9. 𝐷𝑒𝑗𝑎 𝑑𝑒 𝑏𝑒𝑏𝑒𝑟

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Tᴇʀᴍɪɴó ᴅᴇ ᴀʙᴏᴛᴏɴᴀʀ sᴜ camisa y contempló su rostro en el espejo

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Tᴇʀᴍɪɴó ᴅᴇ ᴀʙᴏᴛᴏɴᴀʀ sᴜ camisa y contempló su rostro en el espejo. Otra vez tuvo ganas de beber.  

Sus pensamientos a medias vivos como aquellos cadáveres caminantes lo acechaban buscando hacerle perder la confianza en sí mismo. ¿Cómo funcionaba exactamente aquello de ser un agente del gobierno?

Para el mayor Krausser había significado deshacerse de las molestias, por ejemplo. Lo enviaban a intimidar a quienes se considerara una amenaza, a asegurarse de que no les quedaran ganas de rebelarse. También rastreaba científicos locos y robaba sus experimentos, armas biológicas, por lo general. ¿Pero él? Tenía una medalla y estaba atendiendo los deseos de la primera dama, ¡vaya mierda de trabajo!  

—Pensé que te quedarías a pasar la noche —le dijo Agatha, apoyándose en su espalda y rodeando sus brazos por sobre sus hombros.   

Leon se incomodó, se soltó y siguió peinándose.

—Mi novia se enfadaría —contestó esquivo.

—¿Tu novia? ¿La pelirroja que trajiste a la cena? Tuve más bien la impresión de que era solo una forma de ahuyentar a mi hija. 

Leon no respondió.

—Tengo que irme...

Agatha lo detuvo.

—¿Qué ocurre? Creí que... teníamos algo especial... —dijo mirando directamente al azul de sus ojos lejanos.  

Leon arqueó una ceja, bufó y desvió la mirada.

—Define "especial"...

—Vamos, cariño, ¿tengo que explicarlo? Me vuelves loca... —contestó Agatha acercándose a besar suavemente su cuello.

Leon la apartó y soltó una risilla sarcástica.  

—Sí, es divertido, pero ¿especial? Todo está claro para mí, no es necesario que me hagas pensar que soy el menos ordinario de tus amantes.  

—¿Amantes? No veo a nadie más que a ti, Leon —le aclaró ella.  

—Claro...

—¿Te molesta que vea a alguien más?

—No... En serio, tengo que irme —respondió él y fue hasta la puerta.

—¡Leon! —gritó Agatha antes de que él saliera. Leon volteó a verla con gesto de hastío —. A mí sí me molesta, no quiero que veas a nadie más.

—Pero tengo novia —le recordó él encogiéndose de hombros.

—Pues déjala.

Sostuvieron sus miradas por un momento, luego Leon volvió a reír y se fue.

En la calle el frío calaba los huesos, pero poco habría que soportarlo antes de llegar al bar del centro. Era el mismo hoyo anodino de siempre, gente murmurando, viejas canciones de rock de fondo, una que otra pelea; soledad, ante todo. No era un lugar para conocer personas ni para pasar un buen rato con tus amigos, era un escondite para olvidar, para dejar de pensar.  

Tus labios sobre los míosWhere stories live. Discover now