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Habían pasado ya seis meses desde que Itzé había sido declarada muerta

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Habían pasado ya seis meses desde que Itzé había sido declarada muerta.
Los homenajes por parte de sus seguidores aún estaban por todo internet pero Sebastian aún no aceptaba que su mejor amiga hubiera muerto. Héctor se lo dijo se habían metido con los dioses y estaban pagando las consecuencias.

—Tiene que haber algo aquí.—Se dijo Sebastian, había leído los tres diarios que la abuela de Itzé había dejado escritos.
Y solo había descubierto que su padre había salido del agua, que los azules se lo habían llevado y que no volvió jamás. También escribió que cuando cumplió veinte años había vuelto a Yucatán y que había visto a un hombre cerca del lugar donde su madre le había dicho que conoció a su padre. La gente le adoraba y ofrecía frutas y ropa bordada. Las cuales tomaba amablemente y fue cuando se acercó que miró como un par de alas le crecían a cada lado de sus tobillos.
Lo vio elevarse en el cielo y adentrase en el mar.
Después tuvo varios problemas de salud en especial con sus vías respiratorias. Los doctores le habían dicho que era asma.

El teléfono de la habitación sonó.—Hola!—respondió Sebastian poniendo el altavoz.

—Seb chico!!—Alexander Lugo le hablaba de nuevo.—Solo quería ver si estas bien?

—Si. Si lo estoy es todo.—dijo de mala manera ante la hipocresía de Lugo. Todos esos meses la agencia había vendido cuánta mercancía saliera con la cara y el nombre de Itzé. Y en un mes tenían una cita con otra influencer para continuar el canal.

—Vendrás mañana a la ceremonia? Sabes que es la ultima y su padre estará aquí.

—No.— Lugo continuó hablando pero no le importó.

Arrojó los cuadernos al suelo y unas cuantas lágrimas escurrieron por sus mejillas.

—Perdón? Sebastián estas ahí?—Lugo aún estaba al teléfono.

—Si.

—Hay un estadounidense que está muy interesado en tu historia. Quiere hacerte un par de preguntas mañana al terminar la ceremonia.

—No estoy preparado.

—Has la entrevista al menos.

—Lo voy a pensar si.—Sebastián colgó el teléfono y se dejó caer en el sofá.

Lo que había escrito la abuela de Itzé no le servía de mucho, nadie vería ninguna prueba en ellos. Y después de la muerte de los buzos nadie querría realizar una búsqueda rodeados de animales venenosos.

Tal vez era momento de aceptar que Itzé se había ido.

ITZÉ Where stories live. Discover now