CAPITULO DOS. UN DÍA MAS, O QUIZÁS, UN DÍA MENOS

13 6 3
                                    

Valencia. Febrero. Año 2032

Aquella mañana, apenas había empezado a amanecer y yo ya había terminado de tomarme el café. Ya tenía todo dispuesto y preparado en mi mochila para la guardia. Sin mayor entretenimiento que coger mi libro y guardarlo, cerré la puerta y me dirigí a la calle, camino al hospital.

La parada de metro estaba de lo más concurrida. Una horda humana se abocaba a la espera de éste. El gentío se amontonaba, mi cuerpo fue llevado cual corriente hasta la vaya divisoria. Al otro lado, un hombre lánguido, con traje y maletín de cuero, esperaba el tren sentado en una butaca. Una azafata le servía un poco más de café. En la taza figuraban las iniciales SFV (Servicio Ferroviario Valenciano).

El transporte público imperaba como medio único de transporte en el centro de la ciudad. La elevada contaminación había provocado tomar medidas exhaustivas y había prohibido la entrada de cualquier vehículo que no fuera de uso público.
Las personas se agolpaban y extasiaban la hora de llegada.

El tren hizo acopio de presencia puntual, y como ordenados civiles, subimos a este transporte de manera calmada y ordenada.

Una vez dentro, me acurruqué en un pequeño asiento entre las puertas posteriores, lo más alejado al contacto humano, a sus pieles sudorosas y sus axilas de flor de vainilla. Un hombre de estatura medio baja, intento colocar su estruendo cuerpo en un pequeño hueco apenas dejado por mi persona. Con delicada afabilidad, me pidió si podía echarme a un lado para poder colocarse. "Siento decirle que me es imposible caballero. Dije de manera educada. "Sufrí un desventurado accidente y debo mantener las piernas lo más estiradas posibles". El hombre hizo acopio de mis palabras y haciendo ademán de entender tal problema, se dirigió a otra sección del tren. Intenté estar lo más cómodo posible. Mi ubicación en los trenes no era de las peores, pero debía aun así compartir aquel alargado vagón con muchas más personas. Llegó sin aviso a mi mente la imagen de aquel hombre tomando el café. <<Lo que daría yo porque me sirvieran un café y poder acompañarlo con un cigarrillo>>, pensé mientras mi mente se sumergía en aquel mundo de riqueza. Saqué el libro y me puse a leer sin prestar atención a lo que circundaba por mis alrededores.

La voz de la señorita indicaba la proximidad a mi estación. Esto hizo que tomara postura bípeda de nuevo y me dispusiera a salir. A pocos metros de la puerta, vi al hombre que previamente había interactuado conmigo. Se quedó mirando, por lo que me acerqué a la puerta fingiendo cierta cojera. El hombre me saludo con una sonrisa y haciendo ademán de compadecimiento. Yo le ofrecí mi mejor sonrisa, agradeciendo la infatigable y poderosa ignorancia.

Llegué a las afueras, respiré de nuevo aire libre, fuera de toda mezcla posible dentro de aquel vagón. Tomé dirección al hospital. Apenas estaba a unos doscientos metros de la misma parada por lo que tampoco tardé mucho en llegar. Los primeros rayos de sol iluminaban las calles y los rostros humanos con los que me cruzaba, parecían algo más activos. La iluminación natural nos alzaba de nuevo a la superación de un día más en nuestras vidas.

Las puertas del hospital se abrieron ante mi presencia. La recepción estaba de nuevo inundada de pacientes a la espera, parloteando y vociferando. La recepcionista apaciguaba a las fieras mientras que éstas a medida que la joven les hablaba y explicaba, penetraban en una profunda alucinación altruista y de sentida complicidad con el sistema.

Ignoré de nuevo aquella escena tan abrumadora, pero topé con la horma de mi zapato. "Buenos días caballero, ¿Podría indicarme donde se encuentra el pabellón de maternidad? Es que soy nueva en la ciudad y no conozco este hospital", me preguntó una mujer angustiada. Su expresión mostraba incertidumbre, su vientre, un feto de treinta y ocho semanas. "Lo siento, no trabajo aquí. Si me disculpa" Contesté y seguí mi camino. La mujer se quedó allí plantada aguantando con ambas manos aquel enorme abdomen. Me dirigí a los ascensores. Aquel invento cuyo aliciente suscita la depleción de quemar grasas.

Ensimismado, una voz dulce proveniente del mundo exterior provocó que saliera de mi mundo y volviera a la realidad existencial de la cual partimos todos. Una sonrisa era dirigida hacia mi persona, sin entender cuál era el motivo de dicha acción. Sus ojos verdes pardo embaucaron mi mente. Su largo cabello moreno se deslizaba por su cuello como el agua que discurre por una delicada cascada.

-Hola. ¿Serias tan amable de dejarme un hueco?

Apenas puede musitar palabra, pues aún estaba fijándome en unas motitas marrones que provocaban una imperfección en su iris. Ella hizo un ademán con la mano indicándome que me moviera hacia un lado para dejarle espacio.

-Sí. Disculpa.

Me moví hacia la derecha, dejándole un hueco que la colocaba justo a mi izquierda. El ascensor discurrió en un silencio casi imperceptible.

Llegué temprano, como de costumbre. Francis ya estaba sentado en su mesa.

-Bienvenido Eden. Qué alegría verte.

Se levantó e hizo ademán de saludarme. Yo le devolví el saludo.

- ¿Alguna novedad Francis? -pregunté mientras recogía los informes médicos en una carpeta azul depositados encima de mi mesa.

-Ninguna, compañero. Todo sigue en orden. El sujeto 11-alfa-262, llegó ayer y todavía sigue en hibernación. No ha salido de la cuna. El paciente 11-alfa-264 ya ha sido dado de alta. Por lo demás... veamos, que tenemos por aquí...-dijo mientras ojeaba los informes de enfermería realizados durante su turno-. ¡Ah sí! Mañana van a trasladar a un nuevo sujeto que proviene del Nido. El doctor Menéndez ha dejado el informe en tu mesa. Si, ese mismo que llevas entre tus manos. Parece ser que precisa de cuidados individualizados. Los nuevos sueros para el nuevo sujeto ya han llegado. Están en el estante inferior de la nevera. Es el L-0224. Verás que hay dos. Uno va diluido con suero de hidratación S-552 a pasar en 24 horas. El segundo viene directamente diluido. El paciente 11-alfa-263 ha despertado esta mañana por lo que está consciente. Parece que costó más de la cuenta que tomara consciencia de nuevo. Para adelantar trabajo ya le he colocado las W-Visión. -Estaba llegando a las últimas páginas de sus informes-. Eso es todo.
Tomé todos los respectivos apuntes en mi hoja de cuidados de enfermería. Intuía que estas setenta y dos horas de guardia iban a ser de lo más tranquilas, puesto que la sala albergaba tan solo dos pacientes, a la espera del sujeto que estaba por llegar. Francis se levantó, me entregó sus informes y se dirigió hacia el pasillo.

-Oye Eden. Se ha hablado de ir a tomar unas cervezas el viernes por la noche en "El Suit", ¿te apuntas?

Sin apartar apenas la vista de la pantalla del ordenador, y dejando bastante de lado la proposición de Francis, le conteste:

-Francis, es un detalle que hayas reparado en mi asistencia, pero creo que aquel día estaré bastante ocupado en mis cosas. Pero gracias. -Conteste sin levantar la vista del ordenador.

-Bien, como quieras Eden. ¡Chico así no vas a conseguir nunca hablar con mujeres! -reclamó Francis.

- ¿Y quién te ha dicho que esa sea mi prioridad? -respondí
-Nadie, pero es lo que se suele hacer.

-Si hiciera lo que se suele hacer, formaría parte de un sistema aborrecido y costumbrista, cuyas palabras no dejarían trasfondo en mi persona.

-Eres muy raro Eden -replicó Francis-. Podrías tomarte una cerveza conmigo y así charlamos.
-Eres insistente. Ya te he dicho que ese día estaré muy ocupado.

Gracias Francis.

-Bien, como quieras Eden. Nos vemos en la siguiente guardia.
Tras un lastimero saludo, dejó el control con aire apagado. Yo no volví mi mirada, pues estaba ocupado leyendo las historias y los registros de los días de guardia.

Nido BlancoWhere stories live. Discover now