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No lo había visto después del beso que le había dado.

Le había preguntado a Naab sobre él y la respuesta era la misma.

—A veces desaparece por semanas o meses. Le gusta darle la vuelta al mundo.

—Talocan a tenido alguna vez una reina?—Naab dejó de peinarla.

—Nadie a conquistado el corazón de Kukulcán.

—De verdad nadie?

—No. Nunca le hemos visto con alguien.—respondió trenzando su cabello de nuevo.

Que había pasado entonces que Namor se sintió con deseos de besarla. Por qué eso fue lo que sintió Itzé, deseo puro de continuar su beso y de tal vez llevarlo más lejos. Pero él se detuvo y ella no tuvo el coraje para alentarlo a seguir.
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Había nadado hasta las islas más alejadas del Pacífico.

Necesitaba despejar su mente de lo que había hecho.

Beso y deseo a una humana de la superficie.

Y recordó las palabras de Kaknab. Cuando lo obligó a volver al mar:
Algún día te enamoraras de aquello que tanto odias. Y te acordarás de lo que me hiciste.Y estaré ahí para verlo.

Y no solo le había pasado una vez sino dos veces.

Cuando conoció a la joven princesa de Wakanda le pareció un ser divino,inteligente y hermoso. Pero la ira pudo más que el amor que había nacido ese día.

Y después la vio a ella. La criatura más absurda que había conocido. La primera vez había llegado sola a la gruta, la vio tropezar muchas veces con la vegetación y asustarse con el graznido de las aves. La segunda vez llegó con un muchacho el cual estaba tan blanco como un hueso. Y empezaron a hablar sobre más personas y eso no le gustó. Así que mando a dos de sus soldados y ella llegó a su vida.

Grito de frustración alejando a un cardumen de peces amarillos.
¿Por qué? Porque tenían que gustarle sus murales, porque la había dejado en una alcoba y no en un calabozo. Y por qué le había mostrado el nacimiento de una de las criaturas más hermosas de la tierra.
Había una respuesta y no le gustaba: se estaba enamorando de ella.

De sus risas tontas y de la manera en la que se esforzaba por conocerlo.
De la forma en la que los vestidos se adherían a su cuerpo.
Le gustaba Itzé y cuando la tuvo tan cerca en la gruta creyéndolo un dios, no pudo evitar besar sus labios.

Pero le dio miedo seguir y ahora estaba ahí en el final del mundo. Pensando en lo que haría cuando volviera y le preguntara del beso y él no pudiera decir: Te amo.

ITZÉ Where stories live. Discover now