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Enzo despierta. Está con los ojos cerrados y se estira un poco cuando siente que su cuerpo choca con algo. Abre los ojos y ve a Henry semi desnudo durmiendo al lado suyo.

—¿¡Pero qué carajos!? —grita y por consecuencia se cae de la cama.

Henry despierta medio adormilado y se da cuenta que Enzo está en el suelo.

—Buenos días —dice con la voz ronca.

—¿No ibas a dormir en el sofá?

—Sí.

—¿Y?

—Era muy incómodo.

Enzo se levanta y se le queda viendo a Henry.

—Si querías dormir en tu cama me hubieras dicho. Yo no tenía problema de dormir en el sofá.

—No quería dormir en mi cama, quería dormir contigo.

Siente sus mejillas enrojecerse al escuchar eso.

—Eso lo hace más raro aún.

—¿Qué hora es?

Enzo se fija en el reloj que Henry tiene en su mesa de noche. Le sorprende que aún haya personas que utilizan eso.

—Son las cinco y media de la mañana.

Henry se levanta rápidamente como si de un robot se tratara. Va hacia su ropero y tira rápidamente prendas de ropa sobre su cama.

—Te voy a prestar ropa —le dice Henry—. Ya es momento que te dejes de vestir así.

—¿Cómo "así"?

—Como si fueras padre de dos hijos que se acaba de divorciar de su esposa porque te diste cuenta que no eras el padre.

—Eso es muy específico.

—Solo vístete.

Le pareció gracioso como Henry se vestía mientras se dirigía a la cocina. No dejaba de saltar con un solo pie intentando ponerse los pantalones. Y luego tenía su suéter como si fuera una bufanda mientras servía su café. Era demasiado temprano que ni siquiera entendía porqué estaba tan apurado.

—Sabes que aún faltan tres horas para la clase de Ética, ¿verdad?

—Sí, y creo que vamos a llegar tarde.

Henry le ofreció una taza de café. Al parecer era lo único que iban a ingerir, porque una vez ambos tuvieron sus cafés listos se fueron a sentar. Henry tomó como tres tazas, mientras que él solo había tomado una. Aquello explicaba mucho porque siempre parecía tener mucha energía.

Ambos salieron del apartamento. Enzo pensaba tomar el metro, pero Henry ya tenía una idea diferente; irían caminando.

En ese momento entendió porqué estaba tan apurado.

—Si es por el dinero, si quieres puedo prestarte. Vamos a tardar mucho si vamos caminando.

—El dinero para mí no es el problema. Solo no me gusta usar el metro. Caminar es mucho mejor.

—¿Nunca usas el metro? ¿Es por eso que siempre llegas tarde a clase de Ética?

—Exacto.

—¿Pero qué tiene de malo? ¿Te molesta que hayan muchas personas?

Henry empezó a patear una piedra sin decir nada. Habían varias razones por las que había decidido mudarse de Londres y quizás estaba listo para contarle a Enzo una de las razones.

—¿Sabes por qué hay barreras en el metro de Londres?

—No.

—Pues... Algunas personas se suicidaban allí y he logrado presenciar varias de esas escenas. Pensé que en algún momento me acostumbraría a ello, a ver la sangre desparramada, los cuerpos destrozados... pero no. Nunca logré acostumbrarme. Siempre sentía la impotencia de que si hubiera hecho algo tal vez esas personas seguirían con vida, ¿pero cómo ayudas a alguien que no quiere recibir ayuda?

—Debe haber sido muy duro ver eso. Lo lamento.

—Es que a veces me siento culpable.

—No es tu culpa.

—Pude detenerlos. Ni siquiera lo intenté. Soy un cobarde.

Henry saca una cajetilla de cigarros y con las manos temblorosas trata de prender uno. Llena su boca con el humo y lo expulsa lentamente.

—Tú ni siquiera los conocías. No era tu deber hacer algo —Enzo pone su mano sobre el hombro de Henry.

—No lo entiendo, Enzo. De verdad que trato de entenderlo, pero no lo entiendo. ¿Por qué vivimos? Nadie quiere vivir. Todos hemos pensado al menos una vez que estaríamos mejor muerto. ¿De verdad la vida tiene un sentido? No hay momento en el que no suframos. ¿El sentido de nuestra vida es sufrir? ¿A veces no crees que estaríamos mejor si no hubiéramos existido?

—Yo no...

Intenta buscar las palabras adecuadas. Quiere hacerlo cambiar de opinión. Demostrarle que la vida no es sólo sufrimiento y que también hay momentos felices. Pero él piensa igual que Henry en ese aspecto. Se metió a estudiar una carrera que tenía una baja tasa laboral solo para buscarle el sentido a la vida, y en ese tiempo, solo le había perdido el sentido.

—Enzo, no pienses en mis palabras. Muchas veces digo estupideces. Tú sé feliz y vive como el resto.

—¿Y tú? ¿También serás feliz y vivirás como el resto?

—La felicidad no es para mí.

—Todos merecen ser felices.

—No pienso igual.

El resto del camino se quedan callados. Los silencios juntos no son incómodos. Ambos están tan ocupados en su mente que ni se dan cuenta que han estado en silencio casi dos horas.

—Aunque no lo creas, hemos llegado a tiempo —dice Henry, mostrándole la hora en su reloj de muñeca.

...

Esta vez fue Henry el que terminaba sus clases más tarde, por lo que Enzo lo esperó afuera mientras fumaba un cigarrillo. Desde que había llegado a Los Ángeles, solo había fumado un par de veces. A veces por culpa del estrés, o simplemente para mantenerse tranquilo.

Le llegó un mensaje de su padre preguntando cómo estaba. Le enviaba mensajes una vez por semana, pero nunca le respondía. Quería alejar a su familia de su nuevo estilo de vida.

—Pásame eso —le dijo Henry, quitándole el cigarrillo de los labios—. ¿Vamos?

—Vamos —dijo, borrando el chat con su padre y seguido a ello guardó su teléfono.

—Estuve aprendiendo una canción en medio de la clase. Me gustaría tocarla algún día.

Amor PlatónicoWhere stories live. Discover now