Epílogo

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Rosie bajo la escalera de la villa en Banos. Poco después de su boda con Harry, la casa había sido modernizada y era apítome de la elegancia contemporánea. Llevaba un vestido verde de alta costura, complementado por un conjunto de joyas de diamantes que habían pertenecido a la familia real rusa; regalo de su esposo en su primer aniversario. Cuando llegó al vestíbulo, una niña pequeña corrió hacia ella, con Bas pisándole los talones.
-Pareces una princesa, mami -opinó Kasma. Era una niña preciosa, con los rizos negro de los Styles y los ojos verdes de su madre. Su mente inquieta, su sentido del humor y su lengua ágil era una mezcla de ambos padres-. El bisabuelo está en la salida. Y está muy elegante.
Socrates safaris estaba disfrutando de una bebida en silencio, junto al fuego. La fiesta que ofrecían su nieta y su marido esa noche conmemoraba su quinto aniversario de bodas. El tiempo había sido amable con el anciano porque, aunque su pelo había pasado de cano a blanco, su rostro curtido mostraba más arrugas debidas a la risa que a la irritación. Había tenido buena salud desde la operación, lo que le había permitido seguir al mando de su cadena de hoteles y de adiestrar a Rosie para que siguiera sus pasos.
Rosie y Harry se habían establecido en Londres tras casarse, cuando ella estaba embarazada de cinco meses. Rosie no se había matriculado en la universidad hasta que su hija, Kasma, cumplió un año. Vivir en el Reino Unido había facilitado que Rosie estudiara Gestión Empresarial. Harry tenía grandes planes para que su esposa trabajará con él tras licenciarse, pero tras una semana trabajando codo con codo con su marido, que le decía qué hacer a cada segundo, la había persuadido de que no eran buenos compañeros de oficina. Así que Rosie había empezado a trabajar con su abuelo y a aprender gestión hotelera; juntos habían demostrado ser una combinación imbatible.
-estás deslumbrante -le dijo su abuelo al verla-. Fui un gran casamentero, ¿Verdad que sí?
-¿Qué quieres decir? -Rosie arqueó las cejas.
-Cuando vi esa primera foto de ti, tras investigate, me recordaste tanto a mis difunta esposa, que recé porque hubieras heredado algo más que su aspecto -Socrates sonrió con ironía -. Harry necesitaba una mujer terrenal que le diera un hogar y una familia, no otra belleza interesase en las compras y en la vida social. Por eso le pedí que fuera a conocerte en mi nombre...
-¿Lo dices en serio? -Rosie lo miró asombrada, atónita por ese grado de manipulación -¿No sois la pareja perfecta? ¿No eres feliz con él? -le devolvió su abuelo con satisfacción -. Yo creo que el riesgo merecía la pena.
Rosie sonrió, pero estaba atenta al sonido del helicóptero, Harry se retrasaba. Pronto llegaría toda un flota de helicópteros, que llevaría a la mayoría de los invitados a la isla. Otros llegaría en yate a la celebración del aniversario.
-¿No bebes nada? -preguntó Socrates.
-No, de momento -se evadió Rosie, que tenía noticias que compartir con Harry. Para su sorpresa, Harry había descubierto que le encantaba ser padre y era fantástico con Kasma. Sin embargo, el ajetreo de sus vidas había hecho que ampliar la familia supusiera un reto excesivo hasta hacia muy poco. Desde que pasaban más tiempo en Grecia, en la isla, el ritmo de sus vidas se había ralentizado. Tenía más tiempo juntos como familia, como pareja. Los ojos de Rosie se nublaron de ensoñación cuando reconoció el ruido del motor del helicóptero que se acercaba.
-Ve -dijo Socrates, divertido-. No te preocupes por mí. ¡Adora que salgas corriendo a recibirlo cada vez que vuelve a casa!
Rosie no necesitó más. Fue a la puerta delantera, salió a la soleada galería y corrió escalera aterrizando y esperó en la pradera hasta ver a Harry. El saltó del helicóptero: enorme, moreno, increíblemente guapo, suyo. Su corazón se debocó con la felicidad que llenaba su vida día a día.
-Llegas tarde -lo recriminó.
-Tuve que recoger tu regalo antes de salir de Atenas -Harry sonrió divertido-. Estás deslumbrante, señora Styles.
-Mas vale, es un vestido carísimo, por no hablar de los diamantes -replicó ella, irónica.
-¿Nunca aprenderás a aceptar un cumplido con gentileza? -bromeó él, conduciéndola hacia la casa mientras Bas atacaba su pantalón.
-Probablemente no.
Deteniéndose solo para saludar a Socrates y a Kasma, que se había acomodado en el regazo de su abuelo con su libro de cuentos favorito, Harry llevó a su esposa al dormitorio y la besó hasta quitarle el aliento. Hizo una pausa e, interrogante, la miró con adoración.
-No, no tenemos tiempo -afirmó ella, controlando le excitación que ya la abrasaba.
Él se desnudó sin más ceremonia y fue director a la ducha, sin dejar de hablar. Le contó lo que había hecho, a quien había visto y de qué había ido disolviendo tras su matrimonio; confiaba en ella y la valoraba, la necesitaba. Rosie era consciente del amor de su marido de mil maneras, a diario, desde la boda.
-Feliza aniversario, agape mou -le dijo Harry, ya vestido -. Tú regalo está abajo.
-el tuyo está aquí mismo -Rosie se dio palmadita en el vientre, con complacencia.
Desconcertado, Harry parpadeó. De repente, sus ojos plateados destellaron al comprender.
-¿Estás embarazada?
-Lo estoy -confirmó Rosie con orgullo-. Aún no se lo he dicho al abuelo.
-Marivillosa, maravillosa mujer -dijo Harry, mirándola con el corazón en los ojos.
Bajaron la escalera de la mano y se encontraron con Karma y Bas examinando un transpotín de mascotas en el vestíbulo.
-Tu regalo -aclaró Harry, inclinándose para abrir la puerta de la caja, cuando se oía un ladrido agudo en el interior.
Un diminuto chihuahua blanco salió botando, y ladró como un loco cuando Bas se acercó a examinarlo.
-He pensado que ya era hora de que Bas disfrutara del efecto domésticador de compartir su vida con una buena hembra -dijo Harry con una sonrisa malvada curvando su boca.
La sonrisa se acentuó cuando el cachorrillo obligó a Bas a refugiarse bajo una mesa auxiliar. Rosie soltó una risa y abrazó a su marido.
-¿Eso es lo que te hice yo? ¿Obligarte a esconderte?
-Pero salí a pelear -dijo Harry, besándola a pesar de los «muac muac» asqueados que emitía su hija a su espalda-. Te quiero muchísimo.
-Y yo te quiero a ti -murmuró Rosie con el corazón desbocado, sin dejar de pensar en los invitados que estaba por llegar, en la fiesta y en las horas que tendría que esperar hasta estar a solas con el hombre al que amaba. Aun así, la espera incrementaba aún más la excitación que él le hacía sentir día a día.

Fin

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