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El despertador sonó. A través de la ventana, el exterior se veía prácticamente oscuro. No había amanecido aún, al menos no por completo, ni siquiera alcanzaban a ser las seis de la mañana, y Marcos odiaba el maldito frío que hacía. Desde que estaba en Alaska le era mucho más complicado abandonar la cama, abandonar el cálido espacio que compartía con su omega, en donde se daban calor mutuamente.

Por lo que, gruñendo bajito, salió de la cama con cuidado y fue directo al baño a ducharse. Si bien la calefacción estaba encendida salió de ahí temblando ligeramente, teniendo solo una toalla envuelta en su cintura. Se apresuró a vestirse con otro de sus típicos trajes, y cuando estuvo a punto de terminar de arreglarse un gemido de dolor hizo que todo su sistema se alertara.

Marcos dejó caer la corbata al piso y casi corrió hacia la cama, preocupado, notando que su omega había despertado, llevando en su cara una muy clara mueca de dolor. En sus labios se instaló un puchero al tiempo en que sus ojos se tornaron llorosos. El alfa tomó asiento en el borde de la cama, muy cerca del rizado, e iba a preguntar que sucedía, pero entonces lo entendió.

Sus ojos adquirieron un brillo sin igual al vislumbrar la preciosa marca en el cuello de Agustín. Una sonrisa instantánea asomó en su rostro, mientras se emocionaba terriblemente por eso. El lazo, ya estaban unidos por el lazo. De inmediato, ambos comenzaron a experimentar los efectos del mismo, percibiendo los sentimientos del contrario como propios.

El omega sentía con fuerza en su pecho el deseo irrevocable que tenia Marcos de protegerlo. Sentía la feroz posesividad, el inmenso amor y la incomparable felicidad que afloraba del alfa, todo como si se tratasen de sentimientos suyos, y era asombroso.

— ¿Duele mucho? – preguntó, admirando con sus brillosos ojos la mordida que aún se conservaba fresca.

El omega asintió despacio, y Marcos se inclinó para esconder el rostro en su cuello, comenzó a lamer la herida, produciendo una cálida satisfacción en el menor, quien ladeó su cabeza y cerró sus ojos, respirando hondo, permitiéndose disfrutar del alivio que le daba esas suaves lamidas.

— Quédate conmigo, Marcos – musitó, sintiéndose mareado, débil y cansado — no me dejes solo.

— Tranquilo, la herida tiene que curar – su voz salió en un murmuró – Y estaré con vos mientras eso pase.

Se apartó de su cuello y lo miro, sonriendo. No tardo en buscar sus labios para besarlo con suavidad.







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En Londres eran cerca de la una y media de la tarde, y el sol ni siquiera había asomado entre las grisáceas nubes que formaban el cielo londinense. Nacho estaba de pie en el balcón del departamento de Luca, observándolas. Sus codos recargados en la barandilla del mismo y su cigarrillo encendido entre sus dedos. No llevaba puesta camisa, por lo que la brisa colisionaba directo contra su piel, erizándola. Pero no le importaba.

Estaba tan nervioso, tan ansioso, que ni siquiera el cigarro parecía ayudarlo. No tenía ni idea de que mierda había pasado con Agustin y eso era algo que no lo dejaba dormir por las noches. No había dejado de sentirse intranquilo desde que recibió la llamada de la madrastra de su amigo ¿Por qué Agustin no se había comunicado con él? ¿Dónde mierda estaría? ¿Por que se iría sin siquiera haber avisado?

Nacho lo conocía demasiado bien, y no comprendía que había pasado. Su mejor amigo no era el tipo de personas que dejaría todo para irse con un alfa, o al menos eso creía él. Y ahora estaba tan frustrado, tan confundido. Necesitaba saber si Agustin se encontraba bien, saber donde mierda estaba, no podía estar tranquilo sabiendo que su mejor amigo se hallaba en poder de un alfa tan peligroso como Marcos.

𝙳𝙾𝙼𝙸𝙽𝙰𝙼𝙴 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Where stories live. Discover now