CAPÍTULO UNO. UNA LARGA NOCHE DE CONCILIADORES SUEÑOS

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Valencia. Una noche de febrero. Año 2032.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. Apenas había pasado una hora desde que decidí irme a dormir y aún seguía despierto.

En la penumbra de mi habitación, tumbado, mirando el techo, mirando a la nada. Me levanté y me quedé sentado en la cama, meditabundo, mirando mis manos.

Escudriñando cada ápice de piel, cada cuadrante de tejido. Nunca me había parado a observarlas tan detenidamente. La piel estaba escamada y seca. Se desquebrajaba con tan solo tirar de ella. No sentía dolor alguno, se trataba de piel muerta. Piel que ha dejado de hacer su función y que ahora se convierte en un mero recuerdo de lo que fué. Su utilidad ha finalizado y ahora se desprende de su amado cuerpo, en busca de la tranquilidad y de la seguridad de haber realizado su tarea lo mejor posible.

<<Pero... ¿Qué sentido tiene? ¿Acaso tiene algún significado?>>.

Me levanté y miré por la ventana. Parte del mundo discurría por un mundo subjetivo, un mundo irreal, un mundo subconsciente, en el que figuras oníricas cobraban vida y a menudo atormentan el sueño de aquellos que aún están despiertos. Qué triste figura la que mira desde un décimo piso, como su imagen reflejada en los cristales de su ventana.

Medio abrí la ventana y me encendí un cigarrillo. Tan solo el silencio se quebraba con el sonido de cada calada. <<Mañana vuelvo al hospital>>, pensaba mientras consumía aquel cigarrillo con caladas más profundas y más placenteras.

Ya han pasado tres días desde mi última guardia, y ahora toca de nuevo relevar a mi compañero una vez más, que éste vaya a casa y yo vuelva a quedarme setenta y dos horas en aquella planta vacía, sin conversaciones, sin nada que decir. Tan solo escuchar tu respiración, el latido de tu corazón, latiendo cada segundo, cada minuto, cada hora. <<Qué sensación más placentera>>, hasta que dé su último latido, y en cuyo caso, su función habrá finalizado, y cesara su movimiento y con él, toda mi existencia.

Daba vueltas por la habitación, sin sueño, sin presentar cansancio, sin saber qué hacer. Pasé junto a la cómoda. Sus fieles retratos vislumbraban imágenes añoradas y felices. En una de ellas salía yo con mi padre y mi madre. Al fondo se presentaba el estampado de naturaleza arbórea, cuyo color verde, se reflejaba en las aguas que quedaban a nuestra espalada. Hermosos días aquellos en los que, la ingenuidad, era la mayor felicidad. Yo tenía unos quince años y algunos fines de semana, acampábamos a las orillas de un gran lago, a unos ochenta kilómetros de la ciudad. En la tranquilidad de la naturaleza, en el susurro de lo que no está contaminado por manos humanas.

En otra foto, se veían tres rostros sonriendo: el de mi abuelo, el de mi abuela y el mío. Era en el pueblo, en la plaza mayor, en plena época estival. Durante mi feliz juventud, todos los veranos, mis padres y yo, pasábamos unas semanas en casa de mis abuelos. Lejos de rutinas, lejos de todo.

<<Abuelo...-cogí la foto y me quedé un rato contemplando aquel retrato-, nunca imaginé que compartiríamos el mismo destino. Nuestra vida fué arrebatada, tal y como la conocíamos... un triste designio camuflado e inherente>>.

Se oyeron pasos en el piso superior, después risas. Dos copas brindando y rompiendo la tranquilidad de la noche. El sonido de un beso y después otro. Los muelles de una cama vieja y las sacudidas, seguidas de gemidos, seguidas de un nombre que apenas se podían escuchar. Repitiendo el mismo monosílabo durante aproximadamente doce veces seguidas y después, un último suspiro y vuelta al silencio.

Una liberación de serotonina, un atisbo de placer y felicidad efímero que a la mañana siguiente será consumado por la cefalea de una intoxicación etílica.

Dejé la foto en su sitio y volví a la cama, me retumbé boca arriba, meditando. Quizás en nada, quizás en todo. Cerré los ojos. Notaba como mi mente se relajaba, la respiración y la frecuencia cardiaca se ralentizaba hasta alcanzar un equilibrio, hasta que finalmente quede dormido.



<<Me miré en el reflejo de aquel aparato eléctrico. Su rostro empequeñecía lo que fui en aquella época. Espero que no tengas razón Agatha, y que tus palabras tan sólo sean un conducto a tu primera equivocación. Esta historia debe ser contada. Quizás mis recuerdos confluyan dispares y a veces mis palabras no susciten con detenimiento y precisión, o quizás si... Escribo lo que mi mente claramente hace mención de recordar. Me está resultando difícil Agatha.

No consigo evocar todos los recuerdos y marañas de puntas cuadradas no encajan en este laberinto. Puede que no llegue a escribir la última página de esta historia, pero debo continuar e intentar contar la verdadera historia de mi vida>>.

Nido BlancoWhere stories live. Discover now