Capítulo 7 | Mansión Moriarty

328 41 18
                                    

—¿Es necesario esto?— preguntó él, sentándose en la silla y tomando su taza.

Lilith suspiró e imitó su acción.

—Lo es Matías. Estará mejor aquí, podría venir cada que pueda.

Matías sonrió con nostalgia, sabía que Lilith no era de muchas palabras, pero si iba a hacer la última interacción, necesitaba más respuestas.

—¿Por qué no se los dices?— dijo, esperando una respuesta o al menos un gesto. La azabache hizo un mueca.

—¿Por qué? Matías, aún no los conozco. Es verdad que Moriarty prometió no tocarte, pero eres cercano a mí, involucrarte sería demasiado fácil y complicado para mí.

Matías era testarudo y muy reñido a su palabra, podría insistir horas y horas.

—Lilith, hemos estado juntos por más de cuatro años. ¿Qué te hace pensar que te dejaría ahora?— Lilith suspiró con cansancio e inclino la cabeza para después negar.

—No es lo mismo. Nosotros solo nos encargamos de un barrio, a ellos los conoce toda Inglaterra e incluso pueblos vecinos. Llevarte conmigo sería una idea terrible y poco convincente, tu hijo y su familia estarían en peligro de enterarse si son importantes para mí e incluso podrían morir.

Él lo sabía, pero al igual que su hijo, la amaban demasiado como para dejarla sola. Aún así, se retractó y no la contradijo, en cambio sonrió hacía la taza de té, como si este le transmitiera un lindo recuerdo.

—¿Recuerdas aquella vez que llegaste a la mansión?— Lilith frunció el entrecejo, parecía frustrada al no poder recordar con exactitud.— Me pregunté una y otra vez si sería lo correcto, el señor Russell solo me hizo una seña y supe que definitivamente era lo correcto. Cuándo cruzaste la puerta, tus ojos azules miraban a todas partes, incluso a lo más mínimo y común, no hablabas y cuando lo hacías....eras capaz de sorprendernos a todos, incluso a las tres hijas del señor. Poco a poco dejaste de pasar tiempo en tu habitación y hablabas más, una noche en específico el señor Russell llegó a mí y me dijo que no podía creer que tuviera a una hija tan inteligente, que lo habías sorprendido al poder hablar cuatro idiomas, siempre has sido una niña inteligente, después de eso, te enseñé todo lo que sabía junto al señor Russell, aprendías rápido y reías, incluso tus hermanas comenzaban a adorarte, eso pareciera que iba a durar para siempre.

Las lágrimas desbordaban por sus mejillas arrugadas por la edad, haciéndola sentir tan débil, tanto que se atrevió a tomar sus manos y ayudarlo a limpiar sus lágrimas.

—Semanas después nos enteramos que eras la favorita de un pedófilo, para nuestra preocupación, se trataba del mismísimo Rey de los Belgas, Leopoldo II. Ustedes dormían cuando el señor Russell se estremecía del enojo, pues todos se habían enterado que él te tenía bajo su cuidado, recuerdo su desesperación esa noche, era cuestión de tiempo para que vinieran, lo sabíamos, pero no sabíamos que ya se encontraban en tu habitación y cuando llegamos, ya no estabas más. El señor Russell me dijo que me quedara con las niñas y él fue tras de ti, era demasiado tarde cuando yo llegué, si bien todos los hombres estaban muertos, él también y hasta un tonto se daría cuenta de lo que habías sufrido esa noche, habías presenciado la tortura y muerte de alguien que amabas. Después de eso nada volvió a hacer lo mismo, no hablaste por unas horas, cuando te encontré llorabas y tus manos estaban manchadas de sangre, al momento de entrar en la casa las hermanas te culparon de todo, te odiaban y yo las entendí, pero te entendí también a ti y lo que cargabas, esa misma noche dijiste que te irías y yo te seguí, vivías conmigo y con mi hijo, pero ya no eras la misma, solo dos días bastó para que te fueras, habías vuelto a lo de Jeffries.

Las manos de Lilith se aflojaron cada vez más y luchaba por no derramar ninguna lágrimas pero vaya que recordaba, ahora recordaba hasta el más mínimo detalle.

Escarlata | W. James MoriartyWhere stories live. Discover now