Cap. 7 | Se necesitan disculpas.

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Gyro Zeppeli... Hay mucho que decir de él. Nacido en una buena familia italiana y siendo el mayor de sus hermanos, él tenía toda una vida llena de éxito por delante gracias a su increíble inteligencia, amabilidad y humildad que yacía en su ser.

Un chico bien portado, a veces cometía actos de rebeldía que pagaba con castigos de parte de su padre pero no eran recurrentes. Aprendía de sus errores o aprendía a ocultar sus bromas de buen o mal gusto.

Un día tomó la decisión de salir de su país natal e ir a explorar Estados Unidos por cuenta propia, solo, sin compañía. Su familia no le hizo muchas preguntas y únicamente lo dejaron ir rezando por tenerlo de vuelta pronto y con buena salud, que la comida y techo no le faltara al lugar que iba. Fue así, Gyro supo arreglárselas por sí mismo para poder sobrevivir dignamente. Trabajó en muchas cosas, hizo muchos amigos y hasta consiguió un lindo novio.

Ese mismo novio lo llevó a la perdición que lo condenaría por el resto de su vida.

La muerte de su amante por culpa suya lo hundió en la depresión, la tristeza y el auto-odio era el pan de todos los días... Tocó fondo una vez volvió a Italia y se adentró al mundo de las drogas por primera vez. Lamentablemente no fue la única ocasión. Gradualmente su cuerpo se acostumbró a tales sustancias al grado de no poder vivir sin ellas, recuperarse de su drogadicción sería todo un desafío.

Prueba de ello se demostró en la salida que tuvo con Johnny Joestar, su vecino de enfrente que no le caía bien, lo consideraba un exagerado maricón. Ambos fueron a platicar a un café concurrido por la zona donde vivían, no obstante, el americano no planeó hacer una parada antes de ir a donde acordaron. En esa parada, Gyro se drogó con un tipo de la calle dejando a Johnny asustado, obligándolo a regresarse al edificio en cuanto hizo una escena en el café. Le coqueteó vulgarmente a la mesera.

En la recepción de los departamentos se encontraban Hot Pants y Diego Brando chismeando como habitualmente lo hacían, aunque ahora Hot le pedía desesperadamente que saliera a buscar a Johnny. Ella le vió irse con el italiano y sabía que nada bueno saldría de esa reunión, la preocupación la comía viva.

—¡Debes de ir por Johnny, puede que muera, Dio! –se le escuchaba algo dramática pero tenía sus razones.

—¡Fue su decisión, Hot! Yo no soy su niñera, no debo de ir tras de él. –le respondió Diego mirando su agenda. No había nada escrito, fingía leer algo.

La chica pelirrosa tiró una pequeña maceta del escritorio de Dio, esta se rompió al caer. Hecho esto se retiró enojada a su casa, pisando fuertemente para irritar el oído del británico.

Aunque la verdad era otra. Diego moría por ir a salvar a Johnny de Gyro, sacarlo del lugar donde estuvieran pero también tenía algo de dignidad y orgullo, no estaría rogándole a Joestar por darle protección. Era un batalla consigo mismo que le generaba dolor de cabeza y estrés, más del que tenía a diario.

Suspiró, cerró los ojos y se acarició la frente con la yema de sus dedos, negando suavemente a sus ideas de correr a por él y «salvar el día», sin embargo, aunque se hubiese levantado y tomado la iniciativa, no hacía falta, pues por la puerta principal del edificio iba entrando Johnny en su silla de ruedas y se le notaba algo afligido, su rostro lo delataba. Ante su presencia, el británico se puso de pie y rápido le obstruyó el pasar al ascensor.

—Johnny, ¿Dónde estabas? –le preguntó alterado, algo que asustó al americano.

—Salí a tomar un café con alguien, todo bien... –su voz se escuchaba apagada, suficiente razón para que Dio se hincara frente a él y le tomara de los hombros.

Vió su cara, estaba apagada y sus ojos azules, tan lindos, no se despegaban de la mirada de Diego. El portero se odió a sí mismo por permitir que le ocurriesen tantas cosas a ese rubio chiquillo, Gyro era el peor vecino que le pudo tocar y sin embargo, el joven Joestar no parecía molestarle ese detalle, hasta lo defendía.

Era una persona de buen corazón y eso le dió pena a Dio, supo que posiblemente tuvo un mal rato en compañía del italiano y por eso lucía tan triste.

El corazón del británico latía tan fuerte que explotaría o se saldría de su pecho, lo que daría con tal de ver bien a Johnny... Sus protecciones no eran suficientes si él no sabía lo que Dio sentía. Sus sentimientos eran confusos incluso para Brando pero pronto sabría de qué trataban, pues, en un impulso y esclavo de sus emociones, aproximó su rostro al ajeno lentamente, el tiempo pasaba muy lento a la par que los labios de Diego y Johnny se unían en un suave beso. El británico cerró los ojos... Pero Joestar no.

No le correspondió ni lo hizo apartarse, únicamente estuvo quieto durante toda la unión.

Terminó. A los pocos segundos llegó a su fin y el separarse fue más rápido que acercarse para Diego. Miró los ojos de Johnny y la decepción de notar que su rostro no expresaba ninguna emoción específica lo obligó a levantarse y quitarse del elevador, sin agregar alguna palabra, se fue al mostrador y se sentó en su silla de siempre mirando a la misma libreta con hojas en blanco con el propósito de volver a disimular.

—Oye, Diego... –habló Johnny con voz suave.

—¿Si? –el portero se emocionó de sobremanera pero seguía fingiendo que no le importaba, no quería festejar antes de tiempo.

Y qué bueno que no lo hizo.

—En unos momentos llegará un camión con muebles nuevos... –Dio se giró a verlo, ya sabía que era mucho pedir que le dijera algo lindo con respecto al beso. —Son para Gyro... Déjalos pasar.

«Grandísima mierda. Que los deje pasar tu abuelo, maldito insensible.» pensó el británico.

—Vete a la mierda, Johnny. –le respondió sin titubear y tras una pausa, prosiguió. —Lo haré, obviamente, por eso me pagan, ni siquiera tenías que avisarme que le compraste muebles al pendejo de Gyro... Perdón, a tu adorable noviecito.

El americano estuvo a nada de responderle igual de grosero que él pero se detuvo a pensar que tal vez actuaba así por su reciente rechazo a su beso y a sus sentimientos en general. Si bien no había expresado explícitamente que no gustaba del portero, eso era lo que pensaba. No tenía cabeza para relacionarse con alguien como él, y no porque fuera feo si no porque... Era difícil de explicar.

No hizo el problema más grande, comprendió que el adverso no se encontraba en condiciones de tener una charla amena, así que se retiró a su piso en completo silencio, era lo mejor si quería pedirle una amistad más adelante.

Diego se quedó solo y con muchas cosas corriendo por su mente. Por momentos sintió que no era él, pues besar a Johnny por mero gusto le hacía desconocerse y avergonzarse a la vez, arrepintiéndose de dejarlo ocurrir y no disculparse.

—Qué suerte tienen los que no se bañan... –murmuró al aire y por fin empezó a escribir sobre la libreta.

Anotó una considerable cantidad de insultos en cinco idiomas diferentes.

No te defiendas [GyJo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora