Cap. 6 | La mina de oro con ojos azules.

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Durante toda su vida, Johnny Joestar gozó de paz y buenos recuerdos, con padres amorosos y perteneciente a una buena clase social, de la alta. Él tenía la imagen de ser el muchacho perfecto del que todos querían tener como su amigo y las chicas anhelaban ser su pareja.

Con respecto a este último punto, Johnny mantuvo un secreto por muchos años; era bisexual. Le gustaban las chicas, sí, pero en la mitad de su adolescencia tuvo las ganas de experimentar con hombres, no obstante, le fue muy difícil llegar a concretar algo con alguien, pues tenía tantos nervios que se arrepentía a última hora de citar a un chico. Llegó a un punto donde se teñía el cabello con frecuencia para no ser reconocido, pues existía un chisme acerca de un rubio que dejaba plantado a todo el mundo. Se trataba de Joestar, sus cabellos de mil colores eran su forma de camuflajearse.

Nada de problemas, Johnny llevaba una vida tranquila y ordinaria... Hasta ese día.

En la escena hubieron gritos, golpes, jalones, insultos, escupitajos, y un arma que disparó en contra del rubio -que para ese entonces era pelinegro-, dejándolo sin la capacidad de volver a caminar por el resto de su vida.

«Nadie se fijaría en un discapacitado» comentaba Johnny a sí mismo siempre que pensaba en tener una pareja.

Fueron años los que pasó en terapia recuperándose psicológicamente del trauma vivido y al estar más estable fue que tomó la decisión de irse a vivir a Italia a experimentar algo nuevo. Su familia no lo detuvo, el chico se veía feliz con esa idea, estuvo feliz durante el viaje y los primeros días pisando tierras italianas.

Todo era color rosa, aún si no tenía su silla de ruedas.

Pero por algún motivo se le vió triste sentado en su sofá con Gyro Zeppeli parado frente suyo, el americano le había invitado a tomar una taza de té.

—No te echarán del edificio. –le comentó Johnny. —No lo harán si me das mi silla.

—Imposible. –respondió Gyro. —Ya la vendí.

Y esa tristeza naciente en la mente del rubio de pelo corto aumentó, recién le estaba preocupando no poder trasladarse como acostumbraba. Suspiró, estaba cansado. Podía creer que había vendido su silla de ruedas dado al hecho de que no la encontraron en ningún lugar de su departamento.

Por otro lado, en un edificio diferente a donde este par platicaba, Diego estaba siendo regañado por su jefe.

Johnny le confesó todo al dueño, le dijo que él jamás había firmado una hoja para desalojar a Gyro, dejando a libre interpretación para cualquiera de donde había salido esa firma; el hombre se limitó a creer que Diego la había falsificado. No tenía pruebas pero tampoco dudas.

—¡Usted no lo entiende! –exclamó Diego. —Ese imbécil es un problema para el edificio, la mayoría de los inquilinos quieren que se largue.

—Pero Johnny Joestar no. –respondió el jefe.

Brando apretó los puños y se dió media vuelta, no con intenciones de irse, sino una reacción involuntaria de su cuerpo.

—No te lo quería decir, Dio, pero ese chico es la joya del edificio... –ese comentario llamó la atención del británico, quien de inmediato volteó a ver a su mayor. —Tiene más dinero que todos los demás vecinos juntos. Su opinión es la más importante porque si logramos tener su confianza, él nos sacará de aprietos a futuro.

Diego se asqueó de escuchar al anciano sentado frente a él detrás de ese escritorio. El rubio pensó que podía contar con su jefe para proteger a Johnny de cualquier amenaza pero resultó que ese hombre también quería sacarle provecho al americano, ¿Es que acaso nadie quería tener una amistad sincera con el chiquillo? Diego no lo sabía, iniciaba a dudarlo con intensidad.

—¿Entonces haremos lo que Johnny nos diga? –su jefe asintió, Diego rodó los ojos y se largó del lugar con enfado.

Le enfadaba que su superior viera a Joestar como una mina de oro y que Johnny a su vez defendiera a Gyro sin razón aparente. Sin embargo, nada podía hacer Dio, guardar sus palabras y enojos era la mejor opción si no quería perder su trabajo.

De vuelta al edificio, en el lobby de este, Johnny se encontraba sentado en una nueva y reluciente silla de ruedas, recibiendo al británico con una enorme sonrisa.

—Te estabas tardando en aparecer, capitán. –Diego le devolvió la sonrisa, verlo le hacía sentir más tranquilo... O preocupado si pensaba en lo que habló con el dueño de los apartamentos.

—¿Capitán? No lidero un barco ni nada parecido. –rió. Por la hora tuvo que cerrar ya las puertas del edificio bajo la tranquila mirada del chiquillo de ojos azules.

—No lideras un barco pero lideras este lugar, esto te convierte un capitán. –Dio negó ante su argumento, yendo a sentarse a las escaleras.

—Si tú quieres, llámame así. Pero insisto en que no soy un capitán. –se cruzó de brazos recargando los codos en sus rodillas.

Era tarde y aún sabiendo esto los dos se quedaron platicando un buen rato en la planta baja del edificio, riendo y riendo sin parar de las estupideces que ambos se contaban. Diego disfrutaba cada segundo y Johnny parecía hacer lo mismo, si Hot Pants estuviese presente grabaría cada una de las muecas alegres del británico con su celular y las vería cada que quisiese obtener algo de él.

Enamorado, estaba enamorado.

Agradeciendo a todos sus dioses de poder usar finalmente el elevador, llevó al joven Joestar al piso correspondiente y le ayudó a llegar a su departamento, agachándose para darle un cálido abrazo antes de despedirse.

—Nos vemos mañana, Johnny... Y por favor, piensa bien las cosas. –

—¿Cuáles cosas? –preguntó el americano en lugar de despedirse también.

—Sobre Gyro... Si tú lo dices lo podemos echar de aquí y vivir todos en tranquilidad, ¿No te gustaría? –vaya forma de matar la felicidad que Joestar poseía.

Johnny ya no le dijo nada, estaba demasiado cansado y pelear con el portero de su edificio no estaba entre su rutina de sueño, por lo que optó por retroceder en su silla y azotar la puerta, dejando afuera un desconcertado Diego que se limitó a apretar los labios como señal de disgusto y luego dejó el piso.

—Vete a la mierda, Johnny. –murmuró con claro enojo.

Era un hombre sumamente bipolar.

Llegando el día, estando en mismo puesto de siempre, Diego movía su talón de arriba abajo esperando toparse con Hot Pants. Su amistad era más fuerte que nunca, y no sabía si eso era bueno, malo, o extraño, pues tenía entendido que se odiaban y ahora se contaban absolutamente todo.

Sin embargo, la americana no fue la primera persona a la que vió en su mañana, puesto que Gyro se atravesó por delante suyo, desaliñado, encorvado, posiblemente recuperándose de toda la droga que subsistía en su miserable ser.

—¡Si vuelves drogado al edificio, te patearé el culo! –le gritó el británico, llamando la atención del italiano, quien cambió su andar a dirección del primer mencionado.

—No me das miedo, marica, ya viste que puedo hacerte mierda cuando quiera. –se burló de él, posteriormente abandonó el edificio.

Diego se estaba aguantando las ganas de darle un puñetazo y retomar la pelea que seguramente habría ganado si Johnny no lo hubiera distraído, le seguía sorprendiendo que Gyro lo derrotara.

No obstante, alguien se había escabullido y huido de la mirada del portero en algún momento de distracción. Afuera de la construcción, bajo la sombra de un árbol, Johnny detuvo el caminar de Zeppeli, sonriéndole sin tanto entusiasmo a comparación de su comportamiento con Brando.

—Gyro, si no estás muy drogado, necesito decirte algo. –el mayor se sorprendió a la vez que le ofendió que supusiera que él andaba drogado tan temprano.

—Vayamos a donde tu perro guardián no nos vea. –le pidió, refiriéndose obviamente a Dio.

Bajo la mira de una mujer pelirrosa que observaba desde su ventana, Joestar accedió con la cabeza y ambos se fueron de allí.

«¿Qué podría pasar mal?» se preguntaba el americano.

No te defiendas [GyJo]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن