Capítulo IV

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Ella es el maldito arcoíris, que
hace temer hasta la más jodida
de las tormentas.
                            José Rendich/El Poeta

Nick Lancaster

Jamás imaginé encontrarla de nuevo. Está más hermosa que la última vez que nos vimos. Fue hace cuatro años, en un cine en las afueras de la ciudad. Yo tenía 14 años y trabajaba en el lugar. Mis nuevos padres eran dueños de la cadena de cines más grande de la ciudad, y cuando salía de la escuela iba para ahí. Estrenaban Suicide Squad. La verdad nunca pensé que me recordaría, pero así fue.

Estaba repartiendo palomitas y refrescos y sentí una mirada muy oscura al pendiente de cada gesto. Entonces me giré y la ví. Sus enormes orbes negros como una noche sin luna me miraban con fascinación. Una sonrisa ladina se dibujó en mis labios remarcando mis hoyuellos. El corazón se me quería salir del pecho. Cada palpitación retumbaba en mis oídos. Otra vez estaba enfrente de la única persona que nunca me ha temido. La única que ha sacado lo mejor que hay en mí, y ha sabido controlar y alterar al mismo tiempo a mis demonios internos. Me quedé atónito y le hice un gesto indicándole que saliera al pasillo. No esperé respuesta y salí de la sala. Las luces se apagaron y el silencio reinó en todo el lugar.

Al estar en el pasillo inspeccioné para ver si había alguien pero estaba vacío. Demasiado para mi gusto, pero no le di importancia. Los nervios me estaban comiendo vivo.  Busqué la cajetilla de cigarrillos en uno de mis bolsillos y cuando fui a prender uno ella apareció. Llevaba un vestido blanco de mangas largas, ajustado a su perfecta figura, llegaba hasta un poco más arriba de sus rodillas. No tenía escote, se abrochaba justo en su cuello.

Abrí la boca en forma de "O" y se me cayó el cigarro. Esto parece que le hizo gracia pues sonrió y pasó a darme un fuerte abrazo. A pesar de ser mucho menor era muy alto para mi edad. Su cabeza quedó apoyada en mi pecho y se me hizo gracioso lo frágil que se veía en comparación conmigo. Sabía que podía escuchar mi corazón latir y eso me hizo sonrojarme. Nos separamos y para mí sorpresa sacó un cigarro de esos que te dan risa, le ofrecí fuego deprisa, y me temblaba la mano. Le dio una calada profunda, cerro sus ojos disfrutando el recorrido de la nicotina hacia sus pulmones y lo dejó escapar suavemente por su boca.
— No sabía que fumases.— dije más para mí que para ella pero logró escucharme.
— La última vez que nos vimos eras un niño de ocho años.— tomo otra bocanada de humo— y en una institución de ese tipo no se puede fumar.— dejó que saliera todo lo que quedaba dentro.— además mi madre me hubiese matado si se entera.

Este comentario me recordó a las charlas que teníamos a través de los conductos de ventilación cuando estaba en aislamiento y se fugaba al ático para poder comunicarnos. Sentí una punzada en mi pecho por aquel recuerdo.

— ¿Y cómo estás? Qué tal tu nueva familia.— dijo sacándome de mi trance.
— Pues bien. Mis padres son geniales y tienen mucho dinero. Éste y todos los cines de la ciudad les pertenecen.
— Me alegro mucho. Y Emily y Rhon... Aún te visitan.— dijo poniendo cara de curiosidad, más que de preocupación.
— Hace un par de años que ya no les veo. Mi madre es muy quisquillosa para mi medicación y no he dejado de tomármela...— hago una pausa porque no sé si deba preguntarle. Ella parece leer mi mente y se adelanta.
— Estoy bien. Con una que otra crisis pero nada que no pueda controlar. Comencé a trabajar en el psiquiátrico donde nos conocimos... Que es completamente mío.
— ¿ Cómo? Tu madre...
— Murió accidentalmente hace tres años.— hace un gesto dramáticamente exagerado y se echa a reír— Iba cruzando la calle y un conductor borracho, más bien inconsciente impactó contra ella. Para su desgracia por la otra esquina venía una rastra y ya puedes imaginarte el resto.
— Me da gusto verte. — digo y le doy un tímido beso cerca de sus labios.
— A mi también me da mucho gusto verte de nuevo Jack.

****

La celda estaba fría y húmeda. Odio las cosas húmedas, porque hay musgo y bichos de todo tipo. El reencuentro con la doctora me había sacado de mi zona de confort. Sabía que al no hablar y pedir verla, en algún momento se rendirían y la traerían a mi, de donde nunca se debió ir. A pesar del paso de los años sigue causando ese jodido efecto en mi y es fantástico saber que ella siente lo mismo. Tenemos una conexión que va más allá de los límites humanos. Solo con una mirada sabemos lo que nos queremos decir, y eso es lo que la hace especial. Me conoce a la perfección, cada una de mis facetas, incluidas las que nadie ha quedado con vida para contarlas.

Verla hecha toda una profesional me alegró mucho. Sin embargo me dolió ver que ahora estábamos en bandos rivales. Aunque no estoy convencido que sea así del todo.

Mis ojos estaban pesados, hacía semanas que no dormía prácticamente nada. Me acomodé en una esquina de la estrecha cama y me dormí.

La casa estaba completamente oscura. No había electricidad en toda la manzana. Había escuchado ruidos en la habitación de mi hermana mayor. Solo tenía dos años más.
Me puse de pie y me cubrí con una chamarra de mi padre. Salí al pasillo y fui a su cuarto. La puerta estaba abierta de par en par y el silencio era atormentador.

Tenía mucho miedo. Mi respiración se veía por la temperatura tan baja para estos meses, y sin calefacción juraría que dentro de poco todo estaría cubierto de escarcha. Revisé su cama y estaba desarreglada. Busqué en su baño, closet, cuarto de juegos, pero estaba vacío. No había rastro de ella. Entonces decidí volver a mí cuarto.

Salí de allí y entonces una sombra entró al cuarto de mis papás. La seguí y era ella, Emily. Traía su vestido de dormir favorito. Uno negro con lacitos blancos que a pesar del color la hacían lucir muy pura e inocente. Se volteó y sus ojos azul cielo se iluminaron, me regaló una retorcida sonrisa, se la devolví y obedecí cuando me invitó a pasar e hizo un gesto con los dedos para que me mantuviera callado. Estaba curioso.

¿ Por qué estábamos aquí?

¿ Jugaríamos como con Rhon?

Luego de unos segundos ví algo brillar por la claridad de la luna en las ropas de mi hermana. La toqué y me mostró lo que traía; un cuchillo; mejor dicho, el cuchillo. Me quedé de piedra. Mamá nos tenía prohibido tocar los utensilios de cocina. Un escalofrío recorrió todo mi pequeño cuerpo y Emily lo notó. Me dio un beso en la mejilla y lo siguiente que sentí fue un fuerte ardor en mi cuello. Intuitivamente llevé una mano al lugar y tenía sangre, mucha sangre. Sentía como me empezaba a faltar el aire. Me estaba mareando y todo me daba vueltas. Miré nuevamente mis manos y me desplomé.

4:50 a.m

Las lágrimas mojaban mi rostro. Mi respiración era errática y no me podía mover. Mis ojos estaban abiertos y no lograba ver nada. Sentí la presencia de alguien más en la celda pero al tener una maldita parálisis del sueño no supe su identidad. Querer moverte y no poder es una de las peores sensaciones del mundo.

Pasaron unos minutos y ya estaba mucho más relajado. Comencé por girar mi cabeza lentamente y casi me desmayo por la sorpresa. Lucía algo tétrica, su ropa estaba toda rasgada y sucia, su cuerpo tenía heridas y sangre por todos lados. Lo peor era su cara, en el lugar donde iban sus ojos solo se encontraban dos agujeros negros. La impresión me hizo permanecer callado por un momento. No podía ser verdad.

¿Por qué Lea estaría frente a mí?

Las dudas me estaban dando dolor de cabeza hasta que ella salió de atrás de la chica y me dedicó su mejor sonrisa. Pasó por su lado y se posicionó justo frente a mí. Sonreí al verla igual a la última vez.
— Ha pasado tiempo— dije buscando su mirada. Me miró fijamente y en su rostro se dibujó una sonrisa macabra.
— Yo también te extrañé mucho, hermanito.

Ramos De SangreOù les histoires vivent. Découvrez maintenant