40. La última cena

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—Esto es extremadamente morboso. No entiendo por qué insistes en hacer esto ahora.

—¿Qué quieres decir? —frunciendo el ceño, Dazai se aparta de las filas de mesas y se dirige a Chuuya, quien también lleva el ceño fruncido, excepto que es cien veces menos fingido y cien veces más furioso—. No hay mejor momento para festejar que antes de tu muerte.

—Tu falsa muerte —susurra Chuuya con ese tono reservado de "baja la maldita voz" que usa cuando surge este tema en particular.

—Sí, sí, lo mismo —Dazai hace oídos sordos a su obediente preocupación. Incluso si los sirvientes de la mafia que revolotean de un lado a otro los escucharán, no tendrían agallas para relacionar las palabras con su contexto adecuado.

—No es lo mismo.

—Bueno, es el mismo punto que estoy haciendo. No puedo dar una fiesta después de mi falsa muerte, Chuuya —se ríe para sí mismo—. Sería una tontería.

—¿Por qué dar una? —Chuuya continúa taladrándolo, siguiendo a Dazai de mesa en mesa como una sombra cabreada—. Estamos en medio de una guerra, la cual no está yendo demasiado bien, debo agregar.

—Lo hará una vez que yo esté fuera de escena. Discúlpame, hey —Dazai le hace señas al sirviente más cercano y señala el ramo de flores con un movimiento rápido de su mano. Ella (Tohru, dice la etiqueta con su nombre) se detiene con los ojos muy abiertos y temblorosos que parecen estar a punto de salirse de sus órbitas—. Esto está mal. Pedí Lirios del Valle, no lirios. Convallaria Majalis. Arréglalo —ella asiente y hace una profunda reverencia ante él; una vez fuera, Dazai desliza su mirada de nuevo hacia Chuuya, acariciándose la barbilla pensativo—. ¿Dónde estábamos?

—En que celebrar una fiesta ahora es jodidamente raro.

—Será mi última oportunidad de que me vean por ahí en los próximos dos años —dice Dazai e inclina la cabeza hacia un lado—. ¿No quieres que la tenga?

Sus ojos azules se entrecierran.

—Deja de jugar conmigo, imbécil.

Dazai suspira.

—No todo lo que digo es una táctica de manipulación, amor.

—Si claro —murmura Chuuya, sus palabras no son más que una seca burla.

Dazai no lo culpa. A veces él tampoco sabe si las palabras que pronuncia son sinceras o calculadas. Durante tanto tiempo, no tuvo a nadie con quien ser sincero y ninguna razón para serlo, que mentir se convirtió en algo arraigado en él, como respirar y cagar cada mañana. No pasa un día sin que ocurra una de estas tres cosas.

Así que Chuuya no está exactamente equivocado, pero Dazai tampoco.

—Trata de relajarte —guía a Chuuya a través del salón de baile de la Port Mafia con una palma en la espalda, hacia uno de los muchos bares que aún no están abiertos—. Diviértete un poco —Dazai roba una de las botellas de champán y le sirve a Chuuya una copa antes de mirarlo fijamente hasta que no tiene más remedio que llevársela a los labios y beber, como una cobra bailando al son de un encantador de serpientes. Solo que Dazai está tan hipnotizado por él como al revés—. Sí, así. Maravilloso.

Resoplando, Chuuya deja el champán y se limpia la boca con el dorso de la mano. Si Kouyou estuviera aquí para presenciar su falta de modales, su corazón temblaría de decepción.

—Aún tengo dudas —dice.

El castaño apoya la mejilla en la palma de su mano.

—¿Como cuáles?

Una lección de espinasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt