CAPÍTULO NUEVE. ARRAIGO DE CONVERSACIONES ETÉREAS

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Valencia. Entre mediados de mayo. Año 2032 

(Dos meses antes)

— ¿Realmente quieres saberlo? —Sonreí. Tomé aire. Saqué del bolsillo un cigarrillo. Lo encendí y comencé—: Mi universo por aquella época, giraba en torno al estudio y comprensión del ser humano desde un punto de vista científico. Puse denuedo en conseguir plaza en la facultad de medicina, pero no conseguí tan ansiada nota. Debido a este desastroso fracaso, me animé a estudiar la vertiente de la ciencia humana que ha vivido tanto tiempo en las sombras de tal magistral profesión. Me gradué en la Universidad de Valencia hace unos ocho años. Posteriormente estudié un postgrado en Enfermería enfocada en variabilidad de tejidos y criogenización. Una vez finalizado, comencé a trabajar en el Hospital H251, en el ala de viabilidad de tejido.

Mientras trabajaba, me doctoré y presenté mi tesis ante un jurado escéptico. Durante unos cuatro o cinco años estuve trabajando en esta sala. Mi supervisora, una vieja costumbrista cuyo credo se basaba en aires de grandeza por su tenaz y vieja experiencia, andaba con cierta cojera en su pierna derecha. Según dicen, se dislocó la cadera por una mala interpretación en una postura sexual. Odiaba a aquella mujer.

—Inhale una calada y en ese momento el sonido de unas sirenas adelantó la presencia rápida y veloz de una ambulancia que pasó de largo cerca de la terraza de la cafetería en donde nos situábamos. Las ambulancias, los coches policiales y los vehículos de bomberos eran los únicos que podían circular por la ciudad. Tras una interrupción momentánea continué. Ella prestaba verdadera atención a mis palabras a lo cual yo escéptico de tal ansiada escucha—. Para mí no era más que otra compañera pretenciosa y arrogante. Poco después de doctorarme, la empresa Nido Blanco tomó contacto conmigo. Me ofrecieron el trabajo al que ahora me dedico. Acepté esta sinecura por la tranquilidad de trabajar lejos de todo contacto humano consciente. ¿Y tú?, ¿Cuál es tu historia?

Ella dio un sorbo al café con cierta extrañeza ante tal historia. Tras este acto comenzó:

—Mi historia es similar a la par que distinta. Hace casi quince años, mi padre falleció de un infarto. Ocurrió durante sus vacaciones. Él estaba en casa, mirando la televisión. Yo jugando con el móvil, y entreteniéndome en las redes sociales. Él se levantó, al parecer iba a tomar algo. A pocos segundos, en el pasillo, se oyó un estruendo. Yo corrí, y al llegar allí, vi a mi padre tumbado en el suelo. Comencé a gritar, a vociferar ayuda. Mi madre murió en mi alumbramiento, por lo que estaba sola. Mi corazón se paralizó. Mi instinto se heló, y mis piernas y brazos no pudieron dar un movimiento. Todo ocurrió muy deprisa. Mis gritos fueron escuchados por un vecino. Éste llamo a emergencias, y los pocos minutos, las sirenas comenzaron a escucharse. Intentaron reanimarlo, pero su corazón había dejado de latir, sus pulmones dejaron su movimiento continuo, y sus ojos se quedaron —su voz se quebró, sus ojos se humedecieron—, se quedaron mirando la lámpara del techo. Fue enterrado a los dos días, acudimos unos amigos, mi abuela y yo.  Ante la tumba de mi padre, decidí estudiar enfermería. Saber cómo actuar ante casos así, y no dejarse llevar por el miedo… poder… salvar vidas —Hizo una pausa. Su voz se había quebrado, y por sus mejillas recorrían pequeños ríos de lágrimas la cuales compuestas por rabia, culpa y resignación. Al poco, secó sus lágrimas con un trozo de servilleta, y continuó su historia—. Disculpa, pero al hablar de este tema, no puedo controlarlo. Estudié y me gradué en enfermería. Al poco, fui contratada por el Hospital de Barcelona BCB21. Allí trabajé en varios servicios, entre ellos, viabilidad de tejidos. En este departamento, me hicieron un contrato que ha sido renovado durante años. Al tiempo, me ofrecieron viajar a Valencia, y conocer la anexión entre Nido Blanco y el hospital, y todas las tareas que ésta desempeña. ¡Y aquí estamos!

Finalizó su historia con una sonrisa nostálgica, vislumbrando cierta apariencia de alegría y sentimiento de culpa.

—Una historia conmovedora Paula. Siento lo de tu padre. Los sentimentalismos son armas de doble filo. Y sí… no estas encauzando tus palabras, si no que más bien, las dejas apartadas, ignoradas y por supuesto, sin cumplir. La enfermería no te va a dar ese sueño que una vez anhelaste. Tu trabajo es cuidar de enfermos, no de salvarles la vida.

Ella puso cara cejijunta y su rostro tomo un aire más serio.
 
 —Discúlpame que discrepe. Pero no llevas razón. Es curioso que alguien que se dedica al sector sanitario y aún más, ha estudiado una carrera como enfermería, tenga este pensamiento… Es un pensamiento arrogante y pretencioso. 
Esperaba tal respuesta porque soy conocedor de ese punto de vista.

 —Veamos… —Tomé aire en una breve pausa—. La enfermería es la disciplina que predomina en la actualidad como más allegada al ser humano. Utiliza férreos principios, y trabaja en beneficio de la humanidad. Mi primera idea no era esta, tan solo (y me reitero en lo mencionado anteriormente) mi idea principal era estudiar medicina, y dedicar mi campo a la investigación de tejido humano. Debido a no llegar a tal ansiada ambición, decidí dedicar mi vida al estudio del ser humano desde otro campo. Poco después, se abrió una nueva vertiente, la cual ha sido digna de especulación y crítica. Pocos somos los especialistas en esta rama sanitaria que utiliza la enfermería fuera de sus principios. No tomamos contacto con pacientes (o por lo menos no es necesaria nuestra interacción con ellos), de esta manera, ellos ganan y yo también. Mis análogos se dedican a su enfermería, yo me dedico a la mía. —añadí—. Además, es de lo más característico que tú, que ahora trabajas para Nido Blanco, seas tan reacia a este pensamiento, cuando tú te estas dedicando a lo mismo.
—Tu opinión es perfectamente respetable, pero te has equivocado de profesión. El aceptar este trabajo es algo personal, que no es de tu incumbencia —dijo tajante—. La misión de la enfermería es mejorar la vida de nuestros pacientes, interactuar con ellos, ser su apoyo, su cuidador profesional para que su recuperación (en caso de que pueda ser así), se haga lo más rápidamente posible. Me resulta inquietante tu desinterés por seguir este camino.

—El interés varía según cada cual. Yo sigo el mío y no necesito aprobación de nadie para llevarlo a cabo.
—Está claro, pero… pienso que es involucionar profesionalmente, es desterrar nuestros principios… Podrías haberte dedicado a otra cosa… no se… Siento decirte esto, pero por desgracia para nuestra profesión, contamos con alguien como tú en nuestras filas.

—Acepto tu respuesta. No me interesaban otros estudios, y éste, lo tenía justo al lado.
Gesticulé media sonrisa.

—Tu arrogancia me es preocupante… ¿Por qué esa manera de pensar? ¡Es indigno!

—La indignación es solo una parte más de nuestra naturaleza… como el odio, la ira, la prepotencia; Estos valores no son tomados como positivos sino todo lo contrario… Son una aberración insultada por una sociedad sosegada. El comportamiento ha cambiado y no somos conscientes… ¿Dónde están los valores más inmorales?, ¿Dónde han quedado?

— ¡Pienso que somos capaces de evolucionar! De ser mejores…

—Aferrarnos a lago conlleva ser preso de una idea.  Debemos desatar nuestras cadenas… ser una nueva especie que de verdad evoluciona… aquella que se despoje de valores e ideales que son la estructura que ahora sostiene nuestro ADN.

Mis palabras fluían tranquilas, y mi cigarro acompañaba esta conversación.

— ¡Eso es una idea que puede corromper nuestro modo de vida! —exclamó con ademán de incidir en lo mencionado.

— ¿Nuestro modo de vida dices? ¡Aquel que te indica que tu respiración va demasiado rápida para el oxígeno que hay! ¿Cómo es posible que a eso llamemos evolución? —pregunté algo más enérgico.

— ¡Todos tenemos un papel en la vida, una misión! ¡Tenemos cabida para mantener lo que hemos logrado! —exclamó algo exabrupto. 

— ¿Y que hemos logrado? ¡Ahh sí! No ser dueños de nuestro absurdo destino —contesté tajante.

—Tienes un pensamiento destructivo… —expresó Paula denotando una mezcla entre un cabreo interno y una desilusión externa.

—Admiro la rapidez en mantener una objeción tan perfecta.
Concluí con una nueva calada al cigarrillo.

Me miró con cierto recelo y salió de aquel asiento sin decir ni una palabra más. Se había ido molesta, había atacado su sistema de valores… que falta de respeto.


<<Quizás estuve tosco, y mi prepotencia abrazaba a mi ego y juntos se hacía uno. Ahora siento aquellas palabras.

Supongo que esto es tan solo un sentimiento más añorado… No. Este sentimentalismo ahora es férreo a mis principios. Se agarra, no quiere desprenderse. Se ha quedado impregnado. Insólito. Que desvencijado comienzo, ¿no crees…?>>

Nido BlancoWhere stories live. Discover now