VII

896 95 6
                                    

Kim encontró a Che casi a medio día, por suerte estaba solo aunque en ese momento le importaba más bien poco. Lo agarró con fuerza del brazo y lo metió en un salón.

—¿A qué mierda crees que estás jugando?

—A la misma que tú, supongo.

Kim no estaba dispuesto a responderle, eso lo llevaría a decir cosas hirientes y caería en el juego de Che, donde se comportarían como adolescentes y estaba demasiado cansado para eso.

—Alejate de ese tipo.

—Solo es un amigo, Kim.

—Él tiene otras intenciones, Che —dijo con el mismo tono de fastidio. —No me gusta, dile que no te hable más.

—¿Qué es lo que quieres de mí? No puedes actuar de esta forma, Kim. No puedes ir a mi cuarto por las noches y meterte en mi cama, actuando lo que tu consideras que es lindo de la manera más retorcida. Y luego hacer cosas como estas. ¡Me confundes! ¡Me provocas dolor de cabeza! ¡No sé que es lo que quieres!

—Pero tú sabes que es lo que quiero, yo te lo dije.

—Pasaste la primera parte de nuestro tiempo juntos mintiendo, engañando y espiando a mi familia. Luego te alejaste, rompiste aun más mi corazón e hiciste desastre con cualquiera que se te pasó por al frente. Me humillaste al llevarme a esa habitación de hotel con esa mujer. —Che parecía tener muchas más cosas que decir pero solo se quedó en silencio, había estado levantando demasiado la voz. Su intención no era llamar la atención. —Agradezco que me salvaras más de una vez, y que me ayudaras a entrar a la universidad pero, ¿cómo puedo confiar en tu supuesta sinceridad si no has hecho más que mentir y ocultar cosas?

Kim se quedó en silencio. No tenía una respuesta para eso.

—Solo eres un niño mimado qué no sabe lidiar con el rechazo, Kim. Yo herí tu orgullo y ahora quieres demostrar lo contrario.

Che se limpió la lagrima escurridiza qué se le escapó soltó un suspiro, movió sus manos como si estuviese sacudiéndose el cansancio y salió con una sonrisa del salón. Kim y Che estaban hechos para fingir bienestar cuando no lo sentían.

***

Pasamos nuestra vida imitando el comportamiento de otros, nuestros padres actúan de cierta manera frente a nosotros porque quieren ser un ejemplo. Luego, nuestra naturaleza nos obliga a socializar con otros humanos, y así, de pronto nos encontramos imitando otro tipo de comportamiento, tendencias o formas de hablar.

Che no tuvo unos padres a los que imitar mientras crecía, pero si tuvo a Porsche. Su hermano no fue perfecto en su crianza, estuvo lejos de eso. Pero se aseguró de dar lo mejor de sí, nadie más cargaría con un lastre a su espalda como lo era un niño pequeño como Che.

Porsche se aseguró de dar lo mejor de él, y Che en su desesperado intento de hacerlo sentir orgulloso, se esforzaba al máximo en cada una de sus cosas porque no quería decepcionarlo.

Ahora, Che se encontraba cerca de la vida adulta, suficiente para que gran parte de su carácter estuviese definido; excepto que ahora se encontraba sumido en una vida lleno de ultrajes, asesinatos y sobre todo, mentiras. En la familia Theerapanyakul todos mentían, ocultaban cosas.

¿Cómo esperaban qué Che fuera lindo, adorable y tan transparente qué todos pudiesen ver a través de su alma?

—Che...

Porsche estaba de pie en su baño lavando sus manos, Che fingió no haber visto la sangre tiñendo de rojo el agua que se perdía en el desagüe. Si preguntaba, sabía cuál sería la respuesta: no tenía nada que saber sobre eso.

Empecemos Otra Vez (Kimporchay) Where stories live. Discover now