombros, divertida— Es guapo, no puedo negarlo, además tiene experiencia y...

No me deja terminar de hablar, mientras toma mi mentón y lo levanta para dejar un intenso beso sobre mis labios. Su cuerpo está cubierto de gotitas de agua que resbalan desde su cabello. Él suspira sobre mis labios y aferra sus manos a mi cintura para poco a poco llevarme hasta nuestra cama. Lanza la maleta hacia el suelo, sin importarle que la ropa se desordene y me recuesta sobre la cama para ubicarse sobre mí y seguirnos besando. Me quita rápidamente la camiseta para lanzarla al suelo junto con el resto de mi ropa. Mis manos recorren su húmeda espalda y él observa mi cuerpo con una sonrisa plasmada en su hermoso rostro.

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