XIV

647 52 2
                                    

Che no se quedó a dormir con Kim esa noche, no se sentían cómodos el uno con el otro. Había demasiada tensión en el aire, se sentía como un intruso. Sabía que su presencia solo dificultaba las cosas para Kim, tendría que preocuparse por mantenerlo a salvo en lugar de hacer... lo que sea por lo que había sido enviado ahí.

Consideró quedarse en su habitación hasta que tuvieran que irse, alegaría que la diferencia horaria le provocaba dolor de cabeza o se inventaría un dolor de estómago por la comida tan extraña para su paladar. Esas eran las cosas en las que Che pensaba cuando fue convocado al jardín por Tokimo.

El anciano estaba entre sus plantas, mirando los peces de su pequeño estanque. Parecía en paz, pero no cambiaba los hechos: era un anciano a punto de morir, no le quedaba mucho tiempo. Eso podía verlo en sus manos temblorosas y la forma en la que suspiraba al mirar el paisaje, como si estuviese intentando guardar cada detalle en su memoria. Era casi triste. Muy patético, en realidad, ya que ese hombre había sido la pesadilla de muchos. Y ahora no era más que un abuelo solitario y triste con unos nietos desesperados por su muerte, como aves carroñeras en busca de un trozo de carne.

—¿Quería verme?

—¡Oh, Porschè, sí! Siéntate, por favor.

Che miró por el rabillo del ojo a Knut, pero este solo se encogió de hombros. Con un suspiro y una sonrisa temblorosa se arrodilló en el suelo imitando la postura del anciano.

—¿Tus guardias nunca te dejan solo?

—Ni siquiera dentro de casa.

—Eso es bueno. Debemos proteger las cosas valiosas, Porschè. Por eso Korn te cuida de esta forma. Espero que lo sepas.

Tal vez a Korn no le importaba más que como carta de chantaje para Porsche, aunque no podía decir eso. Solo sonrió. Hacía un tiempo que se había vuelto demasiado bueno en sonreír falsamente a las personas, cada vez le salía mejor. Tanto que ya comenzaba a creerse esa falsa alegría e inocencia cuando se miraba al espejo.

—Supongo que puede ser así para algunas cosas.

No creía que él fuera el caso, en definitiva no de Korn, pero ni siquiera se creía capaz de ser algo más que un capricho obsesivo de Kim. Él lee había dicho que lo amaba, y había sido lindo con él. Eso después de tantas cosas, después de su comportamiento de mierda, no significaba mucho. Especialmente porque nunca sabía con cuál Kim se iba a encontrar.

Desde que había descubierto la verdad Che había visto tantas facetas de Kim que no sabía cuál era la real. Fingía ser tantas personas al mismo tiempo que ni siquiera confiaba en que Kim se conociera a sí mismo. ¿Cómo era capaz de lidiar con todas sus personalidades sin confundirse? No le parecía humano, aunque Kim nunca lo pareció realmente. Algo andaba de forma diferente en su cabeza, y no podía ser bueno.

—Háblame de tu infancia, Porschè. ¿Qué te gustaba hacer de pequeño?

—Mi padre murió cuando era un bebé, así que casi no puedo recordarlo. Mientras mi madre estuvo fuera, Porsche cuidó de mí. Fue un buen hermano mayor. Muy paciente, generoso y atento. Sacrificó muchas cosas por mí, le debo mucho más de lo que podré pagarle algún día.

—Eso está bien, sin dudas. Pero me refería a cosas más especificas.

—¿Cómo qué? —preguntó confundido.

Tokimo formó en sus labios una sonrisa muy pequeña. Se inclinó sobre su pequeño estanque y sumergió los dedos en el agua con tanta lentitud que Che pensaba en el gesto como si fuera una caricia. Los dedos del anciano eran extraños. Delicados. No eran como hubiese esperado de un asesino cuyas manos habían derramado tanta sangre.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 06, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Empecemos Otra Vez (Kimporchay) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora