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Cuando llegó a clase de Ética se alegró de que Henry aún no llegara.

Solo iba a centrarse en la clase, tomar apuntes y en cuanto termine esa clase iría directamente a la próxima sin ni siquiera mirarlo.

Henry llegó casi media hora tarde. Por su torpe andar se notaba que había tomado antes de ir. Se sentó hasta lo último de la clase haciendo el mayor ruido posible.

—Enzo —lo llamaba en voz baja—. Enzo, no me ignores. Enzy, Enzy, Encito —canturreaba en voz baja.

Tomó aire profundamente y siguió ignorándolo.

—Enzo, deja de ignorarme. Sé que me estás escuchando y me pone triste que me ignores —Henry se levantó de su asiento y se subió sobre su mesa—. ¡Enzo, quiero hablar contigo!

Todos voltearon a verlo, incluso Enzo que se cubrió el rostro por la vergüenza. Quería matarse ahí mismo.

—¡Te amo, Enzo! ¡Deja de ignorarme ya o voy a llorar!

Enzo se acercó hasta Henry y lo ayudó a bajar para luego salir del aula. Si es que en algún momento llegó a pensar que le gustaba Henry, ahora mismo lo odiaba.

—¿¡Qué carajos te sucede!? —le gritó Enzo, alejándolo de las aulas.

—¿Ya no me vas a ignorar?

—Déjame en paz, Henry. Te lo pido por las buenas.

—¿Qué te he hecho para que estés molesto conmigo? —Henry lo toma de la cintura y apega su cuerpo con el suyo para tenerlo más cerca.

—Ya te dije que no tengo esas intenciones contigo. Solo quiero centrarme en mis estudios. ¿Puedes entender eso o tengo que repetirlo?

—No me trates de idiota.

—Pues te estás comportando como uno —Enzo se da la vuelta para volver a su clase—. Y para la próxima que vengas a clase intenta mantenerte callado o simplemente no vengas. Hay personas que de verdad queremos estudiar.

Henry se quedó allí parado viendo como Enzo volvía a la clase. Hace tiempo que no se sentía regañado de tal forma. Era humillante.

A Enzo no le gustaba como estaba actuando, por lo que tendría cambiar eso si no quería que este se alejara de su vida. Además, a Enzo le gustaba cuando mostraba su lado intelectual; así que, le mostraría que era un maldito genio.

...

—Imaginen que están creando un auto inteligente que puede conducirse por sí mismo —plantea la catedrática—. Ahora imaginen que al frente de él, cruzan por un cruce peatonal un enfermo terminal, un político, un asesino y un anciano. ¿A cuál de estos atropellaría como un mal menor?

—El asesino, por supuesto. Quitándole la vida se pueden salvar las vidas que él pensaba acabar —dice alguien de las primeras filas.

—Yo creo que el anciano. Tampoco es como que le quede mucho tiempo de vida —dice otro más.

—En mi opinión, debería ser el enfermo —dice Enzo—. El asesino puede cambiar esa mentalidad que tiene y reintegrarse en la sociedad. Y no porque alguien esté cerca de morir, como lo es el anciano, significa que su vida valga menos. Dije el enfermo, porque por su condición no podría ayudar de ninguna forma a la sociedad, incluso podría ser perjudicial. El enfermo cuesta dinero a la sociedad.

—Lo dices como si el político no nos quitara mucho más dinero —interviene Henry.

—Podría ser un buen político. No todos los políticos roban.

—Claro —dice Henry con ironía—. A todo esto, me parece absurdo el caso. Si tan inteligente es este auto, ¿no habría forma de salvar las cuatro vidas?

—Es hipotético —le responde Enzo con obviedad.

—¿Y para qué hacer casos hipotéticos que no sirven de nada? Simplemente hagan autos que no maten a nadie y dejen de estar tan obsesionados con sacrificar gente. ¿Ahora debemos valorarnos por cuál vida vale más? Porque ahora resulta que si eres enfermo vales menos que una persona sana.

—Eso no es lo que trataba de decir.

—Es exactamente lo que dijiste, Enzo.

Enzo conserva una mirada seria. Aquel debate empezaba a tornarse más personal.

—La vida de todas las personas vale lo mismo, pero ninguno de ustedes está preparado para esta conversación.

Henry toma su guitarra y se larga de la clase.

Se había prometido a sí mismo mantenerse calmado y si pudiera pasará desapercibido en clase, pero no soporta a sus compañeros hablar sin sentido.

Se queda allí afuera por pura costumbre esperando a Enzo aunque sabe que va a ignorarlo.

—¿Y ahora qué te pasa a ti? —le dice Enzo—. Primero dices que los pobres deberían morirse y ahora dices que la vida de todos vale lo mismo. ¿Al menos puedes ponerte de acuerdo contigo mismo?

—Yo no dije que los pobres deberían morirse. Yo dije que si querían acabar con la pobreza debían acabar con los pobres.

—Es lo mismo.

—No tengo nada en contra de los pobres, en realidad, incluso me agradas.

—Eres un idiota —dice Enzo, antes de darle la espalda y marcharse.

Henry solo de ríe y lo sigue.

—Estás enojado conmigo. Admítelo.

—No lo estoy.

—¿No lo estás? ¿Y por qué actúas tan grosero conmigo?

—Porque me haces quedar como si fuera un insensible, mientras te haces el héroe.

—No es mi culpa que sea más brillante que tú.

—¿Tú? ¿Más brillante? Por favor, deja de mentir —dice Enzo con un tono burlesco—. Dices ser más brillante que yo y has repetido Ética.

—Por decisión propia. Puedo demostrarte ser mejor que tú en todo lo que eres bueno. Así que deja de presumir tu gran intelecto porque te voy a callar la boca, ¿oíste? —Henry aprieta la mejillas de Enzo con su mano—. Ahora vamos a tomar algo. He estado sobrio por mucho tiempo.

Amor PlatónicoWhere stories live. Discover now