XIII

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Es increíble la forma en la que se llega a conocer a una persona a fuerza de mucha exposición. A Che le gustaba pensar que conocía a Kim cómo nadie más lo hacía, pero por supuesto, solo era un síntoma de su enfermizo amor por Kim. Cuando la realidad volvía a golpear sus sentidos, se daba cuenta que no había nadie en este mundo capaz de afirmar tal cosa.

Kim era impredecible, se movía de acuerdo a sus intereses y a los medios que tuviese que recurrir para conseguirlos. Eso no debía olvidarlo jamás.

Era difícil en momentos como esos, donde lo observaba llevar la botella de agua constantemente a sus labios y beber grandes tragos. Se había acabado dos desde que salieron del aeropuerto.

—¿No crees que es mucha agua?

—Mmm.

Él no estaba contento con la intrusión de Che en ese viaje, y había estado pagando su ira con él. No es como si hubiese sido su culpa que Korn ordenara aquello.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó por tercera vez en el día.

Porsche había estado muy molesto cuando le informaron que se iría con Kim, pero ni siquiera él se atrevió a reclamar más de lo que usualmente haría. Che entendía porque su hermano estaba jugando la carta del sirviente complaciente con Korn para mantener alejada sus sospechas. A Porschè le hubiese gustado que batallara un poco más.

—Kim...

—Te dije que no lo sé —respondió de forma brusca.

Che desvió la mirada hacia la ventana, por el cristal podía ver como Kim se sostenía el puente de la nariz. No había querido gritarle, pero lo hizo. Ambos estaban en un estado de estrés y zozobra del que no podían alejarse, Che sabía que Kim lo sentía; es una pena que sus disculpas en ese momento no sirvieran para nada más que irritar más a Che.

Estacionaron en una enorme casa, bastante antigua. Parecía uno de esos palacios que Che había visto en ilustraciones. Le gustaba, era hermosa pero sabía que solo era una puerta al infierno. Estaban visitando a un anciano mafioso que era incluso más viejo y repugnante que Korn. Nada bueno podía salir de ahí.

—Mantente detrás de mí.

—Sí.

Kim bajó del auto escaneando todo el lugar, observando al despliegue de hombres que se detuvieron frente a ellos para darles la bienvenida.

—Tú debes ser Kimhan. Debo admitir que no esperaba que estuvieses así de grande.

Tokimo bajó las escaleras apoyándose en un bastón de aspecto pesado, su cabello estaba un poco canoso y tenía algunas bolsas bajo los ojos. Estaba enfermo, podía sentirse desde lejos.

—Tokimo-sama, es un placer verlo de nuevo.

—Debo decir que agradezco mucho que ya no seas un niño revoltoso. Al menos está vez no destruirás importantes piezas de mobiliario.

Che sonrió un poco al escuchar algo como eso. Sabía que Kim estaba tan cerca de ser un sociópata que se le hacía muy extraño escucharlo como alguien revoltoso.

—Sí, le aseguro que está vez no romperé nada adrede.

—Lo accidentes ocurren, supongo.

—Así es.

La mirada de Tokimo se posó sobre Che, aunque tenía toda la intensión de parecer calidad y despreocupada, no fue así como se sintió. Che terminó con un escalofrío que le recorrió toda la espalda.

—¿Y quién es este niño?

—Porschè Theerapanyakul, es el hermano menor de Porsche.

—Oh, claro. El hijo más joven de Honey. El parecido es increíble.

Empecemos Otra Vez (Kimporchay) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora