7. 𝐻𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑑𝑖𝑔𝑛𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑦 𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑐𝑖𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎

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Nᴏ sᴇ ᴍᴏʟᴇsᴛó ᴇɴ sᴇʀ ᴅɪsᴄʀᴇᴛᴏ con el chofer esta vez, quedaba más que claro que el tipo estaba acostumbrado a encubrir a su ama.

Leon se inclinó sobre Agatha sin siquiera decir hola, la tomó por la nuca y le dio un beso sofocante, húmedo, ruidoso. Metió la lengua en su boca y llevó la mano que tenía libre a su rodilla para subir acariciando su pierna por debajo de su bien planchada falda. Ella apenas lograba inhalar algo de oxígeno, Leon posaba más y más su peso y la tocaba sin reparos, hasta que prácticamente quedó recostado sobre ella. Agatha creyó que él iría a tomarla allí mismo, con el auto en movimiento, eso habría hecho realidad una de sus múltiples fantasías... Pero no, Leon no tenía planeado hacer malabarismos para follar aquella tarde.

—No, no, aquí no... —. Detuvo a Agatha cuando ella intentó desabrochar sus pantalones y se levantó a sentarse derecho. Arregló su camisa y se limpió los labios.

Agatha se inclinó hacia él y empezó a besarle el cuello.

—Vayamos a tu departamento entonces —le habló al oído.

Leon se rio con ironía y la hizo a un lado.

—No tengo por costumbre llevar mujeres a mi casa. Pero conozco muchos otros sitios. 

—Pagaré el que más te guste. Díctale la dirección al conductor.

Leon dio una dirección y en pocos minutos estacionaron frente a la elegante entrada de un hotel de cinco estrellas. A Agatha le pareció demasiado ostentoso y por un breve instante temió toparse con algún conocido, pero le terminó por dar lo mismo en tanto pudiera estar a solas y gimiendo libremente en los brazos de su amante.

Subieron a una de las habitaciones en un elevador transparente desde el cual se podía ver hacia la calle y ser visto desde esta. Leon dio la espalda al cristal e, igual de decidido que antes, rodeó a la mujer por la cintura y la jaló hacia su cuerpo para volver a plantar un lujurioso beso en su boca. 

El elevador se detuvo, pasaron la tarjeta sobre la cerradura, la puerta se abrió... Fueron directamente a la cama a comenzar a aliviar la tensión. Leon soltó su corbata, se deshizo de su chaqueta, lanzó a un lado su camisa. Desabrochó sus pantalones, antes de quitárselos sacó su billetera del bolsillo lateral para tomar el preservativo que escondía entre los billetes, documentos y tarjetas. Se apuró a ponérselo, estaba duro como roca, agitado, sus pensamientos enfocados en un solo objetivo. 

Agatha lo esperaba recostada, él metió las manos debajo de la falda y deslizó las prendas, ella dejó caer sus finos tacones al suelo y se apresuró a abrir las piernas. Leon la penetró con una estocada nada amable y toda su calidez y firmeza hicieron que ella arqueara la espalda. Él se quedó dentro mirando a la mujer del presidente retorcerse de placer y empujó toda la longitud de su miembro hasta el tope, soportando el peso de su cuerpo sobre los músculos de sus brazos que se tensaban mostrando su gran fuerza.

Agatha chilló como una gatita asustada, Leon salió y repitió el esquema, moviendo su abdomen deliciosamente al salir y volver entrar. La escena fue insoportable para la pobre mujer, quien no tuvo más que cerrar los ojos para tratar de mantener algo de consciencia en medio del exquisito placer. Subió las manos y enredó los dedos entre la cabellera de su amante, él cerró los ojos y permitió que tirara suavemente de su cabello mientras continuaba disfrutando dentro de ella. Agatha abrió los ojos, una de sus manos se quedó jugueteando entre la cabellera brillante y la otra bajó por el tenso cuello de Leon, hundiendo sus dedos en una caricia hasta a llegar su hombro, para rodearlo, para aferrarse y atraerlo hacia ella. Él se dejó guiar, posó su pecho desnudo sobre el de ella, que aún llevaba el traje completo: chaqueta, la suave camisa de seda y la falda obscenamente suspendida. A Leon le gustó sentir la presión de la tela sobre su piel. Se frotó contra la ropa un par de veces y luego la quitó de en medio.

Ambos desnudos, se envolvieron en una danza violenta, poseídos por el deseo, entregándose al momento sublime. Ninguno pensaba en otra cosa que no fuera alcanzar la meta, un orgasmo monumental que los encandilara y que aliviara las ansias. Finalmente la carrera llegó a su fin, Agatha no se cortó, terminó de perder los resquicios de su decencia y se descontroló por completo. Los gemidos primitivos que emanaba su garganta excitaron a Leon lo justo para alcanzar su orgasmo también, y aunque no fuera algo extraordinario o memorable, estuvo bastante bien.

De a poco se detuvieron, quedando entrelazados sus cuerpos y enredados sensualmente entre las sábanas. Recuperaban el aliento en silencio, es aquí donde las parejas se dicen que se aman y se funden en un beso suave y un abrazo tierno, pero ni bien Leon recuperó sus fuerzas se levantó y se dejó caer al otro lado de la cama. Subió una pierna pisándose el tobillo, tragó saliva con gesto pensativo y miró alrededor como buscando la salida, o cualquier puerta. Agatha no dijo ni hizo nada, cubrió sus senos con la sábana y siguió disfrutando del eco de las sensaciones. Leon entonces se levantó de un salto, ella supuso que necesitaba usar el sanitario y no le prestó demasiada atención.

Algunos minutos transcurrieron, Agatha salió del trance y comenzó a sentir frío y a cuestionar la ausencia de su invitado, pero al poco apareció Leon ajustando el reloj en su muñeca, con el cabello húmedo y en busca de su corbata. Agatha se sentó sobre la cama y lo miró con cara de sorpresa.

—¿Qué haces? —le preguntó, aunque estaba claro que él iba de salida.

—Tengo cosas que hacer... —respondió Leon serio y frío.

—Creí que me habías traído a este hotel para que pasáramos la noche juntos. 

—Me encantaría, pero no puedo —siguió él, encontró su corbata y comenzó a anudarla al rededor de su cuello.

—Anda, quédate un poco —insistió ella con tono seductor —. Haré que valga la pena...

—No tengo más preservativos —objetó Leon.

—¿Y eso qué?

—Por favor, no me digas que planeas darle un hermanito bastardo a tu hija —respondió sarcástico y desconsiderado —. Adiós —se despidió con un beso apresurado.

Agatha lo tomó por la mejilla y le habló en tono de reclamo.

—No creas que vas a tratarme como a una prostituta sin consecuencias, niño.

Leon se rio.

—Bueno, tú pagaste el motel, si alguien va a sentirse como la prostituta aquí, debería ser yo. Relájate, te prometo que me quedaré toda la noche, pero no hoy —le habló con complicidad, tomándola por el mentón con los dedos y acercándose a darle un beso algo más cálido. Agatha se sintió menos ofendida y lo dejó marcharse.

Leon salió del motel, se embarcó en el primer taxi a la vista y dio la dirección de un bar en el que planeaba beber hasta perder la dignidad y la conciencia.

Tus labios sobre los míosWhere stories live. Discover now