I

1.8K 136 35
                                    

Kim a lo largo de su vida había creado múltiples facetas de sí mismo: podía ser Kimhan, el niño mimado de la primera familia; Wik, el artista; Kim, el sociopata; la oveja negra, el estratega, el estudiante prodigio, etc, etc. Sentado en un sofá del algún bar del centro, con los sentidos adormecidos por el alcohol y el eterno vacío en su corazón, se preguntó si alguna vez ha existido un Kim que no dependiese de un apelativo.

—Khun Kim, es tarde. Será mejor irnos, mañana debe ver a su padre y hermanos.

Por supuesto que tenía que ir a la reunión familiar, era lo que se esperaba del hijo perfecto de Korn, su verdadero heredero. Con un movimiento de mano despachó la presencia de Knut, no necesitaba una niñera.

Bajo el brazo de Kim se metió el acompañante que había estado en el baño. Un lindo muchacho de cabello negro, piel morena y largas pestañas. Pod, ese era su nombre. Un modelo que conoció haciendo una campaña, un chico tierno, joven y que era perturbadoramente parecido a... Che.

Kim recordó la expresión de Knut cuando lo vio llegar, el entrecejo fruncido, los ojos chiquitos por la desaprobación y el deje de molestia en su voz cuando preguntó:

—¿A qué estás jugando?

—A nada. ¿Y tú?

Después de eso Knut se alejó lo suficiente para no ver lo que hacía, y comenzó a tratarlo con el frío respeto que correspondía a su posición como su jefe de seguridad. Seguía en el rango de visión obligatorio y compartía comentarios con sus otros dos acompañantes: Sea y Akk.

Sí, se parecía a Porsché pero seguía sin ser él. No tenía su conversación, fingía ser tierno, no buscaba problemas solo para ver a Kim perder la paciencia, no lo hacía reír y no hacía que se sintiese relajado.

Han pasado un par de semanas desde que envió el video, no fue bloqueado pero tampoco recibió una respuesta. Mucha veces escribió mensajes que no fueron enviados, o simplemente, marcó el número antes de colgar porque por primera vez en su vida no sabía que decir o cómo actuar.

Tenía que darle espacio a Porsché. Tenía que dejarlo vivir su decepción, y tal vez con el tiempo entendería que lo había hecho solo para protegerlo.

—¿Me escuchas, Wik?

—Mmm. ¿Cómo no podría hacerlo?

Pod sonrió levemente sonrojado y continuo con su historia. Eso le dio tiempo a Kim de meditar.

Siempre actuó en base a los hechos, moviéndose por los posibles resultados y anticipando cada uno de ellos. Jamás se había arrepentido de una decisión en su vida. Nunca. Pasó años aprendiendo del comportamiento que lo rodeaba para ser capaz de imitarlo cuando fuese necesario, pero nunca había estado sujeto a una situación como esa.
Al viejo Kim no le habría importado romper el corazón de un fan patético que esperaba más de lo que realmente podía tener. Che era diferente, no sólo era el hermano de Porsche sino un miembro de la familia, alguien importante. Alguien que tendría que ver el resto de su vida.

Esa fue la explicación que ofreció a Knut. Le mintió en la cara, y el guardia lo sabía. La verdad era que Che había colado muy fuerte en su corazón, le gustaba quien era cuando estaba con él; le gustaba la paz que le generaba y lo rápido que se metió en su frío y desolado corazón.

Sabía que para Che sería difícil perdonarlo. Era un adolescente tonto e inmaduro que creía estar enamorado de él. Un niño sobre protegido incapaz de comprender el mundo por culpa de Porsche.

—Me das un segundo.

Kim se puso de pie y escapó al baño. Knut y Sea lo siguieron y esperaron fuera de él.

Empecemos Otra Vez (Kimporchay) Where stories live. Discover now