INTRODUCCIÓN.

52 8 3
                                    

El síndrome del nido no vacío.

Nuestro mundo, el mundo de los humanos gira en torno a una estabilidad, a un estado de confort anhelado. Pensamos en un camino en línea recta que nos conduce a una salvación infinita. Un lugar cálido y acogedor.
Aquel en el cual nos encontramos seguros, aquel en el cual nos sentimos protegidos.
¿Buscamos salir de él o todo lo contrario?. Pues, ¿qué es este nido?

Podríamos decir que es tan solo una idea superflua de un cerebro en evolución continua. Nos aventurarmos a lo desconocido, siempre anclando los pies en un lugar llano. Podemos escalar montañas y elevarnos en el cielo pero no podemos elegir nuestra naturaleza.

Somos una especie adaptada a un entorno hostil. Somos el precio de nuestro cometido. Nuestro nido es nuestra vida misma. No podemos abandonarlo mientras sigamos vivos, pues estamos atados a él desde que nacemos. Todo lo que impera en nuestra vida, esta sujeto a este refugio por y para nosotros.

Podríamos decir que cada uno tiene el suyo propio, y podríamos aventurarnos a decir que el de cada uno es diferente pero si así pensamos, realmente estamos equivocados.
Somos nuestro mayor y peor enemigo. Seguimos un patrón costumbrista y establecido para generar un control y un equilibrio en nuestra sociedad. Pensamos que somos capaces de mirar más allá. Mirar tierras desconocidas, nuevos nidos donde asentarnos, y establecer una vida sedentaria y confortable.

Por tanto, nosotros no somos aquel nido, tan solo aquel huevo que se desquebraja y se abre camino a la vida, una vida ya marcada y condicionada. Una vida atada a un lugar del que salir es un desafío. Somos presos de nuestros temores. Somos amantes de nuestras virtudes y deseamos poder salir, explorar... pero no podemos ir más allá, pues las cadenas que atan nuestros pies nos mantienen sujetos a tierra.

Nuestro cascarón se rompe y nos hace sabedores inconclusos de una verdad entrópica.
Se resquebraja y miramos desde dentro el lugar al que pertenecemos. Quizás, y solo quizás no sea de nuestro agrado, pero es lo que conocemos, o más bien, lo que nos dan a conocer. He aquí nuestra gran verdad.

Salimos de aquel huevo roto como simples mortales, protegidos de lo que circunda a nuestro alrededor. Asentamos nuestra base , la civilización se abre camino.
Creemos y nos multiplicamos como células en mitosis. Enseñamos a nuestra progenie nuestro nido y lo que sabemos de él.
Ellos inician su camino, al igual que lo hicimos nosotros.
Pero, con el tiempo, este mundo se nos hace pequeño. Crece en nuestro interior la curiosidad. Sentimos que debemos ir más allá y no solo ver lo mostrado.

Un precipicio nos separa del mundo. Una caída que nos depara la muerte se sitúa en medio. Nos corta el camino. Miramos en la lejanía, pero tan solo vemos lo que nuestro sentido de la vista nos permite ver. Quizás una maraña nos impida ver. Queremos saltar y explorar pero no sabemos como hacerlo.

Investigamos y, con el paso del tiempo, ideados artilugios que nos permitan volar y salir de aquel nido confortable, pero son alas de papel mojado. Pesadas para alzar el vuelo.
Es curioso que desde que llegamos a este nido, no sepamos salir de él.

Un buen día, algunos humanos ladinos, rompen el cascarón y salen al mundo. Se juntan con los demás y centran su vida fuera de cualquier riqueza mundana. Se asoman al borde y colocan su mano sobre el hombro del que no ha podido ir más allá. Observan con asombro, desean lo que está fuera.
A través de este deseo, descubren maneras ilusorias y algo descabelladas de salir de aquella jaula invisible.

Serán tratados de vesánicos por los más escépticos, por aquellos que sopesan la nada para conseguir la nada. Estos tomarán carrerilla, idearán mil y una maneras de conseguir ver más allá, de explorar lo que es ignorado.
En este y solo en este momento, es cuando somos libres, pero tan solo en una imaginación cautelada.

Nido BlancoWhere stories live. Discover now