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La introducción de la canción Bad to the Bone de George Thorogood sonando de fondo era lo único que a Agustín le hacía falta para complementar su perfecta entrada de chico malo.

La tonada rocanrolera iba, sin rastros de error, totalmente a juego con aquella campera de cuero que el omega optó por colocarse encima de una camisa oscura, la cual llevaba sin abotonar los primeros botones, dejando al descubierto una leve fracción de su pecho. Lugar en el que habitaban pequeñas marcas violáceas producto de Marcos.

Un Jean negro completaba su atuendo, uno lo suficientemente ajustado para remarcar bien sus no tan largar y refinadas piernas. Unos zapatos Gucci adornaban sus pies, unos de los cuales se había maravillado al segundo en el que los vislumbró en aquel colosal closet atiborrado de ropa que, al parecer, era destinada a él. O así me habían dicho.

Mientras Agustín bajaba aquella escalera de mármol con el propósito de encontrarse con Marcos, se imaginaba la escena con dicha canción de fondo, tal película de Hollywood. El bajando en cámara lenta, luciendo irresistible, con una ligera brisa removiéndole apenas un poco de sus pelos, sacando de su bolsillo unos lentes de sol y colocándoselos como todo un bad boy.

Pero la perfecta escena que había armado en su cabeza, donde él era el protagonista, fracasó con notabilidad. Su espléndida presentación se fue a la mierda cuando pisó mal uno de los últimos escalones y perdió el control del equilibrio.

Y no, no resultó ser como en las películas. Ningún brazo lo sujeto salvándolo de chocarse contra el piso. Marcos no estaba para rescatar la fallida escena y transformarla en una caída romántica. De esas que después terminan en un beso.

Solo fue él encontrándose con la dureza del piso.

Aturdido, se levantó con rapidez. Se acomodó un poco la ropa, y se dispuso a fingir que nada había ocurrido. Todo estaba bien, nadie había visto eso. Soltó un resoplido y se pasó una mano por el pelo, echándole un vistazo a su alrededor.

Solo advirtió la presencia de una persona a unos cuantos metros de ahí. Lo que aparentaba ser un guardaespaldas aguardaba de pie a un lado de una enorme y singular puerta que, Agustín supuso, era la entrada principal.

Suspiró, apenado, sin siquiera saber hacia dónde ir. Lo que a él le habían dicho era que el joven Ginocchio lo estaría esperando abajo, más no había señales del alfa por ahí. Únicamente se movió cuando el tipo junto a la entrada abrió la puerta y le índico con un gesto de la mano que pasara. Lo estaba dejando salir, afuera. Esa era su oportunidad de escaparse.

Sin embargo al salir todas sus esperanzas de marcharse libremente se esfumaron por completo. El sitio tenía más de doscientos metros de reluciente pasto que era dividido por un camino de asfalto que guiaba hacia el portón de entrada. Un portón que contaba con bastante seguridad. Y Agustín solo podía pensar en que era un tonto por no haberlo supuesto.

Bajo los escalones del semejante porche que poseía la mansión, y a su derecha percibió un auto negro estacionado y junto a este estaba el alfa con un elegante traje hablando por teléfono. No tardó en colgar cuando él lo vio.

— ¿Y esto? – fue lo primero que mencionó Marcos después de examinarlo de abajo hacia arriba y viceversa.

— Se le llama ropa – contestó altanero, sin un ápice de temor.

— ¿Y tu traje? – interrogó molesto, casi gruñendo.

— No lo traje... – respondió burlón, recordando que una de las sirvientes le había dejado claro que debía vestirse formalmente. Pero el aludió la zona de los aburridos trajes y se encaminó por algo más cómodo.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora