Capítulo III

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¿ Que por qué tú?
Quizá porque el corazón
Jamás me palpitó
Tan fuerte como contigo.

                       Edisson Cajilima Márquez

Oficina del Detective Hamilton

El detective Jhon Hamilton estaba sentado en la silla de su escritorio. Las grandes ojeras debajo de sus ojos denotaban la falta de sueño en los últimos meses. El humo de un cigarrillo se esparcía por todo el local, sabía que era prohibido fumar ahí dentro pero poco le importaba a estas alturas. Habían encarcelado a Nick Lancaster hacía alrededor de dos meses y solamente había hablado una sola vez con la Doctora Klein; su Klein. En su consulta no dijo nada relevante, solo una estúpida historia para niños. Según el testimonio de Kasandra, ya que justo ese día la electricidad falló y no se pudo grabar nada de lo que hablaron.

Sus jefes estaban encima de él para que lograra una confesión y poder encerrarlo para siempre, pues las pruebas que tenían en su contra no eran suficientes. Odiaba cuando las cosas se salían de control y esto ya le está llevando demasiado tiempo.

Ese chico es como una sombra, nadie le conoce, vive solo en un lugar muy apartado de la ciudad. Hacía más de un año que le investigaban pero nunca se podía probar que era responsable.

— Sabes que no debes fumar aquí. Es de mal gusto.— dice Kass entrando en la oficina y cerrando la puerta.
— Y tú no deberías estar a solas con un superior.— el comentario le hizo gracia a ella.— No te rías, soy tu jefe.
—  No cariño yo no respondo ante ti. Soy mi propia jefa por eso tengo mi propio centro de recuperación e investigación mental y criminal. Por eso me han llamado.— el tono de superioridad y la seguridad con la que se proyecta es lo que más me ha gustado desde que la conocí.

Mis ojos hacen un viaje observando cada detalle de su anatomía. La oscuridad que hay en su mirada es hipnotizante, sus largas pestañas le dan aún más profundidad. Sus labios se entreabren y deja salir el humo del cigarrillo que estaba fumándome. Es toda una diosa. Sus rasgos perfilados. La elegancia era algo que nunca faltaba tratándose de Kasandra. Ésta mujer que a muchos le parecía egocéntrica e insufrible era la persona más pasional y sencible que he conocido en mi vida.

— No me mires así— hace una pausa y se lame los labios— sabes lo mucho que me provocas cuando me miras como si quisieras follarme aquí mismo.— mis ojos se abren de par en par. No me acostumbro a que use ese vocabulario conmigo.
—  Sabes lo que pasa cada que me hablas así.— me acerco a su oído e inhalo el olor de su cuello. Es embriagador. Siempre lo es.
— Jhon— dice en un susurro mientras le da una calada al cigarrillo nuevamente— Fóllame.

Eso es justamente lo que he querido desde que entró a mi oficina. Los besos son desesperados, llenos de deseo. Su aliento choca con mi nariz jadeando en voz baja. Su cara es de placer puro y ya estorba la ropa. La coloco encima de la mesa y levantó su vestido, la vista es preciosa. Las caricias se intensifican y sé que es hora de avanzar. Y así pasamos los próximos minutos desahogando todas las tensiones entre gemidos y placer.

***

Kasandra Klein

Las palabras de Nick no salían de mi cabeza; "Jack Frost, el chico de hielo que atemorizó a todo un país por asesinar jóvenes inocentes... O no tanto".

No era primera vez que le veía. Sabía de lo que era capaz de hacer. Estaba completamente segura de que él no había sido el culpable. No podía serlo, al menos no del todo.

Cuando tenía 11 años me gustaba visitar a mi madre. A veces jugaba a que era ella y atendía a mis peluches y muñecas como si fuesen mis propios pacientes. Sabía mucho de problemas mentales ya que me había leído todos los libros que mamá tenía en la biblioteca, y de vez en cuando le robaba los archivos de algunos pacientes. Así fue como supe de Nick. La noche que ingresó yo estaba en el jardín esperando con papá a que mamá terminara su turno.

<<Era 4 de diciembre, mi cumpleaños. Iríamos a dar un paseo por el parque de diversiones cerca del lago, siempre era así. No paraba de hablar porque estaba emocionada. Papá había vuelto tras seis meses en Australia y yo comenzaría un curso de psicología en la misma institución. A pesar de ser solo una niña mi capacidad intelectual superaba los estándares, es por eso que mi madre empezó a experimentar conmigo. La cantidad de conocimientos por mi parte hacía que apareciese en revistas y programas de televisión llamándome niña prodigio. Un poco molesto pero no me molestaba si hacía feliz a mis papás.

Caminaba de un lado a otro sin parar. El aire fresco movía mi largo cabello haciendo que me tapara la cara. Me di la vuelta para retirarlo y entonces lo ví. Un niño de unos cinco o seis años cubierto de un rojo carmesí. Los ojos demostraban que había estado llorando, tenía uno de color morado y el labio inferior roto. La palidez de su piel le daba un aspecto de vampiro. La desnutrición era presente, parecía un pequeño saquito de huesos.

Andaba seguido de una enfermera que al parecer le enseñaba el lugar. La curiosidad me mataba, quería saber porqué estaba aquí. ¿ Qué habría pasado para que estuviese en tal estado? Mis ojos estaban fascinados, aunque fuera menor, mucho menor que yo, sentí algo especial. Y entonces pasó, su mirada chocó con la mía y unas sonrisas adornaron nuestros rostros. Instintivamente di unos pasos para acercarme a él. Mi corazón me palpitaba a mil, se me quería salir del pecho. Pero la voz de mi madre me hizo frenar en seco.
Kassy cariño, ya nos vamos.
— Ya voy mamá.— dije y le dediqué una última mirada. Sus labios se separaron y dijo mi nombre en un susurro.— Adiós.— le dije de igual modo y me fui.>>

Pasaron algunas semanas y la imagen de ese pequeño no desaparecía. Mamá me había diagnosticado con un trastorno obsesivo compulsivo. En este caso él era mi obsesión. Soñaba incluso con Jack Frost; como le había bautizado por su enorme parecido con el personaje. Por este motivo creyó que lo mejor sería internarme unos días porque no tenía a nadie que me vigilara, muy a parte de que ella no quería que nadie lo supiera a no ser papá, Walter y yo.

La primera noche no estuvo mal. El cuarto era un poco acogedor. La cama estaba echa de concreto para evitar incidentes con los barrotes, el colchón era muy grueso y un pelín cómodo. Había un espejo dentro de un pequeño closet sin puertas donde estaban dos uniformes, la toalla, una sábana y una manta gruesa para el invierno, además de los artículos básicos de aseo. La sala A no era tan estricta en ese ámbito.

No logré dormir nada por lo que al día siguiente mamá me recetó unos calmantes para conciliar el sueño. Transcurrida una semana ya oía decir que estaba mejorando. La doctora Walter era quien me atendía pues mi madre solo asistía a los de la sala C. Era muy parlanchina y solía abrumarme muy rápido.
—  ¿ Cómo estás pequeña?
— Bien. Deseando que se acabe esta consulta.— eso provocó una leve risa en la doctora
— Bueno estamos de malas hoy.
— Lo siento— me disculpé pues sabía que a mi madre no le gustaría que yo dijera semejante grosería. Me dio una sonrisa comprensiva y prosiguió con su charla.

Al salir era hora se recreo y bajé al jardín donde estaban los demás internos. Cada día desde que había llegado salía a buscarle. Caminaba cada pasillo pero nunca le veía, hasta ese día. El día antes de Navidad ya era la última visita de la Doc, porque pronto me darían de alta. La nieve caía lentamente sobre los bancos de la entrada, los ventanales se nublaban por la frialdad. La biblioteca era donde más calor hacía por la chimenea que tenía. Miré el reloj de la  puerta de entrada y decidí caminar un poco antes de ir a mi último encuentro. Los pasillos desolados daban un aire deprimente.

Iba lentamente, sin muchas ganas porque a pesar de que era bueno que ya me iría a casa, estaba triste porque no me había visto más. Mis pensamientos eran un torbellino en mi cabeza. La pesadez con la que daba mis pasos hizo que tropesara con alguien más pequeño que yo. Su cabello era rubio y desorganizado, su piel era muy blanca,casi como si no tuviese color. Mantenía la cabeza gacha. Parecía sofocado, mis ojos le dieron una rápida inspección y fue cuando ví la sangre gotear de sus manos. Me quedé de piedra. No podía moverme. Quería gritar pero no tenía voz. No tuve, hasta que levantó su mirada y la depositó en mis labios. Era él. Era mi Jack Frost.
— ¿ Qué has echo?— fue lo único que pude articular ya que me desmayé.

Ramos De SangreWhere stories live. Discover now