MAPA ESTELAR (Capítulo 3) •EL UNIVERSO DEL DOLOR•

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LILITH

Abrí los ojos y estaba abrazada a Apolo, mi cabeza descansaba sobre su pecho, di un salto saliendo de la cama a toda prisa, salí de mi habitación y corrí hacía la parte de atrás de la casa, ahí estaba el jardín y un pequeño huerto corrí hacía el árbol de mandarina, me senté bajo el y las lágrimas se desbordaron, me sentía la mujer más infiel del mundo, aunque sabía que no lo era, tenía esa maldita lucha entre la razón y el corazón, la razón que me decía que no le era infiel a Inexth porque él estaba con alguien más, y el corazón que en cada palpitar me suplicaba que no le fuera infiel a mis sentimientos, no podía dejar de llorar y a la vez no quería dejar de tener a Apolo cerca, hace tanto que el corazón no tenía paz, y hace tanto que no dormía tan bien, pero no podía hacerle esto a Inexth, o es que me lo hacía a mí, no puedo hacer esto, no puedo sabotearme así.

Limpié las lágrimas, me puse de pie, inhalé profundo y comencé a cortar mandarinas, luego fui a regar las plantas, corté una cuantas gerberas rojas y naranjas, entré a la casa y el aroma a café recién preparado, me pareció extraño, caminé hacía la cocina y ahí estaba Apolo, preparando el desayuno, el sol que entraba por la ventana le daba directo, en verdad parecía que era un ángel bajado del cielo, me quedé ahí parada, viéndolo, con las mandarinas en una mano, y las gerberas en la otra, se movía lento pero seguro de sí mismo, verlo era un verdadero espectáculo para la vista, hasta que torpemente dejé caer las mandarinas, el volteó a verme y el sol iluminó sus ojos «Dios mío, que ojos tan hermosos, gustosa me perdería en ellos», —Lilith, respira —dijo, sacándome de mis pensamientos, Apolo ya estaba parado frente mí, viéndome, aaaaahg, respiré, porque sí, otra vez había olvidado respirar, sin dejar de verme se arrodilló frente a mí para recoger las mandarinas, no pude moverme, aunque a decir verdad, ni siquiera lo intente, las tomó, se puso de pie, quitó la cáscara de una, tomó un gajo, lo llevó a su boca, lo mordió, vi el jugo llenar su boca, sonrío, tomó otro gajo, se acercó a mí, lo llevó a mí boca, abrí la boca sin que ninguno de los dos se dijera nada, comí la mandarina mecanicamente, se acercó mucho a mí, hasta que su nariz rozó la mía, —Pequeña Lilith, respira, otra vez olvidaste respirar —susurró, yo salí de mi trance, pero no pude informarle eso a mis bragas que estaban mucho más húmedas que mi boca por el jugo de mandarina.

—Cosechas buenas mandarinas, están muy dulces, espero no te moleste que me tomé el atrevimiento de preparar el desayuno —dijo Apolo, caminando de regreso a la cocina, no dije nada me acerqué a la encimera, puse ahí las gerberas.

—No, no me molesta, en lo que lo preparas tomaré un baño.

Él asintió.

Subí las escaleras casi corriendo, sentía que me estaba incendiando, entré a mi habitación, quité mi ropa, corrí a la regadera, la abrí, me metí bajo ella, y fue imposible tratar de controlar mis manos, una bajo directamente a mi sexo, y la otra fue a uno de mis pechos, cerré los ojos, me recosté en los azulejos fríos de la pared del baño, el agua recorría mi cuerpo, y mis dedos entraban y salían de mí, gemía, apretaba mi pecho, imaginaba a Apolo de rodillas frente a mí, deslizando su lengua en mi interior, no me tomó ni cinco minutos llegar al punto máximo del climax, gemí tan fuerte como pude, y caí sentada en el suelo del baño, mis piernas parecían papel y no logré mantenerme de pie, me quedé unos cuantos minutos así, hasta que volví en sí, terminé de bañarme, salí de la regadera y me vestí para bajar a desayunar con Apolo, la culpa llegó a mi cabeza vestida con el rostro de Inexth, pero esta vez no la dejé pasar.

Bajé las escaleras, Apolo había puesto las gerberas en un jarrón, el desayuno ya estaba servido, Apolo estaba de espaldas, en cuanto me escuchó llegar volteó a verme, sonrió y su sonrisa se chocó con la mía que estaba puesta de oreja a oreja, —Vaya, que bien te va eso de sonreír, pequeña Lilith, ven acá, espero que te guste el desayuno, no soy tan bueno como tú, pero tampoco soy tan malo —dijo Apolo.

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